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El drama de los abuelos migrantes en la frontera
Más de 46.000 abuelos venezolanos residen en Colombia con limitaciones en atención médica.
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Lunes, 1 de Noviembre de 2021


Josefina Yegres de Páez nunca imaginó pasar su vejez en otro país. Confiesa que le lastima más estar alejada de sus hijos que las dolencias de su columna por años de trabajo. Cuando por fin creía que disfrutaría de sus nietos, de la tranquilidad de su hogar, decidió –a sus 67 años- migrar, como lo han hecho más de 6.000.000 de venezolanos, según datos recientes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).  

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Sentada bajo el toldo del Centro Misionero Nueva Vida, Misericordia Cada Día en el asentamiento La Fortaleza, en Cúcuta, donde comparte con otros 40 abuelos, entre venezolanos y colombianos, Josefina recuerda que laboró en cuatro fábricas de calzado y lamentó –por desconocimiento- no hacer valer sus derechos como trabajadora para cotizar una pensión que le permitiera mantenerse al llegar a la tercera edad.    

Por más de 20 años fue obrera en el Ministerio de Transporte Terrestre. Allí el trabajo fue duro, pues debía desmalezar los alrededores de las autopistas, limpiando las calles de la capital venezolana. Luego  por su edad, en 2014, no le renovaron el contrato y regresó a su casa en el estado Guárico.

Sin empleo y enferma, Josefina comenzó a recibir los golpes de la crisis de su país: el desabastecimiento de alimentos, el colapso del sistema de salud y de los servicios públicos la desesperaron al punto de vender su casa. “Tuve que hacerlo y con ese dinero compramos los pasajes para venirnos a Colombia. En Venezuela juegan con el hambre de las personas y es muy difícil alimentarse allá”, recordó con tristeza.

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Defensores en derechos humanos señalan que debido a la hiperinflación desmedida y la pérdida del valor del trabajo, los venezolanos con un salario mínimo solo pueden comprar el 0,4% de la canasta básica, haciendo que el nivel de desnutrición de la población se haya incrementado en un 73%, como denunció la Fundación Cáritas de Venezuela.

Un estudio denominado Evaluación Rápida de Necesidades, efectuado por HelpAge International y su miembro venezolano, Convite AC, dedujo que a más de la mitad de los abuelos se les imposibilita adquirir productos alimenticios, y que uno de cada diez se va a la cama todas las noches con hambre.  

Ante esa situación compleja, Josefina llegó primero al barrio Nueva Ilusión, cercano al anillo vial occidental en el departamento. De los 11 hijos que tiene, solo cinco están con ella en Norte de Santander, el resto quedó en Venezuela, “sobreviviendo” con una economía que lleva ocho años en recesión.  En ocasiones, sus hijos viajan a Guárico para ver a sus nietos y llevarle cosas para subsistir.

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Josefina recordó que el viaje no fue fácil. Tardó 14 horas en llegar a la frontera y cruzó por trocha con sus hijos por no tener pasaporte. “Ese día fue agotador, especialmente por mi columna, me dolía mucho. Sentí mucho miedo por todas esas personas que estaban en el camino, quitándole a otros lo poco que llevaban”, narró.

Migración Colombia indica que para 2020 la población de venezolanos migrantes, mayores de 60 años, es de 46.310 personas, de las cuales 25.975 son mujeres y 20.335 son hombres.

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Sin atención en salud

Hace más de un año fue al sector Comuneros para que le evaluaran su salud, pero solo hacen exámenes de sangre.  Necesita un estudio del corazón y es hipertensa. Sufre del colon, tiene osteoporosis y artritis. Para esas dolencias no ha tenido una consulta especial porque en algunas organizaciones de cooperación internacional no hacen ese tipo de diagnóstico, ni ecografías.

Para registrarse en el RUMV requiere ir a un sitio con internet, pero no cuenta con los recursos para hacerlo.  “No tengo un peso porque por mi edad ya no me dan trabajo. Mis hijos,  lo poco que ganan son para pagar arriendo y comida”, lamentó Josefina.  

Recordó que pagando arriendos gastó el dinero de la casa vendida en Venezuela. Estuvo arrendada en un rancho, luego se mudó a otro por 200 mil pesos, y vivía en angustia porque los dueños pensaron que querían quedarse con la casa en Nueva Ilusión. Luego se cambiaron a La Fortaleza, donde le permitieron vivir al cuido, pero los propietarios les pidieron desocuparla.

