El Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) nos ha venido presentando una serie de estadísticas que son realmente impactantes en relación con la recuperación del empleo y en general, las nuevas empresas que están ayudando a la reactivación económica.
El Banco de la República ha decidido incrementar su tasa de interés básica al 2% con el objetivo de enfriar la economía y prevenir que se desate la inflación, que haría perder el poder adquisitivo de la población.
Pero lo que nos muestra el DANE son estadísticas. Pero si a la estadística le ponemos un nombre, una cara, deja de ser un número para convertirse en un ser humano, con sus ilusiones, sus problemas y circunstancias personales, sus afectos, sus miedos y sus creencias que suman pero se pierden en el conjunto.
Luis Carlos Galán señalaba el martes pasado en este diario que el desempleo juvenil en Colombia es cercano al 25% y el acceso a la educación superior apenas el 48%. No es de extrañar que el rango de edad con más casos de suicidio es precisamente entre los 22 y 24 años, precisamente quienes no encuentran empleo a pesar de la recuperación global. En Norte de Santander la informalidad actual es de 70%, 30 puntos por encima del promedio nacional. De 697.000 personas en edad de trabajar, solo 331.000 están trabajando, en su mayoría, hombres.
Otro hecho preocupante que nos muestran las estadísticas tiene que ver con el incremento anual de la población. Entre 2008 y 2019 hubo 8.005.160 nacimientos y 2.554.559 defunciones. Esto quiere decir que en una década aumentó el número de colombianos en 5.400.601, un promedio anual de 454.217 nuevos ciudadanos que pronto estarán engrosando el mercado laboral. A este número hay que añadir los inmigrantes, aproximadamente 1.500.000, que requieren servicios de salud, educación, vivienda y el derecho a una vida digna como lo consagra nuestra Constitución y nos lo recuerda reiteradamente en sus columnas el exmagistrado de la Corte Constitucional, José Gregorio Hernández.
Es importante mirar estas cifras en relación con las predicciones de Thomas Malthus a finales del Siglo XVIII, quien propuso que mientras la población crecía a un ritmo exponencial, la producción de alimentos lo hacía lentamente, con lo que el mundo sería incapaz de producir suficiente comida para todos. La tecnología logró superar este problema con diferentes avances tecnológicos, aunque aún, actualmente, hay hambrunas en algunos países.
Las consecuencias económicas de la pandemia han resultado en una situación particular dentro de la teoría general para nuestro departamento. Mientras que el PIB promedio nacional por habitante fue de $19,9 millones, el PIB por nortesantandereano cayó de $10,4 millones en 2018 a $9,7 millones en 2020, diez millones menos que en el resto del país. Esto se traduce en familias que solo consumen dos comidas al día, mayor pobreza multidimensional y falta de empleo.
Cuando comenzó la pandemia, temimos que fuera como la peste negra que acabó con la mitad de la población europea. Afortunadamente los científicos que habían venido estudiando el virus del SARS de 2002 estaban preparados para lograr una vacuna que nos permitirá controlar el SARS-CoV-2 y reducirlo a una endemia. Pero, aunque se controle la amenaza biológica, nos enfrentamos a una sexta extinción de los seres vivos antes de 2050 debido al incremento de gases de efecto invernadero, producto de la actividad humana. ¿Será que las grandes potencias reducirán su producción de CO₂ cuando todavía haya tiempo?
Este superficial diagnóstico debe servir para Cúcuta. Urge recuperar empleos perdidos y crear nuevos. La educación desde lo técnico hasta el posgrado universitario es absolutamente fundamental para lograrlo. Tenemos que preparar a los trabajadores si queremos que en los próximos años logremos la justicia social que nuestro Norte de Santander merece y le ha sido negada.