Los pasados procesos de decisión democrática frente a la firma de los acuerdos de Paz han puesto de manifiesto los grandes contrastes, diferencias y odios entre todos los colombianos. Pero sobretodo ha evidenciado la fragilidad del Estado para conciliar los diferentes puntos de vista y dar solución de manera consensuada, permitiendo que la firma y apuesta por una idea se convirtiera en la votación por personajes disimiles que tanto en épocas pasadas como en la actual no materializaron realmente escenarios urbanos que permitieran el reconocimiento de la diversidad.
Nuestra sociedad ha iniciado un proceso de transformación y de mutación tras el triunfo del NO a los acuerdos de La Habana provocado por la acumulación de tensiones y el vendaval de ira de ambos bandos, Colombia no será la misma, aunque las soluciones se debatan entre quienes durante los últimos gobiernos no han sido capaces de crear condiciones de vida digna para las actuales generaciones.
Los gravísimos problemas de nuestro país que parecían no tener solución han permitido cuestionar de manera implacable las administraciones que han dejado ausentes a las mayorías, privilegiando intereses económicos que incrementan la brecha social. A esto se suma, -como se evidencia en las ultimas consultas ciudadanas- una escasa cultura ciudadana de participación que ha proporcionado muy escasos episodios de direccionamiento de la comunidad en la renovación de la ciudad.
Ya no basta tanto para la construcción de la Paz como de la ciudad y su territorio como entorno democrático para resolver las diferencias fundamentadas en las desigualdades sociales, con que se eliminen los excesos y apostar por medidas de respeto ambiental, incluir avances en movilidad sostenible y manejo de energía y residuos. Es preciso incorporar criterios de justicia social, de fomento a la cohesión ciudadana considerando sus diferencias y opiniones; es decir de luchar en definitiva contra la desigualdad.
Y esta desigualdad se manifiesta en los barrios informales de nuestra ciudad, producto de la ausencia de planificación a largo plazo, de la violencia, el desempleo, la pobreza y falta de acceso a la educación. Problema que nace y se enquista en las periferias pero que hace sentir sus síntomas en todo el territorio. No hay formulas mágicas, pero seguro que las soluciones van más allá del autoritarismo y de suponer que serán aceptadas las decisiones tomadas desde otros niveles que desconocen históricamente la problemática.
Las soluciones y aportes a la Paz empiezan por la participación ciudadana integral. Aquí es donde juega un papel imprescindible la arquitectura y el urbanismo como potentes instrumentos cívicos de materialización del fin del conflicto. Hay que eliminar los barrios de invasión y formas marginales de hacer ciudad que nos dan como resultado un mosaico de tejidos y contrastes entre zonas compactas, difusas y desagregadas donde el común denominador es la segregación social.
Cuando el urbanismo y la arquitectura hacen mas falta que nunca, es necesario resolver como vamos a construir esos escenarios de postconflicto y reparación. Frente a estos desafíos las administraciones deben desarrollar nuevas formas de inclusión que direccionen los intereses ciudadanos reales y pasar de la gobernabilidad a la gobernanza. Por que hemos sido una ciudad en medio de dos naciones con su cultura y su lengua, pero sin su Estado y sin proyecto, que se autoengañó con el crecimiento económico del pasado como solución a sus problemas. A esta tierra ausente de proyectos urbanos para la Paz, los urbanistas y arquitectos estaremos atentos mas al clamor de sus ciudadanos y mas cerca de los políticos que entiendan la esencia de la ciudad.