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Por todos los rincones de la ciudad y su Área Metropolitana se escuchan comentarios relacionados con la aplicación de la ley que sanciona a los ciudadanos que conducen en estado de embriaguez, puesto que una vez la misma fue sancionada por el Presidente de la República, se intensificaron los operativos que permitieron arrojar los primeros resultados que a mi modo de ver fueron bastante tímidos.
La Policía de Tránsito, responsable de la parte operativa entregó un parte inicial de diez infractores, cifra realmente insignificante para una temporada decembrina en la que un segmento de jóvenes de ambos sexos con edades comprendidas entre los quince a veinticinco años principalmente, activan sus neuronas cerca de la media noche y la “cuerda” les dura hasta las seis o siete de mañana, hora en la que los progenitores se percatan de la ausencia de los parranderos.
Este es uno de los casos más complicados de controlar por la autoridad de tránsito porque sus unidades luego de seis o más extenuantes horas de operativos, requieren descansar y es cuando aparecen los “rumberos” en cualquier parque de la ciudad en avanzado estado de embriaguez, con notorios síntomas de euforia producto del consumo de sustancias alucinógenas, gritando todo tipo de obscenidades como si estuvieran departiendo en el peor de los antros y para completar, hacen sus necesidades fisiológicas frente a las personas que por necesidad laboral deben transitar por el sitio al ritmo de un reggaetón reproducido por un equipo de sonido de alta potencia instalado en el vehículo.
La escena se repite en la mayor parte de los parques e ingreso de condominios ubicados sobre la Variante La Floresta, en los alrededores de la Universidad Francisco de Paula Santander, parque Simón Bolívar en el barrio Colsag, en fin la lista es interminable. La semana que pasó conocí de un caso en el parque de la urbanización Bellavista ubicado en el municipio de Los Patios, sitio escogido por un grupo de doce desadaptados, los cuales llegaron en tres vehículos a las cinco y media de la mañana, extendiendo su rumba hasta las siete y media, hora imposible de caer en un operativo por la razón anotada y más imposible pensar que ese instante contaban con tres conductores elegidos.
No tengo conocimiento si algún vecino denunció la irregularidad pero estoy seguro que en dichas circunstancias opera el respectivo cuadrante de la Policía Nacional que bien puede aplicar normas de convivencia ciudadana, Código de Nacional de Policía o las normas de tránsito vigentes. De igual manera, es oportuno anotar que el control de de los niveles de ruido producido por cualquier fuente fija o móvil, debe ser controlado por la autoridad municipal con base en el Decreto 2217 de 1992 aspecto que han ignorado absolutamente todos los alcaldes del Área Metropolitana, que trasladan dicho problema a la autoridad ambiental.
Ante estas incómodas situaciones, debemos poner en práctica el mensaje que transmite un reconocido presentador de un noticiero nacional televisivo: “No se quede callado, ¡Denuncie!”
La Policía de Tránsito, responsable de la parte operativa entregó un parte inicial de diez infractores, cifra realmente insignificante para una temporada decembrina en la que un segmento de jóvenes de ambos sexos con edades comprendidas entre los quince a veinticinco años principalmente, activan sus neuronas cerca de la media noche y la “cuerda” les dura hasta las seis o siete de mañana, hora en la que los progenitores se percatan de la ausencia de los parranderos.
Este es uno de los casos más complicados de controlar por la autoridad de tránsito porque sus unidades luego de seis o más extenuantes horas de operativos, requieren descansar y es cuando aparecen los “rumberos” en cualquier parque de la ciudad en avanzado estado de embriaguez, con notorios síntomas de euforia producto del consumo de sustancias alucinógenas, gritando todo tipo de obscenidades como si estuvieran departiendo en el peor de los antros y para completar, hacen sus necesidades fisiológicas frente a las personas que por necesidad laboral deben transitar por el sitio al ritmo de un reggaetón reproducido por un equipo de sonido de alta potencia instalado en el vehículo.
La escena se repite en la mayor parte de los parques e ingreso de condominios ubicados sobre la Variante La Floresta, en los alrededores de la Universidad Francisco de Paula Santander, parque Simón Bolívar en el barrio Colsag, en fin la lista es interminable. La semana que pasó conocí de un caso en el parque de la urbanización Bellavista ubicado en el municipio de Los Patios, sitio escogido por un grupo de doce desadaptados, los cuales llegaron en tres vehículos a las cinco y media de la mañana, extendiendo su rumba hasta las siete y media, hora imposible de caer en un operativo por la razón anotada y más imposible pensar que ese instante contaban con tres conductores elegidos.
No tengo conocimiento si algún vecino denunció la irregularidad pero estoy seguro que en dichas circunstancias opera el respectivo cuadrante de la Policía Nacional que bien puede aplicar normas de convivencia ciudadana, Código de Nacional de Policía o las normas de tránsito vigentes. De igual manera, es oportuno anotar que el control de de los niveles de ruido producido por cualquier fuente fija o móvil, debe ser controlado por la autoridad municipal con base en el Decreto 2217 de 1992 aspecto que han ignorado absolutamente todos los alcaldes del Área Metropolitana, que trasladan dicho problema a la autoridad ambiental.
Ante estas incómodas situaciones, debemos poner en práctica el mensaje que transmite un reconocido presentador de un noticiero nacional televisivo: “No se quede callado, ¡Denuncie!”