Decía Edgard Morin en Le Monde este 20 de abril: “El confort intelectual y el hábito se horrorizan ante los mensajes que los perturban.” Esta frase resume el variopinto análisis de la actual situación que leemos en los periódicos locales, nacionales y mundiales.
No soy economista ni politólogo. Soy bioquímico médico cuya investigación experimental se ha restringido a las raíces básicas de la enfermedad cardiovascular. Pero he encontrado en la historia una forma de entender no solo el método de las ciencias experimentales sino también el de las ciencias sociales. Por eso, desde mi ignorancia me golpean una serie de preguntas para las cuales no tengo respuesta y que me gustaría compartir con mis lectores.
Encontré hace poco un análisis de César Ferrari, distinguido profesor de economía de la Universidad Javeriana, en el que decía que el Producto Interno Bruto (PIB) colombiano estaba constituido mayoritariamente por las operaciones bancarias, en segundo lugar por nuestras exportaciones mineras y en tercer lugar por el resto de la economía. Si se quitaban las dos primeras, el crecimiento del PIB era cero.
Una rápida mirada a los indicadores muestran que el rubro de operaciones bancarias sigue incrementándose, mientras que el resto de la economía se contrae.
Empresarios desesperados pedían que los bancos les prestaran para continuar pagando la nómina y la respuesta era que no podían prestar el dinero de los colombianos depositado en los bancos. No hay duda que esto es cierto, pero mi primera pregunta es, ¿a dónde van las ganancias inmensas que se obtienen prestando el ‘dinero de los colombianos’? ¡Porque a nuestras cuentas corrientes no se reconoce interés por el dinero que le hemos prestado al banco cuando le depositamos nuestros sueldos! Ahora, ¿por qué de esas ganancias no hay manera de que los mismos bancos constituyan garantías como las que les tuvo que dar el Estado del 90% del crédito para hacer un préstamo?
Y paso a mi segunda pregunta. El valor del barril de petróleo que en las cuentas ‘conservadoras’ del ministro Carrasquilla se había fijado en alrededor de US$60, en este momento está alrededor de US$24. Pero resulta que la producción de un barril de petróleo en Colombia cuesta US$30, de manera que los ingresos de Ecopetrol y de la nación se esfumaron.
Pero en Arabia Saudita parece que el costo de extracción está alrededor de US$10. Pero se especuló tanto y se produjo tanto petróleo que ante la pandemia, que redujo a casi cero el consumo de gasolina para el transporte, hace unas semanas ¡se pagaba para que recibieran el petróleo almacenado en buques tanques!
Mi tercera pregunta es: ¿qué va a pasar ahora, si aún con la reactivación de la industria del transporte en forma escalonada no es previsible que el petróleo suba, siquiera en el mediano plazo, a niveles que permitan que nuestra economía pueda recuperarse? y ¿no será que Ecopetrol debiera reinventarse y se dedicara a incentivar la petroquímica y generar productos a partir del petróleo, que permitan una mejor vida para los colombianos?
Para ello, las universidades tendríamos que cambiar nuestros programas académicos y pasar de ingeniería de petróleos a carreras profesionales relacionadas con la petroquímica basados en la ciencia existente y en la producida por los laboratorios de las universidades. Otra nota de caución: ya se están produciendo automóviles eléctricos que comienzan a rodar por Colombia.
Una cuarta pregunta: ante una pandemia que afecta a todas las personas independientemente de su credo religioso o su afiliación política, en el país todavía estamos divididos irreconciliablemente acerca de la forma de obtener la paz, que es el bien supremo. ¿Será posible que los dos bandos puedan unirse a buscar en conjunto la paz que es lo que ambos dicen que buscan? Y a nivel de Cúcuta, ¿será posible que quienes perdieron ante una ciudadanía que clama porque no haya corrupción renuncien a sus maniobras y busquen con el alcalde el beneficio común, que es lo que Cúcuta espera de ellos?
