No tengo antecedente en mis años de vida de una circunstancia igual o similar a la que estamos viviendo hoy, pero sí tengo un referente bíblico de lo que significa un nuevo orden mundial producto de una cuarentena, y es el diluvio universal, producto del cual se levantó una nueva generación de la raza humana. Sea que lo crea o no, el mundo cada vez que cae en decadencia subsiguientemente vive una depuración a manera de limpieza espiritual, que es necesaria para seguir viviendo.
En un mundo de artilugios, lleno del más alto grado de banalidad, donde las redes sociales se inundan a diario con fotos y videos que dan cuenta de la estupidez humana, ha hecho carrera un nuevo roll social denominado la “Dolce Vita”, donde el desenfreno y las pasiones no tienen limite. El hedonismo en su máximo esplendor está en todo lo que somos y hacemos. Por ello a la gente le importa más el fútbol y los bares que la educación y la salud.
Esta pandemia deja una gran lección, nos hemos dejado llevar por el mundo y sus deleites. Hoy gana millones un futbolista y un biocientífico o médico que pueden salvar vidas debe mendigar para prestar su servicio. Lo primero que se cerró en todo el mundo fueron los estadios y lo que más se busca son los hospitales, los cuales no dan abasto.
Hemos invertido en la infraestructura del espectáculo pensando sólo en el dinero, pero dejamos de lado lo fundamental; la salud y la educación. Creo que era necesario que el mundo entendiera que debemos prestar más atención a la esencia del ser que a las cosas periféricas. De nada sirve una gran infraestructura del espectáculo sin su principal cliente.
Este tiempo de cuarentena nos recogió; nos devolvió al seno de la familia, célula de la sociedad; nos recordó lo frágiles que somos y cuánto dependemos de Dios. Nos arrancó la banalidad y nos hizo recordar lo esencial. Ahora necesitamos despertar la solidaridad, pues seguramente muchos de nosotros logramos provisiones para afrontar la situación, pero me pregunto ¿qué de los que no pudieron hacerlo?
Nuestro aparato estatal ha activado protocolos de emergencia que les han parecido viables y adecuados, unos con acierto y otros no tanto, basados en su mayoría, en restricciones de movilidad que impidan la propagación del virus y sus letales efectos, pero ¿quien va apoyar a quienes no tienen nada en esta emergencia humanitaria, donde la escases y la especulación de un sistema perverso, puede llegar a cobrar muchas vidas?
Limitar la locomoción es fácil, pero impedir que las personas mueran de hambre es más importante, ahora que no hay trabajo y no se tiene dinero para comprar provisiones. Debemos impedir que los hospitales colapsen por falta de insumos y cantidad de pacientes, nuestra prioridad debe ser ante todo salvar vidas, esa es la verdadera calamidad pública que se debe atender. Creo que el “Estado bienestar” colapsó hace rato, reclamando por un “Estado misericordia”, en un evidente nuevo orden mundial.