Diez días tuvo que esperar Arelis Del Valle Ramírez Mosquera para poder llevar el cuerpo sin vida de su hijo hacia su tierra natal, en Venezuela.
Nueve de esos días los pasó afuera de Medicina Legal, en Cúcuta, esperando la identificación plena de las huellas dactilares de su 'Rana René', como le decía de cariño a su primogénito, Alí René Fereira Ramírez, de 21 años, asesinado de una puñalada la madrugada del martes 26 de febrero, dos días antes del inicio de los carnavales extendidos por el gobierno de Nicolás Maduro.
El joven terminó muerto en el sector conocido como El Tierrero, cerca a la Terminal de Transporte de Cúcuta, tras una riña con otro hombre.
La noche de ese mismo martes, la trágica noticia le llegó a Arelis hasta su casa, ubicada en Mérida (Venezuela). Y aunque la tragedia la desmoronó en pedazos, corrió a empacar unas pocas prendas de vestir, incluyendo ropa de su hijo: un pantalón que le regaló en junio pasado, una camisa manga larga de cuadros azules y ropa interior.
Para la madrugada del miércoles 26 de febrero, Arelis ya estaba en Coloncito, localidad venezolana que limita con el corregimiento de Agua Clara, zona rural de Cúcuta. La angustiada madre llegó con su única hija y su marido, pasaron una trocha en moto y fueron directo a una funeraria de esa localidad fronteriza, donde se comprometieron a ayudarles, pues ella y sus familiares no conocían nada de la capital nortesantandereana ni tenían dinero suficiente para llegar hasta la morgue donde tenían a Alí René.
Dos días después (28 de febrero), y ante la falta de respuestas, Arelis Ramírez, su esposo y su hija, se fueron a su suerte y decidieron llegar hasta Medicina Legal en Cúcuta, donde ella se enteró de que su hijo había muerto de una herida con puñal en el pecho y permanecía sin identificar.
Desde ese momento, aumentó la angustia para esta madre en tierra ajena.
La respuesta que Medicina Legal le daba era que el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime) de Venezuela, debía corroborar la identidad, pero para ese jueves, los carnavales ya habían arrancado en el país vecino y las entidades estatales no estaban laborando.
Entonces, aunque pidió ver el cadáver de su hijo, no se lo permitieron. La mujer y sus dos familiares quedaron amarrados al más profundo dolor de vivir un luto sin poder siquiera reconocer el cuerpo de su ser querido, aunque sabían que se trataba de René por dos tatuajes que vieron en fotos.
Arelis con su hijo en el ataúd por las calles de Puerto Santander. (Foto Laura Serrano)
Los ayudaron
Aquél día, al llegar la noche, la familia se disponía a dormir a las afueras de Medicinal Legal, por la falta de dinero para pagar un hospedaje, cuando un funerario les brindó un techo y una cama.
Así pasaron ese primer fin de semana de marzo, caminando y tocando las puertas de Medicina Legal para conocer si ya el Saime en Venezuela había respondido. Mientras tanto, Arelis miraba al cielo y le pedía a su hijo Alí que desde donde estuviera, hiciera todo para que pudieran llevarlo de regreso a casa y darle cristiana sepultura. “Aquí estamos, mi hermoso. Ayúdanos, por favor”, repetía una y otra vez la mujer.
Para el lunes 4 de marzo, quinto día de espera, la esperanza de retornar el cadáver a Venezuela se hacía más lejana. “Que Dios te bendiga mi angelito. Ayúdame a sacarte de aquí, te lo suplico. El dolor que siento es muy grande. Te mando besos”, repetía en voz alta.
Cuando se cumplieron ocho días de la muerte del joven, unos amigos de Alí René, a quien habían apodado en Cúcuta El Gato por el color claro de sus ojos, se acercaron a Medicina Legal y le ofrecieron a la familia llevarla hasta donde él vivía. “Ni loca llevo a mi familia por allá”, fue la respuesta de la angustiada mamá.
Pero Génesis, la hermana menor del joven, sí pidió algo. “Quiero que me traigan su gorra azul preferida, por favor”, dijo.
Los familiares del joven asesinado también contaron con la visita de una mujer, de tez morena, que aseguró que vivió un tiempo con René. Esa visita hizo que la madre se enterara de que su hijo andaba en malos pasos, y que estos le causaron la muerte.
“No entiendo por qué los chamos de hoy quieren salir del país a rayarse en otro. Fui bien clara con mi hijo, de quien no puedo ocultar que tenía problemas con la droga. Cuando él se vino hace nueve meses para Cúcuta, le dije ‘no quiero que vayas a seguir de mal en peor por allá’, pero él me aseguró que sería un buen hombre. Lo peor del caso es que cuando se comunicaba conmigo me decía que estaba bien, que gracias a su ‘chaza’ de dulces estaba trabajando. Y miren, ahora me lo llevo muerto”, manifestó Arelis.
