Hace poco leía en un artículo foráneo que en el escenario político-electoral es mejor “actuar” mostrando emociones que reflexionar y dar prevalencia a decisiones racionales en los debates morales. Es decir, en términos simples resulta mejor para un político recibir clases de actuación para interactuar y desarrollar las máscaras propias de la tragedia griega (clásica) que posibilita controlar cualquier estado de ánimo para cualquier situación pertinente (cerrar los ojos en misa, llorar ante una tragedia, tomar decisiones solo por intuición, etc.) que debatir con fundamento y reflexión cualquier problema que se aborda.
En efecto, el artículo traía a colación la situación que se dio en un debate presidencial de finales de los años ochenta entre Michael Dukakis y George H. W. Bush. El tema central de la discusión se basó en el apoyo o no a la pena de muerte para delitos atroces. El candidato Dukakis había sido durante mucho tiempo claro opositor a este tipo de penas que dicho sea de paso son muy apreciadas por la mayoría de personas. En un momento del debate se le preguntó si estaría de acuerdo con la pena capital si por ejemplo su mujer fuese violada y asesinada, a lo que aquel respondió de manera tranquila y rápida No.
Por supuesto, el otro candidato era un claro defensor de la pena de muerte. Más aún seguro conocía el impacto positivo en términos electorales que ese tema de apoyar la pena capital tenía –y tiene- para el electorado estadounidense. Muchos afirman que ese debate fue trascendental para definir esa elección presidencial. Coincidencia o no el candidato elegido como presidente de los EE. UU. fue George H. W. Bush.
¿Aplica esto para solo este tema o para muchos otros en política? De seguro para la mayoría de temas los políticos prefieren la devoción ante la reflexión. La emoción ante la verificación. No es cualquier cuestión por ejemplo que existan políticos que atribuyan a chamanes vientos fuertes en posesiones presidenciales. Ni que se tilde a un exfuncionario como indigno por el supuesto infundado de promocionar la tan aclamada “ideología de género”.
En el tema de la cadena perpetua muchos políticos hacen carrera con el lema de ¡Sí a la cadena perpetua para los violadores de menores!. Se hace con ello populismo punitivo, se modifican y aumentan las penas para muchos delitos relacionados a medida que surgen casos abominables contra menores. Sin embargo, en términos de eficacia y política criminal los resultados frente a la prevención y reducción de este tipo de conductas queda en mera “letra muerta”.
Otra cuestión que tampoco ha tenido discusión profunda por lo impopular en términos electorales es el del desarrollo de la “eutanasia”. Pese a que el tema ha sido abordado por la Corte constitucional desde el año 1997 permitiéndola para adultos con enfermedades terminales inmanejables, ha sido por desarrollo jurisprudencial y no como debería ser vía legislativa por el Congreso de la República. Los argumentos religiosos han prevalecido frente a los morales y científicos en muchos casos. La mayoría de políticos piensan con la emoción electoral antes que con la reflexión moral.
Y como los anteriores hay muchos otros temas pendientes para debatir con seriedad y desde un punto de vista académico-científico. El aborto por ejemplo es tan impopular como debatible, si no fuese por la presión democrática de muchos sectores y organizaciones sociales, la discusión sería infértil en términos legislativos y de garantía a la protección de los Derechos Humanos. Por eso pregunto ¿políticos con actuación o con reflexión?