Marcela Pérez Caicedo pasó 12 de sus 46 años vendiendo minutos, dulces y agua en bolsa, en un puesto ambulante frente a urgencias del Hospital Universitario Erasmo Meoz. La vida, sin embargo, le tenía reservado lo que siempre soñó desde niña: convertirse en una cantante de música popular.
Fueron 4.380 días que trabajó sin descanso en acaloradas tardes, sentada bajo la sombra de un mismo árbol, fortaleciendo su voz y sus ganas de demostrarle a sus tres hijos, para entonces todos colegiales bajo su cargo, que todo podría cambiar de repente.
En su puesto no solo vendió dulces. Cuando la situación económica se ponía difícil, ofrecía rifas, vendía pasteles, hayacas o almuerzos por encargo y se excedía en turnos de hasta 24 horas, sin desfallecer, por llevar el dinero de los servicios, el arriendo o de las necesidades más apremiantes en su hogar.
La jornada empezaba a las 4:00 de la mañana. Al mediodía, corría a dar almuerzo a sus hijos hasta el barrio La Libertad y después regresaba a su puesto, sin horario de salida, siempre sonriente, dicharachera y amigable como la conocieron miles de clientes en más una década.
Un duro trabajo
La música siempre estuvo presente en la vida de Marcela. Ella recuerda que desde muy pequeña jugaba con su cepillo de peinar como micrófono e imaginaba multitudes de personas aclamándola. Fue corista en un grupo de música tropical y participaba en cuanto concurso le ofrecieran en su juventud o en la escuela.
“Por terquedad, en la adolescencia uno no piensa en su futuro y cree que la vida es color de rosa, y no terminé el bachillerato. Cuando quise estudiar ya estaba casada. En dos oportunidades intenté validar, pero me fue imposible, pues ya tenía el tiempo dispuesto para mis hijos”, recuerda Marcela.
Tras separarse de su pareja, Marcela también se alejó del canto. Para entonces, lo primordial era conseguir el dinero para el día a día de sus pequeños. Por ello, llegó a las puertas del hospital y se instaló con su puesto de minutos, junto a los demás celosos vendedores.
“Estando en el hospital tenía un amigo que trabajaba en una agrupación de mariachis y en ocasiones me dejaba acompañarlo o también los fines de semana iba a un karaoke en Atalaya, donde a la gente le gustaba escucharme. Así fue durante mucho tiempo (…)”, cuenta.
La oportunidad
En uno de esos días en que la situación estaba ‘apretada’, a Marcela se le ocurrió rifar una vajilla y fue a comprarla al Centro Comercial Alejandría. Sin saberlo, esa tarde cambió su vida.
“Cuando llegué con mi hija al centro comercial estaban en un concurso de canciones y yo canté “Señor” de Elenita Vargas y quedé en el segundo puesto. El premio fue la vajilla que iba a comprar, así que me salió gratis”, recuerda con una sonrisa.
De inmediato, el entusiasmo afloró y el mismo día se inscribió en un festival de la canción que programaba el mismo centro comercial. En dicho evento, sin un vestuario adecuado (prestado) y sin un accesorio que la complementara, quedó entre los 10 primeros puestos.
Aunque no ganó el concurso, dice que triunfó porque descubrió el placer y el amor de cantar frente a un público y se identificó de una manera especial con la artista popular Arelys Henao, la Reina, de quien interpretó con orgullo algunas de sus canciones.
Y arrancó
Marcela escogió a la artista antioqueña y la proclamó su norte musical, tal vez, inspirada en la vida de Arelys Henao, quien como ella también se rebuscó en la calle, pero vendiendo libros puerta a puerta antes de despegar en su exitosa carrera musical.
Un amigo y productor audiovisual convenció a Marcela para que fuera la émula de la Reina y le entregó varias letras para que se las aprendiera y ensayara en los estudios. A partir de ese momento y a riesgo propio, ella no regresó a su puesto de ventas callejero.
Su hija le ayudó a imprimir las primeras tarjetas personales en una hoja de block y sacaron unas 50 fotocopias. Luego de cortarlas, empezaron a repartirlas.
Marcela se presentó sin pena e insistentemente ante María Eugenia Riascos, exsecretaria de la Mujer de Norte de Santander y exalcaldesa de Cúcuta; Isabel Márquez, secretaria de Equidad de Género de Cúcuta, y Jimena Jurado, del mismo despacho.
“Estas tres mujeres fueron mis ángeles. Todas creyeron en mí sin escucharme cantar y me dieron los primeros contratos”, aseguró.
A continuación, Marcela empezó a subir a las tarimas que tanto idealizó en corregimientos y municipios nortesantandereanos, donde se organizaban eventos oficiales y donde firmó sus primeros autógrafos.
Estas presentaciones le abrieron el camino para darse a conocer ante asociaciones de mujeres y se amplió el campo para serenatas particulares y eventos especiales. Sus primeros pagos fueron de $50.000 por espectáculo, pero poco a poco la tarifa ha ido subiendo.
Hoy por hoy, Marcela se ha presentado en el estadio General Santander ante miles de personas, apoya las labores sociales y los eventos de la Policía y el Ejército y ya grabó su primera canción, “Suerte es que te digo”, del cantautor Franco Díaz. Así mismo, prepara otro tema de su inspiración, “Mentiroso” y anhela que su voz brille con luz propia.
Tanto el trabajo como el dinero no han faltado para sus hijos. Actualmente todos estudian para ser profesionales y son sus principales seguidores. Ella, además, terminó el bachillerato.
Se conocieron
Marcela conoció a Arelys Henao en un concierto organizado el año pasado en el Club Cazadores de Cúcuta, adonde llegó sin comprar la boleta. Con perseverancia logró entrar y se escondió debajo de la tarima.
“Al verla llegar me olvidé de todo y me subí al escenario. Para mi sorpresa, ella me saludó, me dio un beso en la mejilla y enseguida se me aguaron los ojos. Luego, pidió que me dejaran en primera fila y al terminar el concierto salí corriendo”, recuerda con especial cariño.
Aquel gesto de amistad de Arelys no terminó allí. Más adelante se encontraron en un canal de televisión donde pudieron hablar a gusto y tomarse una foto.
Arelys Henao grabó un pequeño video en el que saluda a Marcela y le confía que sea su émula en Norte de Santander.