Todas las mañanas toma el mismo tren de la CTA rumbo al centro de Chicago. Sin perder un solo segundo, se sienta con apresurada diligencia y se pone a escribir tan rápido como le es posible. Consciente de que solo cuenta con algo más de 30 minutos hasta la oficina del Fiscal General, busca aprovecharlos al máximo sin distraerse con el periódico ni el café. “Siempre empiezo así…” son las primeras palabras que fluyen de su pluma y que, sin siquiera sospecharlo, dieron inicio a un largo viaje literario que hoy, más de tres décadas después, todavía continúa.
Eran los años 80 y, seguramente, ni en las fantasías editoriales más salvajes que pudieran surgir de la prolífica creatividad de aquella versión joven de Scott Turow que trabajaba a todo vapor desde ese vagón, se habría imaginado que el libro que estaba escribiendo ocuparía la prestigiosa lista de best-sellers del New York Times durante 45 semanas seguidas ni que un consolidado Harrison Ford en la cresta de la ola tras encarnar a Indiana Jones y a Han Solo le daría vida a su protagonista en una exitosísima adaptación cinematográfica.
La facultad de Derecho de Harvard no había conseguido exorcizar su alma de escritor y por eso en cada trayecto luchaba por destilar a fuego lento en el papel aquel thriller policiaco que tanto le quemaba por dentro. El resultado fue Presunto Inocente, el relato en primera persona del fiscal Rusty Sabich y su investigación por dilucidar el brutal asesinato de Carolyn Polhemus, su compañera de despacho y amante. Posiblemente la novela pionera que se atrevió a mezclar el cruento mundo de los abogados penalistas y su intrincado laberinto procesalista con una pizca de conspiración criminal, exquisito cóctel del cual beberían grandes figuras contemporáneas como John Grisham o Petros Márkaris.
Pero la historia de Scott Turow no tendría nada de distinta de las de miles de letrados que a lo largo del planeta abandonan su carrera para dar un salto al vacío hacia el azaroso oficio de las letras, de no ser por un pequeño detalle: es socio retirado de Dentons, una de las firmas de abogados más poderosas del mercado mundial con más de diez mil abogados en sus filas. Así, Scott Turow es mi héroe personal y el único de los litigantes, de los que tenga conocimiento, que ha logrado lo imposible: equilibrar una vida doble entre prestigioso escritor y abogado de las grandes ligas.
“Mr. Chacón, el problema es el tiempo” -me confiesa en un intercambio de correos- “En mis ratos de ocio pienso sobre qué escribir y estoy listo para empezar tan pronto me siento en el tren”. Su receta ganadora ha seguido funcionando durante 10 novelas, incluida The Last Trial, la última que lanzó hace un año. Todas ellas mosaicos de la variopinta fauna jurídica que habita en el universo jurídico, personajes abstraídos por el engranaje de la Ley que avanzan a trompicones por la banda transportadora del sistema judicial norteamericano con tiempo para resolver algún crimen en el camino.
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