La invasión de Ucrania ha dejado imágenes de destrucción y muerte que merecen nuestra solidaridad con las víctimas y un contundente rechazo frente al agresor. De todas formas, una radiografía de la historia nos entrega mejores elementos de juicio.
En su concausalidad, la problemática de Ucrania muestra dos lecturas diferentes. Rusia, en su interpretación, la considera parte suya, al paso que Estados Unidos, que presiona sus aliados europeos, pretende separar a Ucrania de la esfera rusa. Al final, son secuelas de la Guerra Fría, ese enfrentamiento entre soviéticos y norteamericanos que caracterizó la postguerra.
Estas líneas procuran interpretar a Moscú. Para Vladimir Putin, el colapso de la Unión Soviética en 1990 significó la peor catástrofe de la historia rusa, toda vez que perdieron, no sólo 14 naciones y 6 millones de kms2, sino también buena parte de su aparato industrial y militar, merced a las maniobras de Occidente, lo cual facilitó Boris Yeltsin en su alcoholismo. La injerencia del Fondo Monetario Internacional, la debacle del rublo y el sistema financiero, la formación de una burguesía corrupta, la venta de empresas estatales a precio irrisorio al capital extranjero, y el desmantelamiento de la economía de alta tecnología, son muestras de esa arremetida occidental que describe Michel Chossudovsky en su obra ‘La Globalización de la Pobreza”.
La OTAN u Organización Militar del Atlántico Norte, que había surgido en 1949 para frenar cualquier expansionismo ruso en Europa, perdía su razón de ser al colapsar la Unión Soviética. No obstante, su crecimiento ha sido desmesurado, e incumpliendo promesas iniciales frente a los rusos en el sentido de no vincular a la OTAN a ninguna nación que hubiera sido parte de la órbita soviética, poco a poco entraron la República Checa, Hungría, Polonia, Letonia, Lituania, Estonia, Bulgaria, Rumania, Eslovaquia y Albania. Esta situación, que significaba una provocación de Occidente, particularmente de Estados Unidos, se convertía en amenaza para Rusia. ¿Era necesario semejante cerco militar?
Putin y muchos ideólogos del Kremlin fueron testigos de este acontecer. Los rusos, que siempre han tenido vocación imperialista, se sentían humillados en su orgullo. Por eso, en la política de las últimas décadas, como lo demuestran las encuestas, la inmensa mayoría del pueblo respalda a Putin, a quien ven como redentor de la otrora superpotencia.
Ucrania es un peón en este complejo ajedrez. Desde la invasión de los mongoles en el siglo XIII, Kiev jugó un papel trascendental en la historia rusa. Se convirtió en el refugio moscovita. Tampoco olvidemos que Ucrania fue parte de la Unión Soviética entre 1917 y 1991 y que, al declararse soberana, proclamó su neutralidad militar, integrando la Comunidad de Estados Independientes. Los rusos se equivocaron al mantener en el poder ucraniano a gobernantes corruptos, y vieron la reacción popular y la caída de su aliado Yanukovitch. Pero el actual presidente Zelenski, que es un radical antirruso respaldado por Occidente, ha incrementado la polarización. Por si fuera poco, en las regiones de Crimea, Lugansk y Donetsk predomina la población rusa.
La diplomacia norteamericana se ha equivocado al forzar el ingreso de Ucrania a la OTAN. Es una provocación innecesaria. Al final, cumplida la invasión, fuera de las sanciones financieras contra Rusia, no es mucho lo que Occidente pueda hacer por ahora. Ucrania parece abandonada.
A pesar de estas dificultades, el mundo espera sensatez. Sabemos que en política internacional no hay moral, ni tampoco amigos ni aliados, sólo intereses. China está con Rusia y, como decía su portavoz en el Consejo de Seguridad, los norteamericanos desconocieron Naciones Unidas cuando invadieron Iraq en 2003. Que nadie tire la primera piedra. Ni rusos ni estadounidenses están exentos de responsabilidades.
Lo único cierto es que el arsenal nuclear actual acabaría el planeta en pocos días. Y no queremos que la placa del monumento de Hiroshima, que dice “Dormid en paz; esta falta no se repetirá jamás”, se convierta en utopía.