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Cultura
Andrea Quiñonez, la tejedora que llevó los hilos a las paredes de Norte de Santander
La vida de una de las mujeres que se ha dado a conocer por el trabajo comunitario que realizan en la fundación Moiras, desde el arte textil.
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Lineth Sanguino
Lineth Sanguino
Categoría nota
Sábado, 12 de Agosto de 2023

Desde el 2009, con su título de comunicadora social de la Universidad de Pamplona, Andrea Quiñonez, una mujer de apenas 37 años, comenzó a forjar la historia que hoy la ha llevado a dirigir una de las fundaciones de mujeres más reconocidas en Norte de Santander, gracias al trabajo comunitario que realizan a través del tejido como una herramienta reivindicadora.

Su camino por lo social no empezó de un momento para otro, fue una serie de sucesos que estuvieron mediados por la docencia, profesión que comenzó a ejercer recién graduada y que sostuvo durante diez años, especializándose en práctica pedagógica, con maestría en educación y comunicación para la salud.

Su recorrido académico la fue moviendo poco a poco hacia los estudios de juventud y en su trabajo con profesionales de la salud fue inevitable su vinculación a los procesos comunitarios en el campo de la educación y comunicación para la salud con adultos mayores, personas neurodivergentes y hogares infantiles.


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En el momento en que comenzó a laborar con comunicadores y trabajadores sociales, empezó a verse la primera luz de lo que hoy serían los temas que le apasionan, que son la construcción de memoria, la construcción de paz, el trabajo con mujeres y el enfoque de género.

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Andrea considera que jamás estuvo en busca de estos temas, si no que más bien ellos la encontraron a ella a través del acompañamiento de procesos con jóvenes y mujeres, marcando un antes y un después en la su autopercepción como una mujer que ahora se reconoce como feminista.

La sororidad vino a ella, no solo como palabra, sino también como concepto, a través del proyecto que se denominó “Círculos de Sororidad” y se desarrolló en el corregimiento de Juan Frío, una zona duramente marcada por la violencia paramilitarista, en la que ella, junto con su compañera Paola Cañizares, intervinieron desde el tejido como una forma de lidiar con el dolor, la enemistad y el odio.

“Justo ahí, en ese momento, entre la frustración de saber que es un trabajo que no va a terminar nunca y la satisfacción de saber que hay espacios donde se nos permitió acercarnos, que se dio el primer momento que marcó ese salto hacia el trabajo con las mujeres”, comentó Quiñonez sobre cómo lo logrado en Juan Frío marcó un hito en el trabajo que realizaba y la volcó hacia la implementación de proyectos con mujeres.


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El tejido, por otra parte, además de encontrarse dentro de su día a día en la casa que hoy sostiene la fundación en el barrio Quinta Oriental, también ha sido una de esas cosas que la han acompañado durante toda su vida, desde las labores de su madre como costurera, hasta cuando a los 9 años de edad comenzó a tejer, haciendo de este arte textil una parte importante de su propia existencia.

“A veces no es fácil sacar la intimidad a la luz y que esté por todas parte, que se junten esas dos cosas, el trabajo y la intimidad, porque una quiere llegar a la casa y tener esa cosa que nadie más tiene, pero no, ya no es así, ahora todos la ven, está en las calles y a veces es arduo, pero vale la pena y es algo en lo que sigo trabajando”, señaló.

Y es que esta habilidad de realizar prendas y demás accesorios con hilos, que además se asocia colectivamente a los ancianos, fue llevada por ella y sus compañeras hacia las calles, creando los famosos “Tejimurales” que ahora se encuentran en rejas y paredes a lo largo y ancho de Cúcuta y otros municipios del departamento como el Nuevo Gramalote, Juan Frío, Villa del Rosario, Los Patios, El Zulia y Chinácota.

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Esta iniciativa ha llevado la fundación a otro nivel y ha logrado que muchas más personas las conozcan y se unan a participar de las actividades, incluso algunas de avanzada edad, lo cual hace sentir orgullosa a Quiñonez, que define ese orgullo como “la satisfacción de la última puntada”, que es cuando se termina un tejido y llega este sentimiento de gratitud y gallardía por todo lo que se ha alcanzado desde el esfuerzo y el amor.

Actualmente, esta “mujer fronteriza”, como ella misma se autodenomina, es la directora de la organización que fundó junto con otras diez amigas y un amigo y sigue haciendo real esta apuesta por la reivindicación de los derechos, la sororidad, la reconstrucción de la memoria a través de la juntanza y el tejido, pero sobre todo, por el deseo de inspirar a otras mujeres.

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