A sus 72 años, Pablo Antonio Arias Sierra juega con los colores y hace canastos, bolsos y carteras con tiras de propileno reciclado, material conocido como zuncho. Desde hace 20 años le da libertad a sus manos y crea, de trenza en trenza, el producto que hoy es su único sustento.
Empezó este arte cuando trabajaba en un tejar en Los Patios y cansado de no obtener los ingresos que necesitaba, tuvo la idea de fabricar algo por su cuenta; por eso, se fue al mercado y compró dos rollos de zuncho y luego de pagar $50.000 a un conocido para que le enseñara el ‘truco’, inició su travesía.
“Fue una sola clase. De ahí en adelante me tocó solo. Reconozco que los primeros resultados no eran bonitos pero la gente me colaboraba y compraba.
Sin embargo, como todo inicio, fue complicado”, confesó Pablo Antonio, sentado en una silla de zuncho, ubicada en la entrada de su casa del barrio Virgilio Barco, en la ciudadela Juan Atalaya.
Pablo Antonio tiene una socia y mano derecha en este oficio; él mismo reconoce que si no fuera por su esposa, Cecilia Sierra Estupiñan, de 68 años, nada podría funcionar.
“Somos un equipo. Llevamos 38 años aguantando juntos”, dijo.
Él, de Bucaramanga, y ella, de Guacamayas (Boyacá), se conocieron en esa tierra fría y fue ella quien lo conquistó.
“Yo estaba por esa zona de Boyacá. Me gustaba caminar y andar pero me detuve cuando me ofrecieron trabajo en un tejar y como me gustaba el pueblo y el clima, me quedé”, recordó Pablo.
Cecilia estaba en su casa cuidando de sus padres y a falta de un televisor, se iba al tejar donde laboraba Pablo Antonio; allá veía las novelas de la época.
En una de esas idas cruzó miradas con Pablo Antonio. La primera vez que se hablaron él le regaló su almuerzo y desde entonces las miradas fueron más largas hasta que lo presentó a la familia.
Ambos empezaron a trabajar. Tuvieron una hija fruto de la unión y se radicaron en Bucaramanga, pero con los años oyeron que la vida en Cúcuta era más barata y cuando menos se dieron cuenta, vendieron todo y se vinieron. Eso fue hace 25 años.
“Logramos un rancho cuando todo esto apenas era una invasión y bregando alcanzamos a levantar una pieza. Él hilaba fique, hacía costales y a la vez trabajaba en un tejar. Yo lidiaba con la crianza de la niña y debía ir a vender hasta Pamplona. Nos tocó luchar mucho. Luego llegó la fibra y empezamos con los canastos de zuncho”, contó Cecilia.
Esta pareja orgullosa de su artesanía a pura mano, asegura que han batallado siendo pacientes y sin caer en la desesperación.
“Yo me trasnochaba haciendo los canastos, luego me iba a trabajar y a Cecilia le tocaba la tarea más dura de poder vender; había días en que no vendía nada. Recuerdo sentir mucha impotencia. Pensaba en el dinero que se pedía prestado para los pasajes y no obtener nada era desesperante, pero había que conservar la calma”, contó Pablo Antonio.
Luego, el oficio de artesanías pasó a ser la única fuente de empleo de esta familia.
Tras ser atropellado cuando iba montado en su bicicleta por los lados de la Terminal de Transportes, Pablo Antonio no pudo volver al tejar.
“Ya son más de 15 años viviendo solo de esto. Habíamos logrado estar bien gracias a varios clientes que nos compraban en cantidades para ellos vender.
Los hacíamos al gusto de ellos, fue algo duro para mí porque me traían fotografías que a simple vista parecían fáciles pero a la hora de hacerlos era una tarea dura. Ya luego me especialicé”, añadió Pablo Antonio. Sin embargo, de un momento a otro, los clientes se fueron acabando poco a poco y los pedidos disminuyeron; ante esto, la solución fue salir a ofrecer.
El coronavirus los encerró
Desde entonces, las ventas en la calle son el sustento diario para esta pareja. Sin embargo, tras el confinamiento nacional por el coronavirus, ambos quedaron encerrados por ser adultos mayores.
Desde marzo, Cecilia no volvió a recorrer las casas de Guaimaral, Colsag, Barrio Blanco, Zulima, La Riviera.
“No puedo salir por ser población en riesgo y de hacerlo me expongo a que la Policía me multe. La única ayuda es cuando nos llaman y piden por encargo”, dijo Cecilia.
A pesar de la pandemia, esta pareja no deja de hacer canastos. Confían en la bondad de la gente que los conoce.
“Si antes Cecilia se iba a vender y había ocasiones en que no lograba nada, ahora con más ganas debemos creer para poder salir adelante. Aunque es muy difícil ver los canastos en la casa y tener necesidades”, finalizó Pablo Antonio.
Pero desde hace 20 días, un ángel se le apareció a esta pareja en el camino. Han vuelto a vender y lo hacen sin salir de su casa.
Se trata de la reconocida diseñadora Carolina Mondragón, quien compra los canastos a Pablo Antonio y Cecilia para luego exhibirlos en su almacén.
“Ella me vio en redes sociales y me contactó. Me tiene con trabajo todos los días. La señora me compra y ha sido muy buena conmigo. Es que Dios nunca se olvida de sus hijos”, dijo emocionado Pablo Antonio.
Desde Virgilio Barco, Pablo Antonio sigue tejiendo canastos, sigue dándole rienda suelta a sus manos, confiado en que su arte y su fe nunca lo abandonan.