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Los chuzógrafos de la poesía
Vi a algunos padres explicándoles a sus asombrados hijos que ese jurásico instrumento era una máquina de escribir.
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Viernes, 12 de Abril de 2024

Van de feria en feria del libro  con su arsenal poético y una vieja máquina de escribir que se niega a volverse olvido. Estos rapsodas modernos solo utilizan los dedos índices para levantar la prosaica yuca. Es la chuzografía al servicio del arte.

Mark Twain fue el primero en levantar con dos dedos su clásico Huckleberry Finn. García Márquez también sacó máster en chuzografía. El Nobel mexicano Carlos Fuentes solo utilizaba el índice derecho.

Conocí el insólito colectivo de chuzógrafos criollos en una Fiesta del Libro de Medellín. Ese exclusivo club viaja por Colombia. Hoy deben estar facturando en la 36ª. Feria de Bogotá. Buen viento, buena mar y buen amar

Me habría gustado ganarme la vida como ellos. No padecen la angustia del cierre. Bella forma de gastarse la libertad y ahorrar estrés. Me ofrecí a cargarles la máquina de escribir por toda Colombia. Fracasé.

Vi a algunos padres explicándoles a sus asombrados hijos que ese jurásico instrumento era una máquina de escribir.

Para no pisarse las mangueras de la poesía se reparten en sitios estratégicos del sitio donde trabajan, el Jardín Botánico, de Medellín, en este caso.

El  modus operandi  de esta nueva industria sin chimeneas es simple: Se instalan con su máquina frente a una mesa rescatada del mercado de las pulgas y esperan.

“Poesía por limosna”, se leía  en un texto del poeta-chuzógrafo que me regaló el azar. El estuche de su máquina hacía las veces de fugaz Banco de la República para recoger las minucias del respetable, siempre avaro.

Santiago  Vargas, paisa, serio como un endecasílabo, no repite poema. Sería violar la ética y la estética del oficio. Como sus colegas, vende exclusividad.

Le pedí que escribiera algo. Metió la hoja en el rodillo y me la entregó cuando redondeó la pieza literaria. Reproduzco este segmento:  ”No me den respuestas, denme preguntas que jamás responderé, todo lo demás fronteras tiene, yo dejo intacta mi ignorancia, porque vivir no es pensar sino sentir”.

Pagué primero antes de pedir repetición.  Le sugerí que hiciera un poema en homenaje a su máquina de escribir.  Volvió a introducir la hoja en blanco  y sin pestañear soltó el rollo del que reproduzco este trozo: “… no conocí a aquel viejo que me dejó sus libros y su máquina de escribir, pero verso a verso, se ha construido, sin saber, una fortuna”.

Me dio nostalgia de su oficio. Lo vi muy zen, sin mayores angustias por lo que le deparará el zodiaco. Hizo retroceder el reloj de sol de mis días.

Agarré mis poemas, dejé un aporte económico que haría sonreír al dueto de Jaime y Gabriel Gilinsky, le choqué los cinco claveles al poeta  y nos abrimos. Lo buscaré en otra feria del libro. Éxitos para el bardo que no espera que su imaginación se convierta en libro de pronto pirateado en el semáforo.


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