Los colombianos necesitamos un milagro grande, muy grande: el final del enfrentamiento promovido por la extrema derecha y la extrema izquierda para llegar al poder, en reemplazo de la administración de Juan Manuel Santos, un demócrata demasiado tímido para enfrentar el desafío de una oposición que recurrió a todas las armas, incluyendo la calumnia, para lograr lo que logró: el relevo en la Presidencia y las mayorías en el Congreso.
Fue pelea de tigre y burro amarrado, que tomó por sorpresa a muchos, empezando por las colectividades tradicionales, el liberalismo y el conservatismo, que fueron devoradas por el apetito insaciable del nuevo jefe de la extrema derecha, el expresidente Álvaro Uribe, a quien he bautizado como “el milagroso’’ por los prodigios que logró en los primeros años del siglo 21
Pensando en compañía de mi almohada y el espíritu de mis ángeles tutelares, mis padres y mi esposa, todos en el cielo, llegué a la inteligente conclusión de que necesitamos más fútbol, lo único que nos une, sin discusión, a todos los colombianos, desde el más alto hasta el más humilde. Sólo nos divide, en ese campo, la crítica al entrenador y a los árbitros porque los jugadores tienen el apoyo de hombres y mujeres de esta Colombia inmortal, que gozó y sufrió con el mundial de fútbol en el que nos fue bien pero nos hubiera podido ir mejor si no hubiera sido por los errores en el partido contra los ingleses en el que nos dimos el lujo de desperdiciar dos penales. Que es como botar billetes de lotería.
Nadie puede negar que el deporte más popular reúne todas las voluntades y unió a un país que lo necesitaba con urgencia después de una campaña electoral que partió en dos al país y nos llevó a momento de incertidumbre que no es bueno ni saludable, sobre todo si pensamos en las nuevas generaciones que quedaron en manos de una administración que, se teme, tiene ideas totalitarias y retrogradas, bien diferentes a las de Juan Manuel Santos, demócrata a quien se le fue la mano en conceder garantías a sus enemigos, como le ocurrió en el siglo 20 a Kruschev en Rusia, a Carlos Andrés Pérez en Venezuela y a Salvador Allende en Chile.
La democracia es una conquista demasiado buena para dejarla en manos de personas manipulables que, como ha ocurrido en otras latitudes, son presa fácil de los cantos de sirena y de las ofertas de los demagogos que prometen hasta devolverle la virginidad a damas de uno en conducta.
P.D. El exministro Juan Cristo, que hizo gastar cuarenta mil millones para satisfacer su vanidad, se va del liberalismo. Bien ido. Conocerá la ingratitud de quienes lo engañaron para montarlo en un absurdo. GPT