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Cúcuta
No todo es sombrío en la Penitenciaría de Cúcuta
La ocupación laboral en diferentes campos y la creación artística ayudan a sobrellevar el peso de la pérdida de la libertad.
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Cicerón Flórez Moya
Cicerón Flórez
Sábado, 2 de Enero de 2016

La que comúnmente se conoce como cárcel de Cúcuta está oficialmente identificada  con el nombre de Complejo Carcelario y Penitenciario Metropolitano. Entró en funcionamiento en enero de 1990 y sus instalaciones fueron ampliadas en 2012, incluida el área para reclusión de mujeres. Cuenta con 34 pabellones  y tiene capacidad para albergar 2.470 internos, pero actualmente son 3.391, un sobrecupo que es común en los establecimientos carcelarios de Colombia.

Bajo la dirección del teniente coronel (r) Germán Rodrigo Ricaurte Tapia, la penitenciaría de Cúcuta funciona con un personal administrativo, de custodia y vigilancia de 490 servidores, además de la red de apoyo externa.

La cotidianidad de los internos no está relacionada solamente con los delitos que han cometido y por los cuales padecen la privación de su libertad. Muchos de ellos asumen sus faltas con examen autocrítico y buscan dejar atrás la adversidad. Para ese proceso de resocialización cuentan con las actividades en que  emplean su tiempo. Jornadas laborales productivas y de educación, para las cuales disponen de docentes de la Universidad Francisco de Paula Santander, instructores del Sena y orientadores de diversos programas.

Hay cierto énfasis en los programas de educación. En el interior de la penitenciaría funciona el colegio Francisco de Paula Santander, con 800 alumnos, el cual tiene aprobación oficial. Hay escuelas de formación laboral bajo la orientación del Sena.  A la Universidad Francisco de Paula Santander están adscritos 48 estudiantes de licenciaturas en Tecnología e Informática, Administración Comercial y Financiera.

En la ejecución de los programas de educación, la participación de los internos es uno de los apoyos decisivos. Son a la vez, estudiantes y docentes. Aprenden y enseñan, en una relación que transforma la prisión en un laboratorio que contribuye a la mitigación de sus penas.

De su interés por el estudio dan muestras muchos de los reclusos. Un caso significativo es el de César Liz Lozano. Nació en Garzón (Huila). El Tribunal Superior de Ibagué lo condenó por  homicidio y hace cuatro años fue remitido a Cúcuta. Es uno de los internos con matrícula de estudiante en la Universidad Francisco de Paula Santander.  Su rendimiento académico le ha merecido las más altas calificaciones y da pruebas de su conocimiento.

Aunque considera que en su caso los jueces están equivocados, no siente resentimientos y espera superar esta etapa de su vida con la resignación que le infunden sus convicciones religiosas. Es creyente en el “poder de Dios” y a este confía su salvación. Por eso, sobrelleva su condena sin angustia extrema.

Artistas que se resocializan

En los diferentes espacios de la penitenciaría los internos trabajan con especial dedicación para la producción de calzado, confecciones,  muebles, marroquinería y manualidades. Tienen panadería con registro de buena calidad y se ocupan en la explotación agropecuaria.

La música, la pintura y el teatro están también en la agenda de los reclusos. La Escuela de Formación Musical ha hecho posible la creación de una orquesta bajo la dirección del dragoneante Jaime Moreno, con los instrumentos que garantizan su funcionamiento. Es una agrupación que suena en actos especiales y en festejos internos para animar y hacer que el encierro sea menos opresor que lo habitual.

El talento de los encarcelados igualmente se expresa en la creación de obras de arte. La imaginación les alcanza para pintar sus propias vivencias, sus sueños o su modo de ver el mundo desde la perspectiva limitada de la reclusión. Ya han participado en exposiciones en conjunto, que son muestras de su aplicación del color en la interpretación de lo que piensan y esperan.

De los problemas a las oportunidades

El manejo de una cárcel como la de Cúcuta corresponde al engranaje del sistema penitenciario de Colombia. Su director Germán Rodrigo Ricaurte asegura que los internos configuran una alta población afectada por diferentes delitos que se les imputan y por variados comportamientos sociales, pero, en general, con disposición al acatamiento de las normas penitenciarias.

En el inventario de los problemas uno de los más  preocupantes es el de la prestación de servicios de salud por la falta de recursos, lo cual impone limitaciones y deja vacíos en la atención a quienes requieren tratamientos para sus dolencias.

Respecto a los Derechos Humanos, el director los asume como una política institucional, con rechazo “a cualquier tipo de actuación que vaya en contra del respeto, promoción, protección y defensa de los principios que tienen reconocimiento del Estado colombiano y son universales y cuentan para las personas privadas de la libertad”.

En cuanto a la resocialización de los internos el director expone: “Se trata de que el interno proyecte su plan de vida en un medio apropiado, de acuerdo con el diagnóstico dado por la junta de clasificación y estudio. Es la oportunidad de participar en un sistema de oportunidades, vincularse a una opción de productividad y, finalmente, prepararse para la libertad superando los factores de riesgo”.

Hacen parte del personal vinculado laboralmente a la penitenciaría de Cúcuta, la terapeuta ocupacional Mónica Elizabeth Niño Montaño y el administrador de empresas,  Jimmy Álvaro Luna Sanjuán.

Niño Montaño tiene a su cargo la coordinación de las escuelas de formación laboral del penal, las cuales operan como instrumento de valoración integral de los condenados. Y esto tiene que ver con el proceso de resocialización.

Por su parte, Numa Sanjuán es instructor en programas que el Sena lleva a cabo en la penitenciaría.

Las funciones de estos dos servidores son una contribución de importancia a la preparación de los internos en su etapa de reclusión y la que corresponde al regreso a la libertad una vez hayan cumplido sus penas.

Allí, en ese espacio carcelario, que por sus condiciones deprime el ánimo de quienes están privados de la libertad, la visión del mundo y de la vida se altera, pero también lleva  a la reflexión para el cambio de actitud. Y todo cuanto se hace en función laboral o de creación busca suscitar dinámicas de cambio para hacer otro camino.

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