En los años setenta del siglo veinte, Oriana Fallaci era la periodista más famosa del mundo, y en su libro, “Entrevista con la Historia”, registraba entrevistas a poderosos como el general Giap del Vietcong en la guerra del Vietnam, de Yasser Arafat líder de la Organización para la Liberación de Palestina y del secretario general de OPEP, que por esa época tenía al mundo en vilo por el embargo petrolero, tratando de mostrar las mezquindades del poder. Iba hasta sus guaridas y los retaba con preguntas y actitudes. Todos los periodistas querían ser como la italiana y su libro fue un tremendo best-seller.
Abiertamente izquierdista, aunque pensante, vivió con un guerrillero griego que le daba como violín prestado, pero ella justificaba esa actitud, diciendo que ese comportamiento era resultado de las vicisitudes propias de personas que habían sido parte de un “conflicto”. Eso también se lo oímos a las farc.
Desapareció de los medios con la misma fuerza que entró, y solo volvimos a saber de ella por su muerte acaecida en su natal Florencia después de vivir muchos años en el corazón del imperio: Nueva York.
Una vez superado su mamertismo por la tozudez de los hechos como la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y el ataque a las torres gemelas entendió que estaba en riesgo la civilización occidental a la que ella pertenecía, por parte del fundamentalismo islámico y pasó a defender su civilización occidental, en particular el concepto de libertad que ella entendió que era el corazón de la democracia liberal. Ya vivía en Nueva York cuando los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Oriana, finalmente entendió que cuando un hombre le pega a una mujer no hay justificación romántica, solo hay machismo, prejuicio o enfermedad mental, o las tres. Oriana justificaba antes las coñasiadas en las tensiones que su lucha por la libertad “socialista” le causaba y que él aliviaba levantándola a mano limpia. Con el tiempo entendió que coñasiada es coñasiada, sin atenuantes.
Su total despertar se dio con la caída de las torres gemelas, en lo cual vio un intento de destrucción de su civilización occidental y llamó a luchar para defenderla, abandonando ese discursito al que estamos tan acostumbrados en Colombia de respetar todas las “posiciones políticas”, así sean violentas. Entendió que hay modelos sociopolíticos buenos porque mejoran a toda la sociedad, y modelos malos, porque la dañan. Entendía que, a pesar de las falencias de la democracia, ésta debe defenderse de los modelitos antilibertad. Hasta ahí llegó la alegría; la prensa “liberal” la declaró hereje y la condenó a la oscuridad periodística. Se ganó la ignorancia de la prensa “progresista” para quienes esos tres hechos históricos no les dijeron nada y siguieron, hasta hoy, con ese discurso antioccidental, y relegando al ostracismo a sus herejes. En el periodismo de hoy no cabe el libre pensamiento sino profesar una fe, así sea antihistórica. Pasó con Oriana, pasó con Petkoff y pasará con cualquier periodista que abdiqué
del evangelio socialista.
Oriana Fallaci, nunca renunció a su derecho a pensar libremente y seguir los cursos históricos, adaptándose a ellos teniendo firmes convicciones y claridad de lo que debía defender.
En la introducción de su libro más famoso, “Entrevista con la Historia” Oriana describe qué al acabar la segunda guerra mundial, las tropas encontraron en el claro de un bosque un gigantesco NO realizado por la resistencia al nazismo, que Oriana extiende hasta un NO de rechazo al poder; ella por eso era contestataria. Buena anécdota en estos momentos en que Colombia lucha contra quienes quieren acabar con nuestra democracia liberal.
Y a la pregunta donde está Oriana, respondo diciendo que está en la memoria de quienes tenemos claro a que civilización y modelo de estado pertenecemos. Y no es al “progresismo jurásico”, así tenga refrendación constitucional en Colombia y esté en primera línea.
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