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Frontera
Mirka Malvar, la venezolana que vende aguacate para sostener a la familia
La joven emigró de Venezuela, en un bus, con sus cinco hijos, en busca de un mejor mañana y vive alquilada en Villa del Rosario, Norte de Santander.
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Celmira Figueroa
Celmira Figueroa
Categoría nota
Miércoles, 15 de Septiembre de 2021

Mirka Malvar Salazar se sintió atrapada entre la pobreza y la angustia en su casa de San Felipe, en el Estado de Yaracuy, Venezuela. Vivía con sus cinco pequeños hijos desde hacía cinco años porque su pareja también emigró en busca de trabajo y nunca más regresó.

En San Felipe no tenía trabajo fijo, pero se defendía vendiendo ropa, helados, bisutería, perfumes, aseando escuelas o casas de familias. Sin embargo, cada día era más asfixiante la situación para conseguir quien comprara o quien la contratara porque el bolívar se devaluaba y escaseaba.

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Hace dos años llamó a una tía de sus hijos que se había venido, primero, para Cúcuta para sondear el panorama y la animó a que viajara. Reunió el dinero de los seis pasajes, con la ayuda de su hermana mayor, y abordó un bus que la sacó de Venezuela, dejando atrás un pasado de ilusiones. Lloró antes de partir, pero se animó a explorar otros rumbos, también inciertos. En el transcurso de las 14 horas de viaje miraba a sus cinco hijos y cerraba los ojos para no arrepentirse de su decisión. Miraba por la ventana y los paisajes saltaban a la vista y a medida que se acercaba a la frontera sentía que la abrazaba otro clima.

No fue fácil pasar 'al otro lado', pero sentía que pisaba tierra firme, donde encontraría algún modo para defenderse y llevarle el pan a Raúl, Diego, César, Alanis y Aranza, que en ese entonces tenían 15, 11,8, 4 y 3 años, respectivamente.

En ese desespero por salir de Venezuela no tuvo tiempo de sacarle documentos a sus hijos para que pudieran iniciar una vida 'normal', sin estigmas, con certificados o algún papel que refrendara sus verdaderas identidades.

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Llegó a casa de la tía de sus hijas en el barrio Valle Esther mientras se orientaba y buscaba qué hacer. Pero gracias al esposo de la señora donde durmió las primeras noches pudo salir a las calles a vender aguacate. Su fin era conseguir dinero, de manera honrada. "Siempre he trabajado duro y no me da pena ser vendedora ambulante".

Recorría las calles de La Libertad ofreciendo aguacates. Después fue cambiando de zona porque había mucha competencia. Se trasladó para Navarro Wolf, en Villa del Rosario, y descubrió que reinaba en las ventas. Alquiló una casa-lote donde paga 180.000 de arriendo, más servicios públicos y fue consiguiendo clientes con el transcurrir de los días. Su voz gruesa se escucha a medida que se acerca con el coche de bebé a las puertas o ventanas de las casas. "Agucate, aguacate" grita mientras empuja el coche donde echa las frutas verdes y carnosas. No le teme al sol ni a la lluvia. Camina, todos los días, unos tres kilómetros a la redonda, a veces sola, y otras, acompañada por algunos de sus hijos. 

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Le da gracias a Dios porque no se ha enfermado ni ha requerido de ningún servicio hospitalario porque como venezolana está expuesta a no ser atendida. No se ha vacunado y espera que se le abran las puertas para recibir las respectivas dosis anti COVID-19.

Está tratando de buscar la permanencia de 10 años en Colombia para  conseguir colegio a sus hijos el otro año. Mientras tanto sigue pregonando, con su voz de tenor, el aguacate, donde ha encontrado un refugio económico para solventar su estadía en un país vecino, al que nunca imaginó conocer en condición de migrante. Según el último informe de Migración Colombia, a corte del 31 de enero de 2021, al país han ingresado 1,742.927 venezolanos. De manera regular759.584 e irregular:  983.343. A Norte de Santander han llegado 187.121 (10,74%) y a Cúcuta:  94.847. El 50% de los migrantes son mujeres, entre las que se encuentra Mirka Malvar, la vendedora de aguacates.

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