Aferrado a la fotografía de su esposa, el sargento viceprimero de la Trigésima Brigada del Ejército, Carlos Andrés Tovar, trata de asimilar la muerte de la mujer más amorosa que haya conocido: la enfermera Blanca Doris Camargo.
El sargento contiene las lágrimas. Está sentado en su escritorio, se hace el fuerte para no llorar delante de la gente, pero el vaivén que marca con sus pies lo hace evidente en su desespero por el dolor de perder a su amiga, compañera y confidente.
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La auxiliar de enfermería del dispensario del Cantón Militar San Jorge se la llevó la COVID-19 en dos semanas, tras haber sido hospitalizada.
Ambos resultaron positivos para ese mortal virus. Él sobrevivió y a ella la atacó una neumonía que no les dio oportunidad ni de despedirse.
“Ella era una mujer dedicada a su trabajo y a su hogar. Era mi amiga. Teníamos una relación excelente”, contó Tovar.
La muerte
Los sueños de esta pareja quedaron truncados desde el viernes 26 de junio, cuando Blanca Doris presentó los primeros síntomas.
“Ese fin de semana era el último festivo de junio. Tenía malestar general, dolor de cabeza, le dolía todo el cuerpo y tenía fiebre. Para el sábado siguió con los síntomas. El domingo y lunes empeoró pero fuimos a trabajar el martes y ahí ya no pudo más”, contó el esposo.
Según el relato, Blanca Doris se derrumbó en una silla del dispensario del cantón militar, tras presentar ahogo y fatiga. En una ambulancia la trasladaron y su esposo la acompañó.
La enfermera entró de urgencias a la Clínica Medical Duarte.
“Ese martes hablamos. Me contó que la dejaban hospitalizada porque tenía una neumonía avanzada. Yo tuve que volver al batallón. Por la noche fui a recoger su almohada y cobija preferida y se la llevé”, narró el sargento, quien para la fecha también empezaba a presentar gripa y fiebre.
Ese primero de julio, lo último que habló la pareja de esposos, fue la recomendación de Blanca Doris, al insistirle a él que debía ir a casa y ducharse para que controlara la fiebre de 39° que tenía.
“Me quedé dormido. Ella me llamó a las 8 de la noche pero no oí el celular. Me desperté a las 2 de la mañana y devolví la llamada pero no obtuve respuesta. Al otro día, el 2 de julio, la llamada de la clínica me advirtió que ella había empeorado y que había sido ingresada a la unidad de cuidados intensivos”, recordó el esposo.
El sargento llegó a preguntar por su esposa y las esperanzas de vida que le dieron los médicos eran desalentadoras. Al tiempo que también decidieron hospitalizarlo por los síntomas que padecía.
Él duro 5 días internado en la clínica. Ella 14. La muerte de la auxiliar fue registrada a las 10:40 de la mañana del 14 de julio.
La resignación
El sargento debía estar en cuarentena. La noticia le llegó y no podía salir de su casa porque debía cumplir aislamiento. Se sentó en el sofá y empezó a pensar, a asimilar y resignarse. “La mente me quedó en blanco. No sabía si llorar, gritar o coger la moto y salir a la clínica.
Aun no lo asimilo. Siento que ella está viajando o está en algún otro lado, pero lo cierto es que no está”, dijo el sargento.
Los planes que no se dieron
El viaje a Valledupar para ir al festival de Vallenato, la construcción del segundo piso de la casa, la compra de una segunda vivienda, el bebé soñado. Son algunos de los planes que quedaron sin cumplir entre el sargento y la auxiliar de enfermería.
Para el soldado ha sido difícil la partida repentina de su esposa, tanto que la depresión que siente al no tenerla es notoria, por eso le pidió a un compañero soldado que se fuera a vivir con él para tener con quien hablar.
“La siento aun conmigo, en mi cama. Siento que se acuesta a mi lado y me acaricia la cabeza. Todavía siento eso”, contó Tovar, mientras acelera el movimiento de sus pies. Del amor que nació en el dispensario del cantón militar, hoy quedan los recuerdos y una que otra promesa que el sargento quiere cumplir.