Dice Gloria Arias en El Espectador: “Entiendo que no podemos cansarnos. Hay demasiadas cosas por hacer, un país por recomponer y 50 millones de personas que merecen levantarse sin miedo.” Respondo a Gloria: “No puedo cansarme de tratar de comprender la mente de los miles de personas que salen a las calles para protestar, porque por fin se dieron cuenta de que todo se lo habían quitado sin que nos hubiéramos dado cuenta de que nos lo quitaron, porque nunca lo tuvimos”.
La pandemia desnudó la realidad en la que vivimos y en la que nos acomodamos, porque era nuestra propia naturaleza. Pero el paro nacional, que ya lleva cuatro semanas, en el que sus organizadores y los representantes del Gobierno se comportan como marionetas ciegas que bailan al ritmo de sus propias partituras construidas a la luz de convicciones heredadas y apropiadas sin discusión y manejadas por titiriteros invisibles que tienen sus propias agendas, han llevado al país a una crisis de desgobierno, caos y violencia indiscriminada en la que jóvenes y policías han muerto como si estuviéramos, durante el día en protesta civilizada con alegría y cultura, y por las noches en plena guerra civil. El arma que se emplea contra toda la población son los cierres de las vías que atacan la fibra misma de una sociedad indefensa ante la protesta, en la que cada vez más se estrangula a las ciudades y al país mismo, ahogado económicamente ante su propia incapacidad de respuesta civilizada.
Tengo que seguir tratando de comprender la mente de quienes nos han llevado con su intolerancia, su negacionismo, su desconocimiento de acuerdos anteriores, su incomprensión de los que son diferentes, la “gente de bien” que confundió los juegos artificiales de los “indios” con disparos a los que había que hacer frente, al callejón sin salida en el que estamos. Tengo que tratar de comprender qué pasa por la mente de quienes disparan sus armas, piedras, palos y balas contra “el enemigo” que es simplemente “el otro”. Y la de los que aprovechan para destruir por destruir, arrasar con el campo del otro para que nunca vuelva a producir. ¿Son cerebros independientes carentes del control de la corteza prefrontal, dejando libre lo más primitivo que maneja el sistema límbico?
Las neurociencias no me ayudan y debo volver a Immanuel Kant, quien en su respuesta a “¿Qué es la ilustración?” decía: “Minoría de edad es la incapacidad de servirse de su entendimiento sin la dirección de otro. Uno es el culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino de decisión y valor para servirse de él sin la dirección de otro” ¿Será que tanto los dirigentes como los protestantes pacíficos, pasando por los vándalos y desadaptados, son menores de edad que se comportan de acuerdo con lo que sus “tutores” les ordenan explícita o subliminalmente? El tutor puede ser una persona o una doctrina. Las hordas que comandó Hitler encontraron la necesidad de un líder en un pueblo acostumbrado a la minoría de edad y humillado por las condiciones que los vencedores les impusieron al terminar la Gran Guerra.
En esta situación de estado de sitio fáctico en la que estamos viviendo, la única solución es liberarnos de la tutela de los “tutores” y las ideologías tanto políticas como económicas. Biden recupera la economía de los EEUU invirtiendo un billón de dólares en infraestructura, mientras nuestros economistas nos dicen que no tenemos con qué sobrevivir. La ortodoxia económica no acepta el hecho de que fue la creación de trabajo, siguiendo la propuesta de Keynes, la que sacó a los Estados Unidos de la gran depresión. Pero se preocupan por los efectos inflacionarios del dinero circulante. Liberémonos de los “tutores”. Aún existe esperanza.