Hace poco, dentro del carro en uno de los interminables trancones de Bogotá, leí un aviso que colgaba de una pared en un parqueadero. “No parquear. Si lo hace, pinchamos sus llantas”, decía, a modo de amenaza, el letrerito.
Me bajé del vehículo y entré al banco. Ahora, en la infinita fila bancaria, leo otro aviso: “Compre su seguro antirrobo por menos de 500 pesos diarios. Aseguramos paseo millonario, hurto de billeteras, hurto de celulares…”
Esas dos leyendas muestran, claramente, las dos caras de este país: La del ciudadano que cansado de que le bloqueen la entrada a su parqueadero, se toma la justicia por mano propia. Y la del hábil comerciante, que ve en los robos la oportunidad de hacer dinero, en este caso por la vía de la venta de seguros.
No son casos aislados: Son las dos caras de la misma moneda, que es la debilidad del Estado. La debilidad en sus dos caras más lamentables que son las del negociante y las de justiciero.
La cara del que ya no aguanta más injusticias, incomodidades, ni más atropellos y decide amenazar con letrero a bordo, bien claro ante todos, que está dispuesto a generar el mayor daño posible. “Métanse conmigo y verán” sería la traducción del aviso. “Métanse conmigo y verán, porque ya me cansé de llamar a la policía, que nunca fue capaz de hacer nada”, agrego yo.
Y los del Banco… los bancos siempre un paso adelante. Como ya vieron que la cosa con el Estado es débil, entonces venden y convierten en monedas el miedo y la inseguridad. “Es cuestión de tiempo que le hagan el paseo millonario, entonces mejor compre un seguro” se podría traducir el letrero del Banco. “Como las autoridades no son capaces de hacer su trabajo, y ud sigue a merced de los delincuentes, venga a nuestras oficinas y minimice el daño que le van a hacer” traduciría yo.
Sé que soy monotemático con el tema de la debilidad del Estado. Lo sé. Mea culpa. Pero es que es inconcebible que hablemos de paz, de reconciliación, cuando tenemos que acudir a la mano propia para obtener un mínimo de seguridad. Y más penoso que ya haya productos financieros que cubran el riesgo.
No me imagino en países serios vendiendo productos que cubran el paseo millonario, ni el secuestro, ni la extorsión. Tampoco me imagino que haya letreritos en los que se señale que el propietario de este o aquel lugar está dispuesto dañar su propiedad porque usted incumplió esta o aquella norma.
No me imagino en esos países lo que deben pensar de ver esas leyendas por estos lados. Quizá les parezca tropical, cheverongo, y simpático. Por eso nos mandan unos pesos para apoyar el proceso de paz.