En la entrada al barrio San Luis, a unos pocos metros del monumento Los Panches, existe una peluquería que les brinda a los clientes un corto viaje al pasado.
El letrero de bienvenida es de metal, con una caligrafía en colores primarios que era muy común entre la década de los 80 y 90, y dice: «peluquería San Luis, cortes para damas, caballeros y niños».
A los visitantes los reciben algunos muebles de madera, un equipo de sonido que se ha resistido al paso de los años, un televisor de aquellos que deben ser levantados entre dos personas y varios posters que ya han perdido su color original.
En una de las sillas, siempre está cómodamente sentado su dueño y único trabajador, Rafael Darío Fuentes, un hombre de 75 años, quien a los 15 tomó sus primeras tijeras y empezó a ejercer de forma empírica el oficio que, sin pensarlo, le dio el sustento diario a lo largo de toda su vida.
Rafael ha sido testigo de las modas que se han impuesto en las distintas décadas, señala que su agilidad con las tijeras le permitía hacer los peinados que sus clientes pedían.
Desde el conocido copete de Alf, hasta los grandes afros que usaban las personas amantes de la música disco, pasaban por su emblemática silla. Aún así, el que más recuerda y que aún está plasmado en su mente, es el corte del Superman de la década del 70, inspirado en el actor Marlon Brando.
“La gente me pedía que les hiciera esa ‘cagada de mosca’ en el chipolo, a mí no me gustaba, pero igual eran clientes y los tenía que complacer”, comentó Fuentes.
Clientes fieles
“Tener clientes es difícil. En el mundo de los cortes de cabello hay muchas creencias, que si lo cortan bien abunda y si no se pasma”, señaló el peluquero.
Por su silla han estado cientos de personas y miles de historias, pero hay dos que recuerda con claridad y que siempre guarda en su mente.
“Un día llegó un militar, me dijo que quería un corte de cabello. Yo se lo hice, pensando que era un cliente más”, comentó. Lo que no se imaginó es que se trataba de un coronel del ejército y que se volvería su cliente más fiel durante cuatro años.
Una sonrisa se plasma en su rostro cuando lo recuerda; una vez el militar lo invitó a su casa a almorzar, luego lo llevó al centro a comprarle ropa y le dio un incentivo especial.
Tiempos difíciles
Desde que inició la pandemia, la vida le ha jugado malas pasadas a Rafael, lo que lo llevó a sufrir una profunda depresión.
“Alguien regó el cuento de que yo tenía COVID, y desde ahí la gente no vino más, no tenía clientes y por eso tampoco tenía plata para comer”, relató.
Su voz aún se le quiebra cuando recuerda esos momentos. Cuenta que su desesperación llegó a tal punto que un día decidió tirarse al piso y esperar a que la muerte le llegara, pero nunca sucedió.
“Me encontraron, me ayudaron y ya volví a pararme y aquí sigo luchando”, contó.
A la fecha, el hombre sigue trabajando, a la espera de que cada día llegue un cliente nuevo, aún toma con experticia sus utensilios y disfruta del único oficio que ha ejercido a lo largo de su vida.
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