Los colombianos de la era de Facebook ignoran que el “Chiquito” Eduardo Aponte Rodríguez, “lengua de gato”, por su aversión a las bebidas calientes, narró por radio las penas y alegrías de la parroquia global, durante las últimas décadas. El 7 de marzo es su cumpleaños. ¿Cómo no felicitarlo? Imposible no revivir estas líneas en homenaje al viejo amigo y contemporáneo.
Muchos de quienes mejoramos nuestro prontuario periodístico trabajando a su lado, lo recordamos como la voz estrella del Noticiero Todelar de la Calle 19 con Quinta, en Bogotá. Sus primeros pasos radiales los dio en Radio Santa Fe. Estuvo en el comienzo del invento de Radionet, de Yamid Amat, pero finalmente el experimento de noticias todo el día pasó a peor vida.
Este hombre de radio y televisión que sigue tan campante a la edad que tenga, ha sido reacio al merecido reposo de la hamaca.
En Nueva York se le considera el tambor mayor entre los talentos fugados que trituran kilovatios en la radio hispana. Bueno, también hace informes para una emisora en Macondo, una forma de vivir de, y entre la nostalgia.
Nada de reposo. Aponte sigue al frente del micrófono con asombro de principiante y arrestos de quien acaba de perder la virginidad.
Su voz conserva la claridad, contundencia y brillo de siempre. Las mujeres quedaban de blanquear el ojo, eróticamente hablando, oyéndole narrar noticias, cuñas, lo que fuera.
Para los residentes fuera del país la patria empieza en su garganta. Pero su protagonismo no se ha quedado en la prosaica manzana de Adán: de ahí para arriba ha estado siempre el hombre dispuesto a cranear empresas o campañas cívicas en beneficio de los inmigrantes del gajo de abajo.
Ha hecho de la locución y del periodismo dentro y fuera del país un apostolado para ayudar. Servir ha sido su verbo y sustantivo.
Se ha ganado a puro pulso el remoquete de latino más destacado de la Gran Manzana. Si hay que prestar el hombro para que alguien llore, o darle una mano a algún paisano con el almuerzo embolatado, el Chiquito ha dicho presente.
Ha ejercido como siquiatra de colombianos tocados por la “abundancia de escasez de patria”. A esto lo llaman saudade. Médico de saudades, Aponte siempre tiene el consejo preciso para que el entusado no se derrumbe lejos del olor de la guayaba.
Cuando las dificultades acosan demasiado a algún paisano, Aponte consigue aportes para que el damnificado renuncie al sueño americano y regrese a disfrutar de las zozobras del insomnio colombiano.
Los teguas del periodismo, empezábamos a creernos reporteros a partir del momento en que Eduardo leía inocentes noticias de baranda sobre decomisos de contrabando o capturas de carteristas, o contábamos que “una bien organizada banda de atracadores cayó en poder de las autoridades, informó la Estación Cien de la Policía”.
El Chiquito no ha necesitado muchos centímetros para exprimirle el tuétano a la vida que ha transcurrido a caballo entre Bogotá y Nueva York donde se hizo ciudadano gringo aunque por fidelidad a su lengua materna no se regaló el inglés. Y eso que hace 30 años taconea en predios de la estatua de la Libertad.
No está hecho para la estridencia de la farándula. Su apartamento no sale en las revistas del corazón. Sus amigos y biógrafos más próximos saben que el dulce siempre se le puso a mordiscos, que le ha tocado bailar con la más fea, que sus ingresos de pensionado son pequeños para parecerse a él, que la tragedia ha tocado a su puerta, pero que nunca da su brazo a torcer. Su hoja de vida no tiene lapsus que lo hagan poner colorado.
Sus amigos y colegas de hace cincuenta años le dimos el premio por su vida y obra frente al micrófono que ha hecho las veces de corazón adicional, sombra, cédula alterna, otro yo, para narrar la historia y pensar en su prójimo. ¡Larga vida para “lengua de gato”!