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Cúcuta
Brilló como bailarina de circo, hoy en Cúcuta añora esa época
Fueron dos décadas maravillosas para Lucero, atrapada por la magia del circo
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Eduardo Bautista
Eduardo Bautista
Categoría nota
Jueves, 24 de Febrero de 2022

 

Esta es la historia de Lucero, una bailarina que pasó 20 años actuando bajo las carpas de diferentes circos  nacionales e internacionales y hoy es una pieza viva de la tradición y la historia circense. 


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La magia del circo atrapó a esta joven paisa y en todo ese tiempo ella estuvo maravillada en una burbuja de fantasía multicolor.

Fue una fiebre que la sedujo, la embriagó de alegría, la magia de la actuación la envolvió, las risas la embebieron, al igual que los aplausos, las luces, la diversión  y de allí no quería salir. 

Fueron dos décadas maravillosas para Lucero, el nombre artístico de esta mujer que cumplió 74 años, quien confiesa haber  vivido a plenitud y de esa época no tiene ningún arrepentimiento. 

Trasegó por pueblos y ciudades de varios países de Latinoamérica, serpenteando sobre los carromatos que arrastraban la pesada carga de las obstinadas compañías circenses, que viajaban en busca de dinero y fama, junto a los sueños, la juventud y el entusiasmo de los artistas de circo, tan poco recordados. 

Lucero, bailarina de circo

 

Ella, María Noemí Gómez Baena, natural de Caicedo (Antioquia) y criada en Medellín, fue parte del espectáculo de varios circos de Colombia,  Venezuela y aquellos países que conoció como una cotizada bailarina. 

Su primera vinculación a esos oficios fue cuando apenas cumplía los 18 años, el día que abandonó su casa en la capital antioqueña para andar y desandar, poniendo tierra de por medio de su numerosa familia integrada por 16 hermanos.


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Recuerda que tuvo su primer trabajo en un parque de atracciones mecánicas con el que alcanzó a recorrer algunos  pueblos y ciudades del país, enamorándose desde entonces de esa vida de bullicio y fantasía, donde se ofrecía entretenimiento y diversión a borbotones a niños y adultos. 

El destino la llevó después a un circo pequeño, donde hizo sus primeros pinos como artista, conociendo allí el amor de su vida, en la figura  de Alcides Rodríguez, el payaso Bolazo, quien fue su esposo y el padre de sus tres hijos.

El payaso que ya tenía un recorrido en los escenarios de varios circos la apoyó desde el primer  momento, y fue quien la llevó a trabajar en Wilcar Circus, donde con perseverancia y esfuerzo logró la experiencia suficiente que le daría reconocimiento como bailarina en los espectáculos y rutinas de los circos en los que fue contratada posteriormente, ya con una bien ganada fama que la precedía. 

Lucero, bailarina de circo

 

El circo  Egred Hermanos, la joya de la corona 


En ese vaivén, fue contratada junto a Bolazo por el Egred Hermanos, uno de los circos más importantes de Latinoamérica, fundado en 1948, en la ciudad de Sogamoso (Boyacá), por Santos Egred (padre), de ascendencia francesa, un eterno enamorado de la vida del circo, la que prefirió antes que dedicarse al comercio exterior como era la voluntad de sus progenitores. 


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Lucero o Noemí, viajó mucho durante los  casi tres años que hizo parte de la plantilla de artistas del Egred, conformando el  grupo de 18 hermosas bailarinas que abrían y cerraban el espectáculo, lo que hacían con cumbia colombiana si actuaban fuera del país. 

En las constantes giras por ciudades de  Ecuador, Perú, Argentina, Colombia y Venezuela, hizo además de asistente del mago mexicano Dandyno, y de la lanzadora de cuchillos brasileña Soraya, acompañando sus números. Recuerda que  en una ocasión Soraya la alcanzó a lastimar en la cabeza  al lanzar uno de sus cuchillos mientras ella permanecía inmovil como su blanco. 
 
Fue en esa época que nació su primera hija Sandra Liliana, quien se convirtió en la razón de ser de la joven pareja que se conoció y enamoró entre bambalinas, cuando el  número acababa y los actores se preparaban para otra función o por su oficio itinerante  para partir hacia otro destino, tan desconocido como el lugar en el que se encontraban, con el aliciente del cariño que les expresaba el público desde las galerías, así fuera muy efímero.  

Lucero, bailarina de circo

 

"La vida del circo es dura, porque uno está 15 o 30 días en un pueblo desconocido y de ahí se viaja a otro, siempre bajo la carpa, durmiendo en estrechos camerinos, sin nada definido, compartiendo alegrías y tristezas, teniendo como amigos los artistas del circo que escogieron el mismo camino que uno", dice con nostalgia Lucero.

