Después del terremoto de Cúcuta, el 18 de mayo de 1875, la ciudad quedó en ruinas. Luego de enterrar a los muertos y tratar de salvar lo poco que quedaba, algunos de los hombres visionarios que sobrevivieron comenzaron a pensar en la ciudad que vendría después de semejante tragedia; había que levantar la moral, las ganas de salir adelante y por supuesto, la infraestructura.
Para tal misión se encargaron tareas a Francisco de Paula Andrade Troconis, quien fuera el ingeniero que hizo el trazado de las calles de la Nueva Cúcuta. El cabildo municipal no dejó de sesionar y logró su traslado a la nueva ciudad el 9 de febrero de 1876, según narran las crónicas, se realizaron las siguientes descripciones: “Consideraron adecuado reasentarse sobre la misma zona que ocupaba la urbe devastada, redefiniendo un nuevo emplazamiento de manzanas y vías, ampliando los anchos de calzada. La ubicación cercana al río Pamplonita, garantizaba el suministro del agua a la población, la cría de especies y el manejo de aguas servidas, quedando ubicada de manera estratégica a escasos metros de Venezuela, sobre el que se venía consolidando el intercambio comercial tanto por vía terrestre como por vía marítima con el lago de Maracaibo y el interior del país. El crecimiento económico y comercial de Cúcuta venía fortaleciéndose desde la segunda mitad del siglo XIX. Esta situación permitió que el proceso de reconstrucción tardara pocos años, labor en la que se involucraron los estamentos oficiales, el comercio y la comunidad afectada de manera decidida.”
Desde los años 50 esta avenida comenzó a albergar grandes casonas, que luego se convertirían en entidades de todo tipo: bancos, comercios, laboratorios y restaurantes, entre otras. Los hoteles de mayor relevancia se posicionaron en este lugar emblemático, entre ellos, el Hotel Arizona y el denominado Hotel Tonchalá, siendo este último inaugurado por el señor presidente de la República de aquel convulsionado momento, el general Rojas Pinilla. Fue tal el impacto de dicha avenida que Ignacio Brahim, Álvaro Riascos, Gustavo Ararat y la arquitecta Isabel Carmenza Sanmiguel, en un proyecto cívico de amor por la ciudad, el 31 de julio de 1990 crearon la Corporación Avenida Cero (Corpocero) que acumuló varios premios nacionales y regionales por la belleza, orden y seguridad que ofrece desde el corazón de la ciudad.
¿Pero qué queda de esto hoy? Nos tomamos la tarea de recorrerla de principio a fin desde el puente Troconis Andrade o puente de la calle 20 hasta el canal Bogotá. Lo primero que observamos fue el fuerte deterioro en sus aceras, incluso no aptas para personas en condición de discapacidad. Dolió mucho ver que la gente pasa al lado de la escultura “Tres aros en la vía” en la calle 15 sin percatarse de la importancia de la misma y la fuente luminosa ya no tienen su mayor atracción: las pequeñas babillas que tantos disfrutamos de niños, pero lo más preocupante fue sentir miedo ante tanta inseguridad. Contamos 13 personas en las esquinas y cruces en diferentes oficios informales al borde de la ilegalidad como la mendicidad y el expendio de drogas alucinógenas. Solo en la parte de atrás de las calles 8 y 9, al lado del antiguo consulado de Venezuela, alrededor de 20 personas estaban a plena luz del día consumiendo heroína y otras sustancias. Ni hablar del parqueo y movilidad, así como la reducción del espacio público.
Esta reflexión sociohistórica tiene como fin amar lo nuestro para cuidar lo de todos, para que con sentido de pertenencia volvamos a recuperar esa bella imagen de la Cúcuta que queremos, de La Perla del Norte. ¡Juntémonos y hagámoslo!