Hasta 1957 en Colombia la confrontación política estuvo dominada por el sectarismo. Bueno, eso decían los “violentólogos”, para explicar los horrores políticos de los dos partidos tradicionales de Colombia.
Ser sectario decían los unos de los otros: militantes del partido Liberal o del partido Conservador, es ser intolerante, excluyente, discriminante, y hasta exterminante del adversario. Una inverosímil ruta política equivocada en 138 años de vida republicana, en la que los partidos ambos reaccionarios, hicieron 10 guerras civiles y otras pequeñitas.
Sí, así fue hasta 1957 cuando se pactó la tregua del frente nacional, que al dejar sin controles políticos a la república porque todo se repartió, se desbocó la corrupción tolerada entre abrazos liberales y conservadores para la exclusión de los terceros, que optaron por una nueva guerra, que, entre ideas románticas y posteriores negocios innombrables, nos sumieron en otra violencia ajena, incomprensible, sin salidas y sin entradas como en el mundo de Orwell.
Pero ahí vamos, ciegos y sordos porque ahora ya no hay secta. Hay polos. Más de contenido económico que ideológico, pero polos preñados de fanatismos y prejuicios igual que los tiempos de la secta partidista. A veces los contenemos solo en frases o en palabras sin sentido, o en adjetivos despectivos que de todas formas alimentan o producen violencia, frontal o simulada. Sí, como en el mundo de Orwell: “Guerra es paz, Libertad es esclavitud, Ignorancia es fuerza, ¿qué más da?
Con los polos, se llega a extremos opuestos, irreconciliables, todos mienten creyendo tener la verdad, a sabiendas de la mentira. Y así se ganan espacios y apoyos y en el paso siguiente se sumen sectarios para renovar la guerra. Vuelve la intolerancia, la discriminación, el contagio del odio produce hasta purgas internas. Como en la vieja ortodoxia que excomulga a aquellos que no son compatibles con el credo impuesto: Es el mundo de la polarización.
Menos mal que las polarizaciones pasan y como los huracanes, pierden fuerza y se desvanece, como el huracán Trump, que polarizó a los Estados Unidos, con la ilusión de un polo autoritario y nacionalista.
Y que lo ungió no obstante sus afirmaciones brutales y salvajes, como aquella de la campaña de 2016 en Sioux City en el Estado de Iowa “Yo podría pararme en la mitad de la quinta avenida y darle un disparo a alguien y no perdería ni un voto”. Tal frase sería el retrato de su administración. Nada le importaba.
La polarización deja tareas de reconstrucción. Es la tarea de J. Biden: unir al país por encima de todo sectarismo, de toda polarización. Es la tarea del próximo Presidente de Colombia. Superar los odios, la polarización de los caudillos intemperantes, que luego de 16 años de errores nos quieren dividir.
Adenda: En medio de tanto dolor, una feliz navidad y un buen año nuevo.