Es imperativo para cualquier sociedad pensar en sus niños y jóvenes, siempre he llamado la atención sobre el caso Cúcuta, partiendo de dos elementos: la primera, el potencial que tiene la ciudad para insertar a esta población a procesos de desarrollo, y la segunda la preocupación sobre su futuro y la inercia institucional y social que limita las posibilidades de generar oportunidades. Lo anterior parte de la siguiente realidad, según la pirámide poblacional de Cúcuta (proyecciones del DANE 2015) para 2015 las personas entre 15 y 24 años de edad figuran con una mayor participación y los hombres entre 15 y 19 conforman el grupo de edad con más población, edades en las que generalmente se ingresa a participar en el mercado laboral. Uno de los datos preocupantes, según el DANE, es que Cúcuta tiene la tasa de desempleo juvenil, para 2015, más alta del país (21,5%), lo cual es preocupante.
Por otra parte, frente al trabajo infantil, la cifras de 2015 refleja que en la ciudad estaban trabajando 15.692 niños y niñas, y 8.572 que realizaron labores en el hogar por 15 horas o más; esto quiere decir, que 24.264 niños y adolescentes se encontraban realizando alguna labor considerada trabajo infantil. Las tasas de trabajo infantil de Cúcuta A.M. son inferiores al promedio Nacional, pero superiores a las registradas para las 13 áreas metropolitanas, lo que la ubica como la tercera ciudad con mayor trabajo infantil, superada solo por Ibagué (8,29%) y Neiva (8,26%), y tercera en trabajo infantil ampliado, después de Sincelejo (16,8%) y Neiva (13,9%).
Por otra parte, el Sistema de Información Integrado para la Identificación, Registro y Caracterización del Trabajo Infantil y sus Peores Formas – SIRITI, del Ministerio de Trabajo, arroja que del total de casos reportados en la ciudad a 2015, el 11,5% está relacionado con peores formas de trabajo infantil y el 84% está en riesgo de algún tipo de vulnerabilidad.
En Cúcuta, en 2010, el 44% de las víctimas registradas por causa del conflicto armado eran menores de edad y, aproximadamente, la mitad de ellas pertenecían al rango etario de 0 a 5 años. Para 2015, esta proporción aumentó a 50 pp, de los cuales la mayoría (20%) seguían siendo niños y niñas menores de 5 años, seguida de aquellos entre 6 y 11 años (19%); sin embargo, el número absoluto de víctimas y población infantil victimizada ha venido disminuyendo desde 2013, año en el que alcanzó su máximo registro con 1.304 (119% respecto a 2012) niñas, niños y adolescentes victimizados y víctimas del conflicto.
Desde entonces, su disminución ha sido significativa, pero no menos preocupante, al registrar 528
(-60%) víctimas en 2014 y 205 (-61%) en 2015.
Es importante reconocer que hay una propuesta interesante en el Plan de Desarrollo Municipal “Jóvenes con Participación Activa en la Transformación Social de la Ciudad” donde se identifican y se atienden problemas como la disminución de embarazos adolescentes, enfermedades de transmisión sexual y consumo de sustancias sicoactivas, al igual que la creación del sistema municipal de juventud; pero en otros aspectos es débil de ambiciones el plan, como es el caso de educación y empleo juvenil. Los jóvenes son una oportunidad, pero si no atendemos acertadamente esta población estarán enterrando con ellos el desarrollo de la ciudad.