Mientras enjundiosos columnistas se congratulan por el 30.º aniversario de la Constitución que hoy nos rige, otros se quejan de que, a pesar de todas sus bondades el mandato fundamental de buscar la paz y la democracia no se ha logrado, debido quizás, a las visiones contrapuestas de lo que significan esos conceptos: paz en mis términos y democracia en mis términos. Y en el entretanto, un enemigo que no tiene ideología, la COVID-19, se ensaña contra nosotros.
El Centro de Johns Hopkins nos muestra un panorama desolador: el lunes 5 de julio Colombia era el país con mayores contagios de COVID-19 en las Américas, con 540 por millón de habitantes. Nos siguen Argentina con 410, Costa Rica con 290, Cuba con 280 y Brasil con 240. Nuestros vecinos del sur están mucho mejor: Ecuador, 64 y Perú, 84. Esto, y las muertes de personas vacunadas, suscita nuevas preocupaciones como lo señala la presente entrega de la revista Semana.
Marion Pepper, de la Universidad de Washington, decía hace poco en el New York Times: “¡Qué bueno que las vacunas recapitulan lo que vemos en la infección natural!” Y éste es un punto muy importante en medio de la infodemia contradictoria, incompleta y aún falsa que continuamente aparece en los medios de comunicación. Porque los hechos científicamente comprobados no son sujetos a diferentes interpretaciones.
Por eso es tan importante la información del NYT del pasado 28 de junio en los que se demuestra que las vacunas actualmente usadas protegen contra el coronavirus por largos períodos; que la mezcla de dos vacunas, como por ejemplo, una primera dosis de la de Pfizer y un segunda de la AstraZeneca, parecen dar una mejor respuesta que dos dosis de la misma marca, mientras que un refuerzo de cualquier vacuna aumenta de manera significativa la inmunidad. Otros estudios que complementan los anteriores, demuestran que todas son efectivas contra las mutaciones conocidas. Debemos señalar que en Francia vienen aplicando una dosis de refuerzo a personas inmunosuprimidas que han sido completamente vacunadas.
En cuanto a las mutaciones y el efecto de las vacunas sobre ellas, hay un programa global para monitorear continuamente el genoma del virus. Rolf Apweiler, director del Instituto Europeo de Bioinformática, cree que la pandemia solo se podrá controlar exitosamente si todos los países están comprometidos en un empeño global coordinado. Pero la secuenciación requiere recursos humanos y monetarios.
Nuestro Instituto Nacional de Salud debe estar secuenciando muestras de todas las regiones en forma continua, a la caza de mutaciones y variantes. Este esfuerzo podría multiplicarse, si los laboratorios habilitados de las universidades pudieran hacer seguimiento a los genomas de los virus obtenidos de contagiados en las respectivas regiones. Pero a US$120 que cuesta una secuenciación en Estados Unidos, estos costos posiblemente se volverían prohibitivos en el corto plazo. Mayor razón para que las universidades colombianas, de la mano de la industria, produzcan todos los reactivos e insumos necesarios para la secuenciación. La Universidad Simón Bolívar en su sede de Barranquilla está poniendo a punto una unidad de producción de insumos que estará a disposición de otros laboratorios a costos muchísimo más bajos.
Si bien Meng Ling Moi, subdirector del Centro Colaborativo de Referencia en Investigación de la OMS, advierte que es todavía muy temprano para concluir cómo y cuándo terminará la pandemia, los hallazgos encontrados permiten tener optimismo, porque tenemos a mano las herramientas para controlarla.
Comparto el optimismo global pero tenemos que aterrizarlo a nuestro país, porque las cifras de contagio diario son más que alarmantes. ¿Qué está pasando? ¿Todo será debido a la indisciplina social? Requerimos investigación social sin sesgos políticos o de cualquier tipo que dé prontas respuestas. Uruguay ya lo hizo.