Me dirijo a casa después de una larga jornada de trabajo y debo hacer el pare obligatorio frente a una avenida principal y observo con detenimiento a un hombre de edad, con un tapaboca a medio poner, empujar un carro de helados, con la evidente cara de frustración de quien ha luchado incesantemente durante un día y no ha logrado vender lo necesario para compensar el esfuerzo de todo un día de trabajo. Lo más triste es que después de intentarlo todo el día, debe recorrer un extenso trecho de vuelta a su casa, donde su familia espera ansiosa su llegada, no sólo para verle, sino para saber cómo le fue.
Son muchos los hogares que hoy experimentan la frustración de no poder percibir lo suficiente para suplir sus necesidades básicas, producto de las medidas que se adoptaron a nivel mundial como protocolo para la contención del virus que afecta la humanidad. No es un secreto que la pandemia es el resultado de la fácil propagación del virus y que en principio el aislamiento social obligatorio puede ser tenido como una buena medida para evitar el alto número de contagios.
Pasados más de tres meses desde el día en que el país adoptó las medidas universales de aislamiento y mientras la gente empieza a salir de nuevo a la calle, se respira un aire de incertidumbre, pues parece que el tiempo no fue suficiente y que salir ahora nos hará perder lo que logramos con tanto esfuerzo. La frustración no es sólo del heladero, es la frustración de la sociedad, que siente que ha perdido tres valiosos meses, pues inevitablemente tenemos que reincorporarnos a las labores cotidianas, pues la economía no da espera.
Las familias se debaten en una triste realidad, salen a producir o se quedan en casa esperando quién sabe hasta cuando para hacerlo. Estoy seguro que si tuviésemos la posibilidad de sostener nuestras economías familiares, podríamos soportar el tener que permanecer en casa, pero lamentablemente no es así y por ello es necesario salir a empujar el carrito de helados de la economía para garantizar el ingreso que sustente las familias.
Creo que la suerte está echada, sí o sí la economía debe reactivarse, pues ya hicimos lo que debíamos, ahora tenemos que entender que debemos adoptar medidas de bioseguridad que garanticen poder desarrollarnos de manera normal, sólo que con reglas diferentes. Pronto podremos volver a estrechar las manos y abrazarnos, anhelamos poder sentarnos a disfrutar de un café en buena compañía y sentir la cálida brisa de un atardecer en nuestra ciudad.
Hoy los cafés parisinos registran multitudes dejando de lado el celular para chatear, pues están cansados de la virtualidad, sienten la necesidad de hablar y compartir de manera directa con sus amigos y no por zoom o video llamadas. Definitivamente el Covid-19 nos llevó a entender que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, al quitársenos uno de los derechos más importantes, la libertad.
No podemos permanecer en la tristeza y la frustración, tenemos que levantarnos a hacer que las cosas sucedan y aunque no sea fácil y algunos días no logremos lo que deseamos, quiero creer como lo dice desiderata “sea que te resulte claro o no, el mundo marcha como debiera”. Siempre hay un nuevo comienzo.