A tan sólo tres días de llevarse a cabo las elecciones en el país que ha predicado en todo el mundo la democracia basada en voto popular, debemos tratar de entender por qué, si en 2016 Hillary Clinton obtuvo casi tres millones de votos más que Donald Trump, éste resultó elegido como presidente.
Este no es el primer caso; es la quinta vez en que un presidente de los EE. UU. pierde el voto popular, pero gana la presidencia. Tres de ellos ocurrieron en el siglo XIX: Adams, en 1824; Hayes, en 1876; Harrison, en 1888 y Bush, en 2000.
Entender esta situación requiere un poquito de historia que podemos resumir así: En el Federalist No.6, escribía Alexander Hamilton, uno de los artífices de la Constitución Norteamericana, que las 13 colonias originales independientes eran “repúblicas comerciales que no deberían consumirse en pelear entre sí” sino unirse respetándose mutuamente.
Gordon Wood en su libro Los amigos divididos nos cuenta lo que pensaban Thomas Jefferson, segundo presidente de la Unión y John Adams, tercero, sobre lo que eran las colonias y cómo cada una tenía su propia ´charter´ (carta fundacional), que era un contrato entre el rey y las compañías que obtuvieron lo que hoy llamaríamos su constitución, en la que se determinaba la forma como se gobernaban a sí mismas y los diferentes poderes de gobierno, siendo el principal su propia legislatura.
Para 1776, las colonias inglesas de Nueva Inglaterra tenían una constitución emitida por su propia legislatura. Pero esas constituciones podían cambiarse por esas mismas legislaturas, lo que impediría la unión estable que se quería consolidar. Por eso, Jefferson pensó en un poder por encima de las legislaturas que “resultara en una forma de gobierno inalterable por leyes de una Asamblea”.
James Madison escribió en el Federalist No.36 que la nueva nación debería tener una forma federal entendida como “un sistema político en el que al menos dos niveles de gobierno comparten autoridad constitucional soberana sobre su respectiva división territorial y comparten unidas los poderes de hacer leyes; puesto en otra forma, ni el gobierno federal ni las entidades federativas relevantes pueden unilateralmente alterar los poderes de la otra, sin un proceso de enmienda constitucional en la que ambos niveles de gobierno participen”. Esto explica por qué en los EE. UU., cada Estado tiene su propia Constitución estatal, su propia legislatura, sus propios impuestos, su propia hacienda y asignación de recursos, su propia judicatura, y hasta su propia Guardia Nacional.
El presidente de los EE. UU. no puede ordenarle a un gobernador de un Estado que ejecute sus órdenes, ni éste tiene que obedecerle. El procedimiento para la elección del presidente federal fue producto de una profunda discusión que al final ganaron quienes proponían que en cada Estado los ciudadanos eligieran unos electores que los representaran en el Congreso Federal en el momento de la elección presidencial. Estos electores debían ser personas sabias e independientes sin intereses personales. Estas personas con poderes especiales conforman el Colegio Electoral que tiene hoy 538 electores. Su número, propuesto por Hamilton, es igual al número de senadores y representantes del Congreso Federal. Hoy se le agregan tres electores del Distrito de Columbia, donde se encuentra la ciudad de Washington.
Pero en 1836 ocurrió un cambio fundamental que alteró el concepto de electores sabios e independientes cuando se adoptó la medida de que en cada Estado, el ganador del voto popular se quedara con todos los electores del Estado, así las diferencias entre los candidatos fueran mínimas. Lo cual explica por qué se pueden ganar las elecciones pero perder la presidencia.
*Todas las traducciones al castellano son del autor.