Viajaba junto a mi familia para Pamplona esta semana, atendiendo una invitación que me cursara la Universidad de Pamplona, para servir de moderador en un foro a desarrollarse en la ciudad mitrada. Previsiblemente los organizadores del evento me sugirieron viajar el día anterior, dados los arreglos a los que está siendo sometida la vía y hacen que el trayecto deba recorrerse en más tiempo de lo normal.
Inicié mi recorrido pasadas la siete de la noche y le pedí a mi esposa e hija que me acompañaran para hacer el trayecto y la estadía mas placenteros. Iniciamos nuestro viaje con alegría, dialogando y con bastante prudencia en la velocidad dado que saliendo de Cúcuta empezaba la escaramuza de lluvia. En la medida que avanzábamos la intensidad de la lluvia fue en ascenso, hasta encontrarnos en medio de un torrencial aguacero.
Pese a la visibilidad tenue producto de la lluvia, decidimos continuar con nuestro recorrido, haciéndolo de manera prudente por las condiciones difíciles de la vía. Un poco antes de llegar al Diamante, se produjo un desprendimiento de rocas sobre la vía, de las cuales no me percate y aunque conducía despacio, sentimos que pasamos por encima de una gran roca, por la manera violenta que se sacudió nuestro carro con el impacto. Los testigos del carro no se encendieron y agradecimos a Dios que nada pasó, lo que me tranquilizó para seguir adelante.
A pocos metros del impacto inicial, el carro perdió fuerza y se apagó. El golpe nos paso la cuenta y quedamos varados en medio de la nada. Primera reacción llamar por teléfono a alguien, lo cual no pudimos hacer porque no había señal en el sitio. Llovía torrencialmente, estaba oscuro, no teníamos señal, era inevitable no sentir temor, sin embargo no podía trasmitírselo a mi esposa e hija. Nuestra única posibilidad invocar la protección divina de Dios y pedir que enviara ángeles a acompañarnos. Pudimos a través del sistema de monitoreo del carro, contactar a la aseguradora para que enviara por nosotros, a lo cual accedieron positivamente, pero tardaría casi tres horas en hacerlo.
Nunca imaginé sentir tanta alegría al ver un carro de la ANI, que paró a preguntar qué necesitábamos. La camioneta no era de asistencia técnica, por lo cual al saber que ya venían por mi emprendió su camino y volví a sentir el temor de estar solo con mi familia. Al cabo de un rato llegó una patrulla de la Policía de carreteras de Bochalema, volvió mi alma al cuerpo y mientras hablaba con ellos alargando la conversación para que no se fueran en medio de mi agónica espera, llegó la grúa de la concesión. La policía me dejó su número y en compañía de la grúa que estaba dispuesta a llevarme hasta el peaje.
Preferimos esperar la grúa de la aseguradora y junto a nosotros como un ángel de la guarda se quedó el operario Armando Villamizar, acompañándonos durante esas tres larguísimas horas. En ese lapso de tiempo pasó dos veces la camioneta de la ANI y dos veces un carro especial de Seguridad Vial. No logra usted imaginar el gusto que sentí al ver el servicio que se presta en medio de la lluvia, la noche y el frio. A todo señor todo honor, en la vía Cúcuta a Pamplona funciona muy bien el servicio de asistencia técnica. Gracias ANI, gracias Policía Nacional, ahora pago el peaje con más gusto.