Madrid.-Ha terminado un inesperadamente trémulo año y no paran de llegar las buenas noticias para el sector editorial de España. Primero, el gremio en pleno presenció la oportuna resurrección del libro de bolsillo, formato que cerró un magnífico 2021 con un incremento del 20% en sus ventas y se consolidó como la alternativa preferida de bajo costo para la masificación de la lectura. Luego, y como si lo anterior no fuera ya suficiente motivo para creer en la recuperación de esta industria, pocos días después se anunciaría la guinda del pastel que dejaría muy alto el listón para 2022: con un astronómico aumento del 25%, la venta de libros registraría los mejores números de la última década.
Mientras tanto, en Colombia la venta de libros se desplomó durante el año del confinamiento algo más del 16%, crisis que España consiguió contener hasta estabilizar las pérdidas en un milagroso 4%, y aunque los números definitivos de 2021 apenas se están terminando de cocer, lo más probable es que no consigamos las cifras históricas que se están obteniendo al otro lado del Atlántico. Ante esta disparidad de realidades paralelas, hay dos factores determinantes que saltan a la vista.
Para empezar, lo de siempre: los libros siguen siendo objetos de lujo, casi que joyas intelectuales. Aun cuando en España los libros tributan por concepto de IVA a un tipo impositivo mucho más alto (4%) que en Colombia (0%), la compra de un libro recién publicado, a un precio promedio de 20 euros, representa para el español apenas un 2% de su salario, mientras que para el colombiano la misma faena, a un precio promedio de 45.000 pesos, constituye un esfuerzo doble, pues representa más del 4% de su salario. Cuando, proporcionalmente, un español podría comprar dos veces más libros que un colombiano, destinando para ello el mismo porcentaje de sus sueldos, no sorprende que las librerías de Madrid resistan mejor los embates pandémicos.
Por otro lado, están los incentivos: no exento de tintes electorales, España aprobó en octubre un bono cultural de 400 euros canjeable, entre otras cosas, por libros para todos aquellos jóvenes que alcanzaran la mayoría de edad en 2022. Aunque una medida de esta magnitud es impensable en nuestro país, sí podría ajustarse a algo más realista, por ejemplo, que el estado subsidie la compra de un libro de literatura de libre elección al año para cada niño de primaria. Así, en lugar de simples inyecciones de capital directas a las librerías, que tampoco vienen mal, podríamos potenciar los beneficios de ayudas de este tipo cultivando en los menores, al mismo tiempo, el hábito de comprar libros.
Tal vez este diagnóstico no contenga fórmulas distintas a las que se han venido recetando desde siempre para tratar las dolencias lectoras que sufre Colombia, y eso que solo hemos abordado la arista relacionada con el volumen de ventas de las librerías, pero la llegada de un nuevo enero, y la urgente necesidad de mejorar los indicadores lastrados por el virus, demandan un amable recordatorio al respecto.
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