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Urbanidad y cívica
El saber convivir que nos enseña la urbanidad, se complementa con la cívica que nos enseña la manera como está conformado el Estado.
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Viernes, 6 de Julio de 2018

Hace unos años nombraron a una matrona de rancio abolengo  como ministra de Educación.  Antes de su posesión un periodista le preguntó: ¿qué títulos tiene usted para que la hayan nombrado ministra? Y ella le contestó: he criado 5 hijos. Para muchos de nosotros, esta respuesta era una prueba más de que para el gobierno de turno no importan los méritos y cualidades de sus ministros, sino simplemente pagar con una cuota de puestos los compromisos adquiridos durante las campañas.  

De acuerdo con la contestación de la ministra, las matronas antioqueñas que han criado quince y más hijos ¡tienen toda la experiencia, educación y méritos para ser ministras de educación!  Vino a mi mente este recuerdo oyendo al presidente electo Duque en su discurso al pasar a la segunda vuelta cuando, en un acto que lo engrandece, habló de tomar lo mejor de sus excontrincantes, empezando por las propuestas de Fajardo, y terminó diciendo que si era elegido presidente restauraría las clases de urbanidad y cívica en la escuela.  A la ministra de marras le fue igual que a las demás ministras. 

Pero lo que ella sí dejó claro es que la educación comienza por casa, por la familia, pero que la escuela debe complementar y a veces suplir lo que en la familia no se da.  El ministro a quien se le ocurrió eliminar la urbanidad del currículo escolar, probablemente movido porque en un vertiginoso viaje de uno o dos días a Estados Unidos o a Europa, no la vió dentro de la malla escolar de los sistemas de educación de esos países, nunca supo que urbanidad no es simplemente manejar las gracias sociales, como lo prescribe la Urbanidad de Carreño, sino que urbanidad, del latín, urbis, ciudad, es simplemente reglas para vivir armónicamente en sociedad. 

Es la forma de vivir y convivir como ciudadano, y convivir implica vivir con los otros, aceptando las diferencias y aprendiendo a dirimirlas de forma civilizada sin recurrir, como lo venimos haciendo desde hace décadas, a la violencia, al asesinato, a la desaparición forzada, al desplazamiento.  

La urbanidad se aprende en la misma familia, cuando todos comparten en armonía alegrías y tristezas, vivienda, cocina, comedor y habitaciones, los hijos respetan a los padres y los hermanos se respetan mutuamente.  Eso que se hace en familia, se debe repetir en esa gran familia que engloba a todas las familias de una misma región o nación, que es la sociedad en su conjunto.  

El saber convivir que nos enseña la urbanidad, se complementa con la cívica que nos enseña la manera como está conformado el Estado, cuya finalidad última es asegurar los derechos fundamentales de los ciudadanos que componen la sociedad. Un Estado en donde hay tres poderes en equilibrio para impedir arbitrariedades que conculquen la vida, la libertad y la propiedad de cualquier ciudadano dentro de la ley. Un Estado con un presidente, responsable ante la sociedad por sus actos a través de un Congreso que representa a la ciudadanía y que puede ser castigado por las altas cortes del poder judicial si no cumple con su deber. Y la constitución de cada uno de los tres poderes tanto a nivel nacional, como departamental y municipal.  

Empoderarse de la cívica por los ciudadanos, comenzando por las escuelas, permitirá en el mediano plazo que todos sean concientes de sus derechos, así como de sus deberes. Que ejerzan una vigilancia ciudadana para impedir que quienes deben servir al público no se aprovechen de sus posiciones para servirse a sí mismos, enriqueciéndose a costa de los bienes públicos que son sagrados y tienen destinación clara.  Ojalá el presidente electo, vuelva a las aulas las cátedras de urbanidad y de cívica.

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