Cuando colapsó la Unión Soviética a finales de 1991, poniendo fin a la Guerra Fría, muchos creyeron que dos grandes cambios se producirían en la política global: por un lado, que Naciones Unidas, surgida del horror de la Segunda Guerra Mundial y el poder nuclear, justamente para garantizar la paz y la seguridad internacional, se dedicaría a impulsar su segundo propósito fundante, cual es el Progreso de Todos los Pueblos. Por otro, que la OTAN dejaría de existir, dado que se creó en 1.949 como alianza militar de 11 países de Europa occidental, más Estados Unidos y Canadá, exclusivamente para contener cualquier agresión de la Unión Soviética. Sin embargo, en la política planetaria no ocurrió ni lo uno ni lo otro.
En cuanto a Naciones Unidas, si bien no se ha generado una Tercera Guerra Mundial y se han evitado algunos conflictos entre estados, lo que es un logro, guerras regionales de alto impacto se han desarrollado, como las de Corea y Vietnam, y múltiples disputas internas, como en el Congo, los Balcanes, Ruanda, Sudán, Iraq y Afganistán, para mencionar algunas. Por si fuera poco, la carrera armamentista ha continuado, siendo paradójicamente, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, o sea Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China y Rusia, los mayores vendedores de armas.
El Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de 1968 no fue bien diseñado, toda vez que les reconoció el estatus de potencia nuclear a los cinco permanentes del Consejo de Seguridad, sin comprometerlos a destruir su arsenal ni detener la investigación, y porque tampoco logró que Corea del Norte, India, Pakistán, Irán e Israel liquidaran sus planes nucleares. Mientras tanto, el resto del mundo, con la flor y bajo la premisa hippy de ‘hagamos el amor y no la guerra’, ratificó el tratado.
Pero lo más grave, el Progreso de Todos los Pueblos, o segundo objetivo de Naciones Unidas, parece una burla, en tanto que hay 131 naciones que integran el Tercer Mundo, de las cuales 49 se encuentran en completa bancarrota. En ese escenario de pobreza y subdesarrollo habita el 80% de la población mundial. Baste señalar que 2.500 millones de personas viven con menos de 2 dólares al día. Cualquiera concluye que es tarea prioritaria atenuar las disparidades entre las naciones, al estilo Keynes.
En relación con la OTAN, ya desaparecida la Unión Soviética, en lugar de disminuir, se ha fortalecido en intervenciones militares, presupuesto, y número de miembros, ahora bajo supuestas acciones políticas y humanitarias. Inclusive Naciones Unidas le delegó intervenir en los Balcanes, en donde su acción fue un completo fracaso. Después de los atentados del 11 de septiembre, la voluntad norteamericana hizo que tropas suyas se desplegaran a Afganistán, Iraq y Libia.
La OTAN la integran 30 naciones. Aunque se le prometió a Gorbachov en 1991 que no se extendería hacia el este para incorporar países de la antigua órbita soviética, poco a poco ingresaron Hungría, Polonia, la República Checa, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia. En capilla, de la antigua influencia soviética, se hallan Georgia y Moldavia, y la desventurada Ucrania, cuya obsesión por entrar quebró la diplomacia, desató la ira de Putin, y la descarnada e inhumana invasión rusa.
Ahora se habla de la intención de Finlandia y Suecia de ingresar a la OTAN, rompiendo su neutralidad, lo que parece un triunfo de Occidente, pero también una nueva provocación a Rusia. Al final, aunque la OTAN todavía parezca estructurada como oposición a Moscú, revitalizada por la guerra de Ucrania, la verdad es otra, porque la política global va mucho más allá. La estrategia de la OTAN y, en particular de Estados Unidos, es consolidar el bloque, pensando en el futuro, pues sabe bien que la amenaza para su hegemonía, en términos económicos y militares, la representa China. Ojalá reine la diplomacia, y nunca llegue esa confrontación apocalíptica.