Según el relato de la mujer que habría convivido con René, él se había vuelto muy agresivo y por todo quería buscar pleito; además, su adicción a las drogas se había hecho más fuerte, al punto de que decidió alejarse de él.
Para el miércoles, la gorra pedida por Génesis ya estaba con ella. Al otro día, por la mañana, la esperanza de llevárselo se reactivó: habían terminado los carnavales y el Saime había enviado el correo con las huellas de René.
Tras días de espera la familia de René pudo trasladar su cuerpo. (Foto Laura Serrano)
La espera terminó
A las 9 de la mañana del viernes 8 de marzo, por fin entró el carro fúnebre a Medicina Legal para sacar el cuerpo del joven.
A su salida, las lágrimas no pudieron contenerse. Todos se abrazaron llorando. La primera espera había terminado, pero iniciaba una nueva travesía para lograr pasar el cuerpo de René a territorio venezolano, algo que parecía imposible, pues las autoridades del vecino país mantienen bloqueados con contenedores los puentes fronterizos.
Aún así, partieron hacia Puerto Santander, por donde creían que sería más rápido el viaje hasta su lugar de destino, del otro lado de la frontera.
“O le rogamos a los guardias que nos dejen pasar, o nos toca pagar canoa. Ya averiguamos y por mi hijo me cobran 50 mil pesos; por cada familiar que pase con él, son 15 mil más. Esto es muy duro. Logramos conseguir un millón de pesos para llevárnoslo porque una hermana que tengo en Perú me envió unos dólares. Hemos aguantado gracias al señor Alexander Ramírez, quien fue el que nos ayudó acá”, dijo Arelis momentos antes de partir con su familia y la exmujer de su hijo.
Momentos de dolor de Arelis e hija, al ver el cuerpo de René. (Foto Laura Serrano)
Por fin vio a su hijo
Ese viernes 8 de marzo, hacia las 11:30 de la mañana. El sol empezó a calentar en Agua Clara. Arelis, nerviosa, esperó junto a su marido y su hija en una silla del parque principal de este corregimiento, a que el cuerpo de su hijo estuviera listo. El funerario que se encargó de todo, les solicitó la ropa que ella le había traído y la gorra que recuperaron en Cúcuta.
Mientras esperaba que pasara el tiempo, Arelis fumaba. Por los ademanes que hacía, parecía una fumadora insaciable: contenía el humo en la boca y luego lo lanzaba al aire haciendo círculos que se desvanecían. La ansiedad la tenía presa, pues no había visto el cadáver de su hijo. Y aunque intentaba equilibrar sus emociones, no aguantaba más.
A las 11:50 a.m., el funerario le hizo la señal de que podía pasar. Arelis corrió y abrió el ataúd. En ese momento exclamó: “Ay, mi amor, te amo. Te amo René, te amo. Quedó igualitico mi niño lindo. Quedaste como eras”.
Arelis abrazada el cajón, pero no podía evitar el reclamo a su amado hijo: “por qué mi amor, por qué me dejaste. Por qué me hiciste esto”.
Génesis, la hermana menor, gritó al verlo: “Párate René, párate. Papi no me dejes sola, por favor…”.
Por último, la exmujer del joven también cayó en llanto. Pasados dos minutos, el funerario les pidió a todos que se salieran. “Ya es hora de irnos para continuar vía a Puerto Santander”, dijo. Las tres de nuevo se abrazaron sin dejar de llorar.
Momento en que cruzan la frontera por el puente La Unión. (Foto Mario Franco)
El cruce
Hacia las 12:20 del mediodía, la familia, junto con el féretro, llegaron a Puerto Santander. Todos fueron directo a hablar con los guardias venezolanos, para suplicarles que los dejaran pasar por el puente La Unión, y así evitar el pago por el río Grita.
Arelis lideraba la marcha por el puente, le seguía su marido, el funerario y su hija Génesis, quien caminaba junto a su excuñada. Cuando llegaron a la parte venezolana del puente, le mostraron el acta de defunción a uno de los guardias, quien les pidió que revisaran si en territorio venezolano ya estaba la carroza que los llevaría hasta Mérida. ‘Nano’, como Arelis le dice de cariño a su marido, fue a Boca de Grita en busca del conductor de la otra funeraria.
El hombre regresó con malas noticias. “No hay nadie allá. Ni carro ni personal de la funeraria”, dijo apenas llegó. Fue luego de dos horas, exactamente a las 3:30 de la tarde, que Arelis y su familia por fin cruzaron el puente La Unión con el féretro de su hijo.
La familia esperaba darle el último adiós a Alí René Fereira Ramírez el sábado.
Ahora, solo resta esperar que las autoridades colombianas den con el paradero del asesino del joven venezolano.