Con ocasión del actual conflicto con Venezuela por el cierre inesperado de la frontera, lo que tiene encerrados en albergues a los damnificados del mismo, se preguntan académicos y periodistas en los medios de comunicación si Colombia debe seguir con su diplomacia de blandura poco grata.
Siempre se nos enseñó que Francisco de Paula Santander fue, después de la Independencia, el organizador civil de la República, el “Hombre de la Leyes”, como si en ese momento él se hubiera inventado todo ese arsenal jurídico que puso a disposición de la nueva República, y no hubiera sido la aglomeración de conocimientos acumulados centurias atrás.
Entonces, se ignora, por ejemplo, que desde la época de los Chibchas -como lo recuerdan los profesores Diego Montaña Cuéllar, en su libro Cambio Social, y Otto Morales Benítez, en su texto Derecho precolombino, raíz del nacional y del continental- existían “Normas de Derecho” y que fueron el cacique Nomparem y el zipa Nemequeme los más destacados legisladores de los Chibchas.
Además, cuando Antonio Gómez Restrepo, en su Historia de la literatura colombiana, reseña al conquistador y abogado Gonzalo Jiménez de Quesada, lo reconoce como uno de los que nos enamoró de las fórmulas de la ley escrita y nos hizo amigos del régimen civil en el gobierno, mucho antes de que naciera Santander.
¡Qué falta la que hace en nuestras facultades de Derecho la cátedra de Historia del Derecho, que ya existe en las capitalinas!
Alguna vez leí un artículo del profesor Beethoven Herrera Valencia, profesor de las universidades Nacional y Externado, donde habla de “Santanderismo decadente”, ese apego a la norma jurídica y según el cual “lo que no está escrito no es de este mundo”.
Entonces, tenemos que dejar de ser santanderistas y pendejos y ponerle a nuestra diplomacia un poco más de agresividad, no en el sentido de violencia sino de acometividad, dos acepciones que trae el DRAE. Lo sucedido recientemente en la OEA, donde Colombia perdió por un voto su petición de convocatoria de cancilleres del hemisferio para debatir el tema de los deportados, la perdimos por creer que todo era evidente, éramos víctimas, teníamos la razón, las normas internacionales nos protegerían y la comunidad internacional nos apoyaría. ¡Decepción!
El mejor ejemplo de acometividad lo tenemos cuando la excanciller Nohemí Sanín Posada hizo un trabajo admirable por todo Centroamérica y el Caribe para que su jefe, el hoy expresidente César Gaviria Trujillo, fuera elegido Secretario General del organismo hemisférico. El problema de nuestra diplomacia es la politiquería y la inactividad.
En las actuales circunstancias hizo más Donamaris, un simple alcalde de provincia, porque fue hasta la OEA y se trajo al Secretario General de la misma.