Cada vez que puedo me refiero en esta columna a un paisano escritor y humanista que, al igual que el expresidente Alfonso López Michelsen, fue absorbido por la política en detrimento de su vocación literaria.
La diferencia entre los dos radica en que López Michelsen tuvo que esperar que su padre, quien con su prestigio le hacía sombra, desapareciera del escenario político para él hacer su entrada triunfal, vía Movimiento Revolucionario Liberal –MRL-, lo que le permitió que las primeras cinco décadas de existencia las dedicara al estudio, trabajo y literatura, y fruto de ello es la novela Los elegidos, por ejemplo, de marcado acento proustiano, una sátira a los de su estirpe, residenciados entonces en el célebre barrio La Candelaria, de Bogotá.
No es el caso de Lucio Pabón Núñez, quien desde que nació en el barrio El Refugio, en Convención –barrio que debe su nombre a la guerra de los Mil Días-, tuvo toda suerte de privaciones y el haber encontrado en el colegio Caro, de Ocaña, la amistad de los jesuitas que lo regentaban fue su salvación porque ellos lo llevaron de la mano para continuar sus estudios en el San Bartolomé, de Bogotá –donde se hizo amigo de Álvaro Gómez y su padre-, y en la Universidad Javeriana, donde devoró su biblioteca, la que lo convirtió en humanista consumado.
¿Traicionó Pabón a los Gómez? Bajo la sombra de ellos inició su carrera política hasta que sintió que podía sostenerse solo y como necesitaba su espacio “rompió las cadenas”.
Todo ello aunado a otras circunstancias políticas. No sucedió lo mismo con otro paisano, Sixto Tulio Reyes Peinado, quien, aunque autodidacta, tenía una recia formación intelectual y vocación política, y nunca contempló independizarse de Pabón sino apoyarlo irrestrictamente. Así lo quiso él y eso es admirable. Fue un proceso inverso y nadie lo criticó.
Para analizar los actos de una persona debemos ubicarnos en el tiempo y desentrañar las circunstancias políticas de entonces.
Difícilmente se puede creer que una persona con tan magna formación humanística incurra en actos irreflexivos, aunque por su calidad de servidor público se le pueda derivar responsabilidad política, lo que no quiere decir que sea acreedor de responsabilidad penal.
De todas maneras se cierra el capítulo y sería interesante seguir leyendo ensayos políticos objetivos, desapasionados, sin marcado resentimiento y calculado direccionamiento.
No sé por qué, pero tengo diez días con un interés incontenible de releer la obra literaria de Pabón: El libro de las prosas familiares; Palas Atenea: poetas, humanistas y políticos; La linterna y el búho; Del plagio; Quevedo, político de la oposición; El pensamiento político del Libertador y los dos tomos titulados “La estampa de un clásico colombiano”, publicación de la Cámara de Representantes.
No hay que olvidar que la Hacienda Yerbabuena –del Instituto Caro y Cuervo-, la actual sede de la Academia Colombiana de la Lengua y la supervivencia de la Academia Colombiana de Historia hoy son instituciones supérstites por los fondos que desinteresadamente les conseguía Pabón, como ministro de Gobierno, Educación y como senador de la República. Era su amor por la cultura.