Por estas calendas preelectorales me considero el más inteligente y el más lindo de la parroquia. Así me hacen sentir los candidatos que aspiran a mi escurridizo votico en octubre.
En elecciones, los aspirantes hablan bellezas de los votantes desde su maquillada sonrisa. Sus dientes impecables muestran que el odontólogo activó bien sus cacofónicos fierros. El cirujano plástico dejó una que otra mentirilla piadosa en muchos rostros. El peluquero reclama acciones en la fachada. La manicurista dejó los dedos sin cutículas. Se supone que pulieron las manos para que los candidatos las metan solo en sus bolsillos, nunca en los ajenos. Creativos de agencias de publicidad inventan eslóganes que trabajan cuando sus clientes andan huérfanos de ideas.
La historia se repite dizque porque carece de imaginación. Sucede cada vez que hay relevos en cargos públicos. Para mantener en alto la moral y la autoestima del constituyente debería haber elecciones siquiera cada mes. Pago por saber con quién hay que hablar para intrigar la respectiva reforma constitucional que nos obligue ir más a las urnas que al bar.
No se les siente el mal aliento moral a algunos aspirantes así las asustadurías les estén pisando los callos por patear los códigos. Si salen elegidos pese a las inhabilidades, sabrán interponer recursos que les permitirán terminar su período. Cualquier cosa con tal de conservar esas migajas del “afrodisíaco definitivo” como el centenario Kissinger denomina al poder.
Se exceden en buenas maneras, amabilidad. ¡Qué queridura de tipos! Ganas dan de invitarlos a almorzar en casa. Ganas que se esfuman pronto.
Utilizan un léxico exquisito como la ropa que exhiben en costosos pasacalles y afiches publicitarios. En muchas de las fotos parecen vestidos por la mamá. O mínimo, por la suegra, perdón, por la mujer. Nada de pintas bajadas con horqueta de algún almacén de media petaca. Que se vea la elegancia.
Deberíamos aprovechar la coyuntura para pedirles a los aspirantes que nos sirvan de fiadores en la compra de un pequeño yate, un pequeño apartamento, un pequeño avión y otras minucias que desvelan a Woody Allen.
Ellos están en lo suyo. La obligación de los electores es no dejarnos meter gato por liebre. No votaré por el candidato que levite ante la sola mención de la voz contrato que le suena a música celestial. Con ayuda de la Inteligencia Artificial trataré de identificar al indeseable en cuyos planes figura enriquecerse primero y “honradecerse” después a costillas del erario público.
Me generan sospechas esos avales conseguidos a través de organizaciones hechizas como la Asociación de Dueños de Pies Planos, Asodepiepla, o la Sociedad de Amigos de Mirar p’al Techo, Soamite. De estos candidatos me olvidaré en la intimidad de la urna. Aunque en asuntos electorales al perro lo capan muchas veces. La pésima memoria de los votantes es el as bajo la manga de los candidatos.
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