Cuando la brisa golpea con mayor fuerza a la capital nortesantandereana, José Armando Correa sabe que ha llegado uno de sus momentos más esperados, porque despierta al niño que aún vive dentro de él: la temporada de cometas,
A sus 65 años le es difícil conseguir un trabajo formal, pero eso no le es impedimento para hacerse uno propio.
A las 7:30 de la mañana sale de su casa en el barrio Santo Domingo, a las 8:00 llega a su puesto en una de las intersecciones de El Malecón, donde se ubica en cada temporada de cometas desde hace seis años, y a las 5:00 p.m. recoge sus cosas y regresa.
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La mayor parte del año ajusta su oficio de acuerdo con la temporada dominante: entre finales de junio y primeros días de septiembre, vende cometas; en verano, piscinas; cuando no, se dedica a reciclar.
“Yo reciclo y, lo que consiga, lo vendo, es el único oficio en el que no tengo que poner plante, así es como me sostengo para pagar el arriendo y tener el sustento diario”, relató.
De esa manera fue como logró darle un futuro a sus hijos y, ahora que están grandes, le enorgullece ayudar en la crianza de su nieto.
Aprendizaje empírico
Una sonrisa brota en el rostro trigueño de Correa cuando relata que él mismo aprendió a fabricar cometas cuando era tan solo un niño de siete años.
Las primeras las hacía para él con hojas de cuaderno, más tarde, para la década de los 70, cuando el azúcar era empacado en bolsas de papel, él las usaba para hacer sus cometas con caña brava, el pegante era el líquido que destilaba el ‘caujaro’ o ‘uvita’, un fruto del que brota una gel semejante al pegamento.
“Bajábamos las pepas, unas nos las comíamos y otras las dejábamos para pegar los palos con los que hacíamos las cometas”, confesó con una sonrisa.
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Con los años y la experiencia obtenida, lo que duraba hasta un día se redujo a tan solo 10 minutos, lo mínimo que tarda para armar una cometa. Los días lunes se dedica a hacerlas y de martes a domingo las saca a la venta.
“Se trae la verada del monte, que es una espiga que brota de la caña brava como un hijo, se cortan los palos, se compra el plástico y se arma”, explicó.
Otras de las cometas en su extensa colección son importadas y las compra en los ‘quinientazos’ para revenderlas.
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Por la competencia, en un día suele comercializar entre 10 a 15 cometas; en un fin de semana, al menos 20. Los precios van desde $5.000 hasta $70.000, las más grandes y que él mismo hace con tela impermeable.
Una tradición que renació con fuerza
El año de incertidumbre causado por la pandemia apagó muchas ilusiones, entre ellas, el tradicional vuelo de cometas en agosto.
Sin embargo, para Correa, como otros vendedores de este artefacto, representa una gran alegría ser testigos del ímpetu con el que adultos y niños llegaron este año a comprar cometas, de todos los tamaños y precios, para volarlas como era costumbre, al ser una diversión familiar.
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Agregó que, gracias a una reciente iniciativa en los colegios en la que se les motiva a los estudiantes a hacer sus propias cometas como trabajo manual, los niños podrán distraerse un poco de la “tecnología que los agobia” y, de paso, fortalecer la tradición.
“Antes, a los seis años los niños ya armaban sus cometas, ya no, pero es bueno saber que la tradición revive. Ver la emoción de los pequeños al venir aquí a comprar una cometa hace que yo mismo me sienta como niño”, comentó.
Los años anteriores eran mejores
Aunque las ventas de cometas se han recuperado, para Correa, las temporadas pasadas eran más amenas. En ese entonces, Centrales Eléctricas de Norte de Santander (Cens), la Policía Nacional, entre otras entidades, solían organizar concursos que motivaban el tradicional vuelo.
“Ahorita es algo que se extraña y que sería bonito volver a ver, porque, entre más concursos haya, la gente más se anima a comprar y a aprender a volar las cometas correctamente”, precisó.
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Correa agregó que las campañas también servían para concientizar y enseñar a la ciudadanía a no elevarlas en zonas rodeadas por cuerdas eléctricas, sino en espacios estratégicos y abiertos.
En la ciudad, los sitios favoritos de los cucuteños para volarlas son el parque de Niza y los cerros de La Libertad y San Mateo.
“En el Cristo Rey y en el monumento a la Virgen de Fátima también se elevaba antes, pero lo prohibieron luego de unas reformas. La mejor manera de regresar con los concursos sería eligiendo un nuevo lugar”, señaló.
‘Se elevan con el mes’
José Armando reconoce con una sonrisa esbozada que no siempre los vientos de agosto son los más propicios para volar cometas; en cambio, en enero, febrero y julio es cuando más fuerte suele soplar el aire.
“Es gracioso, porque los cucuteños no elevamos las cometas con el viento, sino con el mes. Por ejemplo, ahora estamos en agosto y el viento es muy poco, pero en julio era tan fuerte que casi nos tumbaba”, confesó.
Para el próximo año, espera regresar de nuevo a su punto recurrente en El Malecón, esa vez, con un permiso especial para poder permanecer en el espacio sin ningún impedimento, junto con altas expectativas sobre qué tan bueno soplarán sus ventas los vientos de agosto.
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