Llego a un semáforo que acaba de cambiar a rojo, quedando de primero en la fila y esperando que transcurran los 30 ó 40 segundos que puede durar la luz en rojo. Frente a mi, aparece un sonriente joven, con ropa de colores y dos palos de fuego. Inicia su función con la esperanza de que quienes le observamos, como su auditorio improvisado, sepamos valorar la destreza de los malabares que hace y el grado de dificultad que implica incorporar el fuego en su presentación. Los segundos transcurren rápidamente, el debe cerrar la función, despedir y agradecer de antemano con una venia, sin saber a ciencia cierta si recibirá el premio de su impecable actuación callejera.
Los carros que pronto llegaron a ocupar la calle, producto del represamiento transitorio de la luz en rojo, esperan ansiosos su paso a verde para partir sin importar nada mas que acelerar para avanzar. La gran mayoría, miramos al muchacho, damos gracias y partimos sin darle nada a cambio, tan solo una sonrisa, que se convierte en un consuelo, frente a los que ni siquiera le miran.
Quedé pensativo, al ver cómo frustrado, este joven ha dado una función sin recibir nada a cambio; Me remuerde la conciencia y pienso que al igual que él todos somos malabaristas de la vida esperando algo a cambio de lo que hacemos, pero muchas veces no recibimos la recompensa. Llega el medio día, he recogido a mi hija y a mi esposa y llegamos justo de primeros al semáforo del mismo joven malabarista. Ha transcurrido la mañana, sigue con la esperanza intacta esperando que alguien valore de manera adecuada su actuación. El día y la vida me dan la oportunidad de poder retribuir la primera y la segunda función de este joven. Le entrego a mi hija un billete, que ella recibe emocionada y llama al joven para que lo reciba, quien al verlo dibuja una sonrisa en sus labios y da gracias a todos. Por fin su función es apreciada.
Que difícil ir por la vida esperando que alguien nos mire, que alguien se apiade de nosotros, que alguien valore lo que somos o hacemos. Los cucuteños somos esos malabaristas de fuego del país, somos parte de un país que ha pasado por nuestro lado y muchas veces ni nos mira o en el mejor de los casos tan solo nos saluda.
Los cucuteños no podemos seguir apelando a la misericordia de un Estado inmisericorde, que no le cuesta derrochar en actos de gala y fiestas para celebrar falsos triunfos, pero desconoce la realidad de la miseria humana `por la que atraviesa su pueblo. El Estado es inequitativo y mezquino y ha dado la espalda consuetudinariamente a las zonas de frontera. Solo a través de una política pública fronteriza que atienda de manera deferencial nuestra situación, no figuraremos en la agenda de la nación y seguirán llegando burócratas desconectados de la realidad.
Lástima que los pocos funcionarios cucuteños, que llegan a altos cargos nacionales solo defiendan sus intereses personales y no los regionales. Que prefieran esconder la realidad regional, para parlotear el libreto conveniente que niega la realidad social por la que atravesamos. Si no forjamos nuestro desarrollo, seguiremos haciendo malabares de fuego.