La Navidad -la más hermosa época del año- ha venido siendo desvirtuada en su genuino objeto. Aunque tiene origen y sentido en cuanto se conmemora el nacimiento del Hijo de Dios -así lo creemos los cristianos y católicos-, en la práctica, muchos la identifican únicamente con las vacaciones, los regalos, la pólvora -que, por paradoja, deja muchos niños quemados y hasta mutilados-, los disparos al aire, el alto consumo de licor -y ahora, seguramente, de la marihuana “recreativa”-, más que con el respetuoso recuerdo de la familia sagrada. Ello debería dar lugar, con mayor intensidad, al regocijo en el interior de los hogares, toda vez que el núcleo familiar es, en últimas, el principal símbolo de la celebración.
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Consideramos que, sin perjuicio de la alegría, el esparcimiento y el merecido descanso, la Navidad debe ser un tiempo propicio para estrechar los vínculos entre los miembros de la familia, que es, como dice nuestra Constitución, la célula fundamental de la sociedad.
La Navidad debe ser ocasión y motivo de unión entre los miembros de la familia. Esposos, padres, hijos, hermanos, abuelos, nietos, y familiares cercanos y lejanos, han de reencontrarse en Navidad. Es época de amor, y debe ser oportunidad de reconciliación, de diálogo y de paz. Si no hay paz en el interior de las familias, mucho menos puede haberla en el plano nacional.
En la época de las tecnologías y las redes sociales: que las festividades de fin de año constituyan también motivo para el encuentro personal entre familiares, amigos, compañeros de estudio y de trabajo. Que los teléfonos celulares y los grupos de WhatsApp -que se configuraron para unir- no sigan siendo el motivo de separación y alejamiento.
Las comidas y reuniones familiares fueron siempre los escenarios adecuados para el intercambio de ideas y experiencias entre los integrantes de la familia, para los consejos, para la orientación, para la toma de decisiones acerca de los más variados asuntos de interés familiar. Pero se ha vuelto común y corriente ver -en las casas, en los restaurantes, en los vehículos- al padre o a la madre de familia a quien nadie escucha porque su cónyuge y sus hijos están sumidos -todos y cada uno- en el examen y manipulación de sus teléfonos celulares. Desde luego, eso hace imposible la integración. Y ya nos imaginamos cómo se desarrollan, durante los aguinaldos, muchas novenas navideñas: alguien lee, y los demás quizá escuchan, responden y cantan, pero su atención está en el celular de cada cual.
Lo decía Sherlock Holmes en alguno de los relatos de Sir Arthur Conan Doyle: “Usted -Watson- ve, pero no observa; capta los sonidos y las palabras, oye, pero no escucha, ni atiende, ni entiende. No considera lo visto, ni lo oído, ni deriva de allí consecuencias”. Es lo que pasa hoy, quizá no a todos, pero sí a muchos de nuestros jóvenes.
Sí, ojalá esta Navidad sea propicia para que las familias colombianas se reencuentren, desde luego, siempre que algunos de sus miembros no constituyan peligro y amenaza, en especial para los niños -como en muchos casos ha ocurrido y ocurre-, por antecedentes de violencia o acoso sexual.
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