Sombrillas, sombreros, pañuelos, trapos, todo se vale. No importa la moda, tampoco si el color de los zapatos combina con el del accesorio que va en la cabeza, aquí lo único importante es protegerse del sol mientras llegan los venezolanos, los clientes, a los que se les intenta vender cualquier cosa: desde una bolsa de agua hasta un viaje a un supermercado al centro de Cúcuta.
En La Parada no existe la jornada laboral de ocho horas, aquí las personas dedicadas al comercio trabajan desde que se abre la frontera hasta que se cierra: de 6 de la mañana a 8 de la noche, porque como dicen ellos, “hay que aprovechar ahora que los puentes están abiertos”.
Si la ley se cumpliera, en este lugar no existirían los ‘maneros’ –las personas que cambian bolívares en la calle–, tampoco los vendedores de gasolina ni los que comercializan embutidos sobre las mesas, soportando temperaturas tan altas que todo corre el riesgo de dañarse o derretirse, porque el sol es directo e inclemente durante gran parte del día.
Pero el corregimiento, la primera población colombiana a la vista de los venezolanos que ingresan al país desde San Antonio (Venezuela), es como una casa de locos, en donde habitan: comerciantes formales e informales, autoridades y delincuentes, porque para nadie es un secreto que esta frontera está invadida de bandas organizadas que manejan el contrabando y el microtráfico.
(Los ‘maneros’ siguen ejerciendo su actividad.)
Las peleas
Como en cualquier familia numerosa que vive bajo el mismo techo, las pelas son algo normal y un ejemplo claro es el de los profesionales de cambio legalmente autorizados con los ‘maneros’. Ellos, como todos los demás comerciantes, discuten por lo mismo: los venezolanos, es decir, los que compran.
Leonardo Uribe, un operador cambiario de la zona, explicó que se ha detectado en ocasiones que los mismos venezolanos o personas avivadas, se acercan a la entrada de los negocios para cazar clientes, ofreciéndoles una mejor tasa de cambio y a veces engañándolas, entregándoles pesos falsos o menos de lo acordado. “Por ejemplo, si por 100.000 bolívares el operador les ofrece 80.000 pesos, ellos le dan 85.000 pesos”.
Para solucionar esta pelea están el papá y la mamá de la familia: la Policía Nacional y la Dian, que, de vez en cuando castigan a los ‘maneros’, quienes no están autorizados para ejercer su labor, según la Resolución 06, expedida en agosto de 2016.
Aunque intimidado por la autoridad, Manuel*, que vende bolívares desde hace más de 20 años en esta zona olvidada, asegura que el problema de las casas de cambio no es con él ni con sus compañeros que desde hace años ejercen la actividad. “Nosotros trabajamos aquí, lejos de los negocios, como siempre. El problema son los nuevos”, aseguró.
Además, con tanta competencia y tan pocos venezolanos el negocio no es tan bueno. “Al día me quedan 15.000 pesos o 20.000 pesos, no más”, dijo, mientras sostenía su sombrilla.
Las discusiones entre hermanos son también de ‘putazos’ y ‘madrazos’, así sucede entre los maleteros, que por los dos mil o tres mil pesos que cobran por cruzar una maleta por el puente Simón Bolívar, pueden llegar a recordarse al ser más sagrado. Pero como todas las familias, las discusiones son pasajeras y todos entienden que las peleas son por necesidad.
Marcos Carreño, uno de los que carga maleta, dice: “tengo tres hijos pequeños, una esposa y tengo que hacer 10 viajes para cuadrarme 20.000 pesos”.
También hay amor
A pesar de las diferencias, en La Parada todos pueden ganar, así lo entienden comerciantes formales e informales, quienes ofrecen de todo.
De comer hay combos de papa con huevo, chorizo con papa, empanada con gaseosa, papa rellena con avena y hasta manzanas con peras, todo por menos de 3 mil pesos. Para llevar hay papas, cigarrillos por unidad, bolsas de agua y lo más necesario: mercado.
Blanca Parada, una colombiana residente en San Antonio y con un puesto de chucherías al lado de la autopista internacional, dijo que, aparte de la Policía, que a veces los “saca corriendo”, no tienen ningún problema. “Lo otro es que hay menos clientes; en diciembre vendía hasta 250.000 pesos diarios, hoy solo hago 50.000 pesos”.
“Nosotros no tenemos problemas con ellos (los informales), ya tienen suficiente con la Policía. El problema es que los venezolanos casi no están comprando aquí, casi todos pasan a Cúcuta”, afirmó Ludy castellanos, comerciante formal del corregimiento.
*Nombre cambiado