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En noticia de primera página en día de ayer, La Opinión publicó lo relacionado con algunos equipos que serán utilizados un poco tarde para el combate del “chikungunya” los cuales fueron presentados oficialmente.
No pretendo en esta columna acusar ni mucho menos calificar los insignificantes esfuerzos para controlar la enfermedad, pero debo confesar que minutos antes de la llegada del alcalde estuve en el sitio y lo contratado no permitirá mitigar el problema ni siquiera en el diez por ciento de los barrios que componen la jurisdicción de Donamaris.
Mi visita a la obra se deriva de la preocupación que me asiste como ciudadano al observar la inversión realizada en una “plaza” puesto que de parque no tiene absolutamente nada y los creadores del proyecto lo saben.
La plaza construida me hizo recordar una remodelación que alguna vez realicé en la cocina en mi residencia pensando en su comodidad y mejora de espacios, pero aún sin estar en funcionamiento, el calor era tan insoportable que indujo a la señora que nos acompaña en las nobles e importantes tareas hogareñas desde hace muchos años, a comentar en tono sarcástico: “doctor, el arquitecto que hizo ese diseño deberían colgarlo de las guevas porque nunca pensó que acá lo que había era gente”.
Ofrezco disculpas por la palabra escrita que desentona con el fondo de mi columna, pero es imposible cambiar el sentido de una expresión tan acertada y por eso, una vez estuve en el sitio alrededor de las diez de la mañana, cuando el sol ya dominaba con su radiación, pensé que esa señora hubiese dicho lo mismo al ver los vigilantes debajo de las decoraciones navideñas puesto que los dos únicos árboles son decorativos y el resto se reduce una plaza con las fuentes de agua apagadas o fuera de servicio, según personas que residen o trabajan en los alrededores que aseguran no haberlas visto en acción hace dos días.
No puede llamarse parque a una construcción que posee más del ochenta por ciento en zonas duras y su diseño con el respeto que me merecen sus creativos está bien lejos de lo que merece una ciudad cansada de promesas.
Con respecto a las vías de acceso: ni hablar.
Es terrible ese concepto utilizado para dar ingreso a la plaza y sostengo que es plaza puesto que se trata de una construcción cuyas especificaciones generales contenidas en los diferentes Planes de Ordenamiento Territorial, apuntan a eso.
Traté de ingresar a dicha zona con mi vehículo, con flujo vehicular reducido y preferí estacionar sobre la calle 9, como un normal infractor a quien nadie le dice nada por violar una vía alimentadora.
De la obra construida puedo concluir tres aspectos principales: su diseño es deficiente y nada la relaciona con un parque.
Su ingreso vehicular y peatonal ofrece riesgo permanente.
La verdadera denominación debe ser Plaza Cúcuta 300 años.
No pretendo en esta columna acusar ni mucho menos calificar los insignificantes esfuerzos para controlar la enfermedad, pero debo confesar que minutos antes de la llegada del alcalde estuve en el sitio y lo contratado no permitirá mitigar el problema ni siquiera en el diez por ciento de los barrios que componen la jurisdicción de Donamaris.
Mi visita a la obra se deriva de la preocupación que me asiste como ciudadano al observar la inversión realizada en una “plaza” puesto que de parque no tiene absolutamente nada y los creadores del proyecto lo saben.
La plaza construida me hizo recordar una remodelación que alguna vez realicé en la cocina en mi residencia pensando en su comodidad y mejora de espacios, pero aún sin estar en funcionamiento, el calor era tan insoportable que indujo a la señora que nos acompaña en las nobles e importantes tareas hogareñas desde hace muchos años, a comentar en tono sarcástico: “doctor, el arquitecto que hizo ese diseño deberían colgarlo de las guevas porque nunca pensó que acá lo que había era gente”.
Ofrezco disculpas por la palabra escrita que desentona con el fondo de mi columna, pero es imposible cambiar el sentido de una expresión tan acertada y por eso, una vez estuve en el sitio alrededor de las diez de la mañana, cuando el sol ya dominaba con su radiación, pensé que esa señora hubiese dicho lo mismo al ver los vigilantes debajo de las decoraciones navideñas puesto que los dos únicos árboles son decorativos y el resto se reduce una plaza con las fuentes de agua apagadas o fuera de servicio, según personas que residen o trabajan en los alrededores que aseguran no haberlas visto en acción hace dos días.
No puede llamarse parque a una construcción que posee más del ochenta por ciento en zonas duras y su diseño con el respeto que me merecen sus creativos está bien lejos de lo que merece una ciudad cansada de promesas.
Con respecto a las vías de acceso: ni hablar.
Es terrible ese concepto utilizado para dar ingreso a la plaza y sostengo que es plaza puesto que se trata de una construcción cuyas especificaciones generales contenidas en los diferentes Planes de Ordenamiento Territorial, apuntan a eso.
Traté de ingresar a dicha zona con mi vehículo, con flujo vehicular reducido y preferí estacionar sobre la calle 9, como un normal infractor a quien nadie le dice nada por violar una vía alimentadora.
De la obra construida puedo concluir tres aspectos principales: su diseño es deficiente y nada la relaciona con un parque.
Su ingreso vehicular y peatonal ofrece riesgo permanente.
La verdadera denominación debe ser Plaza Cúcuta 300 años.