  
Sus amigos en esa gran carpa no eran otros que sus colegas bailarinas, los payasos compañeros de Bolazo, malabaristas, acróbatas, saltimbanquis,  las hermanas contorsionistas, los equilibristas que arriesgaban la vida a diario en la cuerda floja, los trapecistas que maravillaban y dejaban sin aliento al público, el mago  escapista, el más forzudo del mundo, el hombre bala, los espectaculares motociclistas, el tragafuegos que algunas veces cumplía la rutina de tragasable, el domador y  el maestro de ceremonia o jefe de pista, junto con los dueños del circo que hacían parte del espectáculo y todos constituían una enorme familia.


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Ella recuerda el circo Egred Hermanos por su imponencia, con decenas de actores de diferentes nacionalidades, además de ofrecer los mejores números para un público amante de esos espectáculos, donde el acto más pedido y con más adrenalina  era el que hacían los motociclistas suicidas en el globo de la muerte, igual que el gran zoológico del que hacían gala para deleite de los niños,  quienes forzaban a sus padres a comprar las entradas, aunque al final éstos eran los que más aplaudían.

El Egred presentaba entre esa pléyade de animales artistas a ´Toribia, la burra sabia´ que le  lanzaba besos a los asistentes a diestra y siniestra; perros que daban un bonito espectáculo, junto a 18 caballos árabes de paso amaestrados que danzaban alrededor de la enorme pista, tigres, leones, camellos, dromedarios, elefantes, cebras, rinocerontes, hipopótamos, jirafas, chimpancés, orangutanes y hasta una tortuga galápagos, que fueron vendidos a zoológicos y otros circos, junto con la gran carpa, cuando lamentablemente cerró sus puertas en Cali,  en junio de 1973. 

El emblemático circo Egred Hermanos que en sus inicios, según su historia, “era una pequeña carpa con capacidad para 600 personas, que recibió público por primera vez en un lote de Sogamoso”, fue  patrimonio de Santos Egred y sus hijos José, Nelly, Margarita, Jimmy, Maritza, quienes “recorrieron los caminos de Colombia primero y los de América Latina después mientras la humilde carpa animada por un burro (Toribia) se convertía en el circo más grande del Cono Sur”.

La estrella era Jimmy Egred, su especialidad era el ciclismo y al final de su espectáculo, montaba, por toda la pista, una minibicicleta. El anunciador gritaba, “Jimmy, esa bicicleta es de adorno y no para que la montes. El público celebraba a carcajadas”.

Entre los artistas principales se encontraba la rubia Nelly Egred,  Liz Orangután de 5 meses, los 12 "tonys" o payasos que tenían en la planta del circo, de los cuales uno de ellos era peruano que llevaba el nombre de ‘Chatarrín’, unos chilenos y entre los colombianos se contaba  Bolazo. 


 

Lucero, bailarina de circo

 

Una larga estadía en Venezuela 


Lucero y Bolazo se encontraban en Cali tras el final del Egred, y allí fueron contratados por un empresario árabe propietario del circo Ambos Mundos, viajando pocos días después a Venezuela,  país que los acogió, en el que tuvieron muchos amigos y echaron raíces porque en suelo venezolano nacieron sus hijos Henry y Cristian Rodríguez.  

En Carúpano, la segunda ciudad del estado Sucre,  vivieron 16 años y lograron con lo que ahorraron del trabajo en el circo, instalar una cacharrería y ferretería  con la que les fue muy bien, logrando darles  estudio y las comodidades posibles a sus hijos.

El payaso Bolazo, natural de Lebrija (Santander), quien además de la ferretería trabajaba haciendo anuncios publicitarios con su carro por las diferentes calles del pueblo, enfermó y murió lejos de su tierra natal. 
   
Lucero con el tiempo conoció a Jairo Leal Contreras, quien se convirtió en su segundo esposo y con quien se estableció en Cúcuta, hace ya 30 años. Su nuevo compañero también murió y ya ella suma seis años de su segunda viudez. 

Pasa su soledad en la casa que le regaló una hermana, en el barrio Carlos Ramírez París de Cúcuta, la que después de mucho tiempo aún está en obra negra, a la espera de la solidaridad de sus amigos y conocidos para poderla terminar. 

La hija mayor, quien siendo niña trabajó en el circo,  se quedó en la isla de Margarita, en Venezuela; el segundo vive en Medellín donde su familia, y el menor la acompaña cuando puede salir del sanatorio mental al que es llevado por sus constantes crisis psiquiátricas. 

Su rutina ahora es ir desde la mañana hasta la tarde, todos los días, a vender chance, en la esquina de la Diagonal Santander con avenida Camilo Daza de la capital de Norte de Santander, punto en el que lleva más de 20 años y donde dice que extraña la vida que vivió, en la que no faltaban los aplausos y las ovaciones de niños y adultos emocionados al final de cada función. 

Las fotografías en un viejo álbum le traen a la memoria esos años cargados de tanta nostalgia. 


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