La primera campaña política que cubrí fue la de López Michelsen. Han pasado cincuenta años y monedas. No adormecían sus discursos cortos, polémicos, coherentes. Provocaban sacar pareja. Nada de darle golpes bajos a la gramática. Nos perdimos sus trinos en Twitter, la moderna plaza pública.
Los documentos del profesor López desde el poder eran cátedras magistrales en las distintas disciplinas que dominaba. En su prosa oficial, nada acartonada, se daban cita el jurista y el escritor. Era elegante para escribir y hasta para amarrarse los cordones.
Cuantificó las acciones de su esposa, doña Cecilia, en su éxito: las calculó en 85%. Algo exótico el reconocimiento si tenemos en cuenta que el macho alfa suele quedarse con el pan y con el queso.
Más que votos tenía devotos emerrelistas, su tribu de fans. En su mandato claro no daba vergüenza confesar que uno era liberal, conservador, anapista. O del Partido Comunista, como el camarada Vieira quien tenía más pinta de activista del Opus Dei que de alumno del Kremlin.
López era amigo del consenso. Consultaba a todo el mundo. Finalmente hacía su voluntad, en palabras de Belisario Betancur quien lo padeció.
Dos personas le dañaron la siesta en la Casa de Nariño: Doña Bertha con sus tábanos en La República, y Klim con su columna en El Tiempo, de donde tuvo que salir como volador sin palo. Los lectores de Klim volamos a leerlo en El Espectador. Donde fuera.
La Casa de Nariño, sede presidencial, queda cerca de donde nacieron Pombo, Vargas Vila, Silva, quien se suicidó disparándose un nocturno. Su hermana Elvira era bella solo de perfil. Decía López.
Con el Compañero Jefe hice mi primer viaje al exterior formando parte del equipo de Todelar que comandaba Jorge Enrique Pulido y que completábamos Marta Montoya y este aplastateclas. Acompañamos a López a la firma de los tratados Torrijos-Carter en Washington que le devolvieron el Canal a su legítimo dueño, Panamá. Hecha la tarea, nos invitó a volar en su avión Fokker entre Washington y Nueva York. Nos gastó champaña.
Repitió invitación en Palacio para celebrar el premio de periodismo Rey de España que ganó Jorge Enrique Pulido, entonces director de Todelar, por la entrevista que le hizo al presidente Carter.
Prolongó su sexapil político desde el asfalto. En su condición de “mueble viejo”, una de sus expresiones para aludir a los viudos del poder, lo asediaba una corte de mujeres que chorreaban la baba por él. Claro que en su intimidad sabía con el opita Felio Andrade: Si no me alcanza para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad. Las féminas no corrían peligro.
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