Hoy en día Colombia aparece ante el mundo como un ejemplo de país, humanitario y generoso, por cuenta de la expedición del Estatuto Temporal para la protección de los migrantes venezolanos durante 10 años. Es una maravilla que en este momento países como Alemania, Bélgica y la misma Gran Bretaña aplaudan ese gesto de hermandad y generosidad del gobierno colombiano al regularizar a 1’800.000 migrantes en nuestro país, y los que faltan, prometiéndoles salud y trabajo. Mejor lo dijo el alto comisionado para la Naciones Unidas Filippo Grandi: “Colombia es un ejemplo para la región y el mundo”. Felicitaciones presidente Duque por ese gesto; lo único que nos gustaría es que así como explicó con un jugo de mandarina cómo funciona la economía naranja, aquí nos explique al menos con un jugo de chontaduro cómo funcionará ese estatuto en la frontera.
Si aquí llevamos más de un año para que el Gobierno Nacional le reconozca una deuda de 80.000 millones de pesos al hospital Erasmo Meoz que ha atendido población venezolana, ¿para qué expedimos un estatuto que no tiene la más mínima posibilidad de financiación? ¿Cómo va a integrar Colombia a 1’800.000 inmigrantes ofreciéndoles salud y trabajo, si el mismo día que se anunciaba el ETPV, el ministro Carrasquilla anunciaba una nueva reforma tributaria?
Y aclaro que no se trata ni mucho menos de ninguna posición con rasgos de discriminación o xenofobia contra la tragedia que vive Venezuela, país al que por muchas razones debemos en lo posible darle la mano, sino porque además soy hijo de Calixto Cortés quien vivió y trabajó muchos años en Caracas, y aún tengo familia por allá. Colombia debe integrar y darle la mano a un grupo razonable de familias venezolanas a las cuales podamos darle una expectativa real de integrarse. Ese estatuto debe tener unos límites, una ponderación. ¿Para qué nos engañamos y de paso engañamos a muchas familias venezolanas prometiéndoles algo que de entrada sabemos que no es posible?
Colombia es una país en el que gran parte de nuestro tiempo la dedicamos a crear proyectos ilusos, fantasiosos y este estatuto es uno de ellos. El miércoles pasado Ricardo Gélvez me invitó a su programa de televisión, junto con el secretario de Fronteras, Víctor Bautista, a analizar los pro y los contra del estatuto. Allí tuve ocasión de preguntarle a Víctor, por su experiencia en estos temas, ¿si conocía un proyecto de migración que regularizara más de 1’800.000 personas? En alguna ocasión en Turquía, fue su respuesta. Tenía la oportunidad de señalar que era importante mirar la experiencia internacional de países que han sido excesivamente generosos con población migrante, por ejemplo, como sucede con el céntrico barrio en Madrid “Lavapiés”, desbordado por unos habitantes sin trabajo, sin escuelas, sin patria, con odio, alimentando día a día un resentimiento contra el país que los recibió. En algo de eso puede pasar con esta ingenua propuesta de migración. ¿Será un acto de vanidad internacional del presidente?
Y ni para qué hablar de lo que puede ser esa “regularización” en una ciudad como Cúcuta. Si hoy tenemos un 70% de informalidad y más del 20% de desempleo, en una ciudad cada día más asediada por la inseguridad, con atracos de película como el que sucedió por estos días en Prados del Este, con una Policía que está derrotada hace mucho, con la vigencia del estatuto lo único seguro es que esos niveles de informalidad y desempleo se van a disparar. Pronto la informalidad de la ciudad será del 90%. Por ello señor presidente, en vez de venir a Cúcuta inaugurar canchas sintéticas de fútbol, ¿por qué mejor, con otro jugo de naranja nos explica cómo se va aplicar ese estatuto tan generoso aquí en la frontera?