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~Les llaman micos porque, como los de verdad, aparecen, de un momento a
otro, escondidos en la fronda enmarañada de proyectos de ley de
ordinario referidos a temas que, de ordinario, ningún congresista lee,
pero todos aprueban y convierten en ley.~
Les llaman micos porque, como los de verdad, aparecen, de un momento a otro, escondidos en la fronda enmarañada de proyectos de ley de ordinario referidos a temas que, de ordinario, ningún congresista lee, pero todos aprueban y convierten en ley.
El hecho de que el mico nada tenga que ver con la ley en la que va escondido es, precisamente, una condición que le garantiza su aprobación y supervivencia, con mayor razón si, como ocurre en Colombia, existe la certeza de que ni siquiera los presidentes de las cámaras leen lo que aprueban.
El mico es el producto más avanzado de la imaginación maquinadora y de la clase política colombiana, el símbolo patentado e insustituible de la corrupción que anida en el Congreso, una peligrosa carga de profundidad contra los intereses del país, que estalla en el momento menos pensado, con consecuencias imprevisibles, pero siempre en favor de camarillas, cofradías y hermandades políticas, económicas y sociales.
El mico clásico es, por ejemplo, una exención tributaria para los cultivos de tardío rendimiento, escondido en lo más tupido del ramaje de una ley de conservación de ríos o en otra de protección de bosques húmedos tropicales. Aprobada la ley, aprobado el mico.
¿Quién lo esconde donde nadie lo ve, a menos que esté avisado? Pues uno o varios congresistas que defienden a los empresarios de cultivos de tardío rendimiento. ¿Por qué lo esconden? Porque es tan injusto o tan excluyente o tan inequitativo, que públicamente no pasaría ni el primer debate. Lo esconden para que las cámara lo aprueben y después nada se pueda hacer para matar al mico.
Los enormes sueldos de los congresistas, exenciones tributarias para empresarios, amnistías, indultos, rebajas de penas, negativas de extradición, fueron y son recurrentes micos en la actividad legislativa. Casi todos esos micos pasaban, porque la gran mayoría de los congresistas, a veces dormidos, o afanados por irse de una sesión, aprobaban las leyes a pupitrazos, y porque a los pocos que detectaban al animalejo, no les interesaba oponerse a los intereses de los beneficiarios.
En la reciente reforma tributaria, la senadora Claudia López y otros congresistas detectaron y bloquearon varios micos realmente escandalosos. Uno de ellos, según dijo López, creado y escondido por el Centro Democrático y el Partido Conservador, buscaba exonerar del pago de impuestos a los pilotos.
“Al señor (Germán) Efromovich, dueño de Avianca, casi le regalan 10 mil millones de pesos, con la excusa de que los pobres pilotos ahora tendrán que pagar impuestos”, denunció la congresista. Por fortuna ese mico murió estrangulado a las 11:30 p.m., poco antes de que la reforma fuera aprobada.
Nadie, obvio, en el Congreso ha explicado por qué razón los pilotos no deben pagar impuestos, como si lo debemos hacer los demás colombianos. Como dijo López, al no pasar el mico, la aerolínea tendrá que subirles los sueldos a sus pilotos, para que paguen los impuestos.
Otros micos detectados a tiempo pretendían eximir de impuestos a las petroleras, a las empresas mineras, a empleados de servicios públicos, a los cultivos de rendimiento tardío, y a ciertos patrimonios improductivos de los sectores más pudientes. Los micos tributarios siempre logran el mismo resultado: eximir del pago de impuestos a quienes deben pagar, a costa de los demás colombianos.
Por fortuna, en esta oportunidad, el propio ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas Santamaría, estuvo entre los cazadores de micos y contribuyó en el fortalecimiento de la democracia tributaria y en el señalamiento a los poderosos que siempre han sacado ventaja de un Congreso que parece saber más de zoología que de equidad y de justicia.
El hecho de que el mico nada tenga que ver con la ley en la que va escondido es, precisamente, una condición que le garantiza su aprobación y supervivencia, con mayor razón si, como ocurre en Colombia, existe la certeza de que ni siquiera los presidentes de las cámaras leen lo que aprueban.
El mico es el producto más avanzado de la imaginación maquinadora y de la clase política colombiana, el símbolo patentado e insustituible de la corrupción que anida en el Congreso, una peligrosa carga de profundidad contra los intereses del país, que estalla en el momento menos pensado, con consecuencias imprevisibles, pero siempre en favor de camarillas, cofradías y hermandades políticas, económicas y sociales.
El mico clásico es, por ejemplo, una exención tributaria para los cultivos de tardío rendimiento, escondido en lo más tupido del ramaje de una ley de conservación de ríos o en otra de protección de bosques húmedos tropicales. Aprobada la ley, aprobado el mico.
¿Quién lo esconde donde nadie lo ve, a menos que esté avisado? Pues uno o varios congresistas que defienden a los empresarios de cultivos de tardío rendimiento. ¿Por qué lo esconden? Porque es tan injusto o tan excluyente o tan inequitativo, que públicamente no pasaría ni el primer debate. Lo esconden para que las cámara lo aprueben y después nada se pueda hacer para matar al mico.
Los enormes sueldos de los congresistas, exenciones tributarias para empresarios, amnistías, indultos, rebajas de penas, negativas de extradición, fueron y son recurrentes micos en la actividad legislativa. Casi todos esos micos pasaban, porque la gran mayoría de los congresistas, a veces dormidos, o afanados por irse de una sesión, aprobaban las leyes a pupitrazos, y porque a los pocos que detectaban al animalejo, no les interesaba oponerse a los intereses de los beneficiarios.
En la reciente reforma tributaria, la senadora Claudia López y otros congresistas detectaron y bloquearon varios micos realmente escandalosos. Uno de ellos, según dijo López, creado y escondido por el Centro Democrático y el Partido Conservador, buscaba exonerar del pago de impuestos a los pilotos.
“Al señor (Germán) Efromovich, dueño de Avianca, casi le regalan 10 mil millones de pesos, con la excusa de que los pobres pilotos ahora tendrán que pagar impuestos”, denunció la congresista. Por fortuna ese mico murió estrangulado a las 11:30 p.m., poco antes de que la reforma fuera aprobada.
Nadie, obvio, en el Congreso ha explicado por qué razón los pilotos no deben pagar impuestos, como si lo debemos hacer los demás colombianos. Como dijo López, al no pasar el mico, la aerolínea tendrá que subirles los sueldos a sus pilotos, para que paguen los impuestos.
Otros micos detectados a tiempo pretendían eximir de impuestos a las petroleras, a las empresas mineras, a empleados de servicios públicos, a los cultivos de rendimiento tardío, y a ciertos patrimonios improductivos de los sectores más pudientes. Los micos tributarios siempre logran el mismo resultado: eximir del pago de impuestos a quienes deben pagar, a costa de los demás colombianos.
Por fortuna, en esta oportunidad, el propio ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas Santamaría, estuvo entre los cazadores de micos y contribuyó en el fortalecimiento de la democracia tributaria y en el señalamiento a los poderosos que siempre han sacado ventaja de un Congreso que parece saber más de zoología que de equidad y de justicia.