“No pensé que esto fuera así. Es fuerte todo esto. Nunca imaginé pasar mi vejez aquí, pero si Dios me trajo aquí fue por algo. Ahora uno valora más lo que teníamos”, expresó con la voz entrecortada.

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Viajar para vivir

Cristina Rodríguez y Mario Alberto Hernández son pareja desde hace 40 años. Viven en el estado Táchira y una vez al mes cruzan la frontera hacia Cúcuta para comprar las medicinas de sus tratamientos porque en Venezuela no los consiguen. Cristina, de 70 años, es diabética y su esposo Mario, de 73, requiere fármacos para sus riñones.

Con el cierre total del paso binacional en el puente Simón Bolívar, hace seis años, se les dificultó viajar a Colombia y solo una vez se atrevieron a cruzar por trocha. Migración Colombia calcula que aproximadamente unas 300 personas a diario transitan las vías irregulares adyacentes al puente internacional para acceder a bienes y servicios en el territorio nacional.   

“Teníamos más fuerzas en las piernas. A mitad de camino si tuvieron que llevarnos en silla de ruedas, pero lo hicimos porque debíamos buscar las medicinas, no contamos con más nadie que nos ayude”, dijo Cristina.

La pareja no tiene hijos y en ocasiones reciben remesas de sus sobrinos en el exterior.

Cristina se sienta en el andén del puente, tomando aire antes de pasar de nuevo hacia Venezuela, y narra que dedicó 30 años de su vida a la docencia. Es jubilada del Ministerio de Educación y la compensación solo le alcanza para comprar las inyectadoras de su insulina.

Ambos aprovechan la reapertura de los puentes para seguir comprando sus medicinas y también alimentos para paliar la inflación de los  precios. La pensión que percibe al mes es de 7 bolívares, es decir, de 1,62 dólares, con lo que solo pueden acceder a una harina para sus arepas. Hace poco, el gobierno asignó un mes de aguinaldo, que solo llega a 3,2 dólares.  “Es complicado decidir a veces entre comer o comprar los medicamentos, pero gracias a Dios, Él siempre nos provee”, señala Cristina.

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“Jamás pensé vivir así”

Adelina Cáceres Mendoza es otra de las mujeres que se arriesgó a salir de su país. Cuenta sonriendo que tenía su casa en Venezuela donde vivía con sus hijos y su esposo, pero su gesto de felicidad cambia cuando recuerda que la situación “se puso bravísima”  y emprendió camino hacia Colombia para buscar una mejor calidad de vida. 

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En Venezuela, Adelina trabajó en el área de envasado y control de calidad de una empresa de lácteos y luego se retiró para dedicarse a su familia.  

En los últimos ocho años, el panorama económico y social empeoró para los 30 millones de venezolanos y su familia no escapó de esa situación. No tenían para comer, se alimentaban con lo poco que conseguía como el arroz partido, incluso retrocedieron a principios del siglo XX cuando en los hogares se hacía la harina para las arepas con molino. A sus 63 años ya nada era como antes, lo más básico como ir a un mercado se convirtió en una odisea para conseguir alimentos.

Lo preocupante era no conseguir los medicamentos para su hija menor, de 33 años, quien padece una condición especial y requiere el medicamento Risperidona para tratar los síntomas de la esquizofrenia. “Uno pasaba todo el día en una cola para conseguir lo que fuera. Y mi hija estaba muy mala de salud, ya no tenía comida para darle. Mi hijo me dijo que saliera de Venezuela que me estaba enfermando allá y le hice caso. Me tomó tres días llegar a Cúcuta porque ya el transporte se estaba poniendo pesado por la escasez de gasolina”, relata la ama de casa.

Adelina se apoya en las organizaciones de cooperación internacional  para conseguir sus medicamentos y los de su hija. Necesita una colonoscopia, un estudio de la columna vertebral, sus ojos se nublan con frecuencia,  pero no consigue dónde hacerse los exámenes porque no tiene EPS y tampoco cuenta con un documento regular colombiano.  “Toca cuidarse mucho porque es imposible para mis hijos, que no tienen ‘camello’ (trabajo) estable, pagarme una atención privada”, comentó.  

 “Jamás pensé vivir así, que mis últimos años de vida tendría que irme de mi tierra, separarme de mi familia, pero tocó hacer así porque mis hijos ya no querían que pasara tanta necesidad”, dijo Adelina.

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