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Ocaña
El cura Buceta aún retumba en las mentes de los ocañeros
El monje fantasma errante en la historia de Ocaña.
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Javier Sarabia Ascanio
Javier Sarabia
Categoría nota
Viernes, 17 de Junio de 2022

Alejo María Buceta, un sacerdote que participó en la campaña libertadora apoyando a Simón Bolívar y sufriendo las consecuencias del yugo español, se convirtió en un legendario personaje de la hidalga Villa de Caro.


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 El historiador Luis Eduardo Páez Courvel lo cita en la biblioteca de autores ocañeros como un insigne clérigo, hijo legítimo de Domingo Buceta y doña Juana Antonia González. Fue cura rector de Ocaña desde el 15 de julio de 1804 hasta su muerte, acaecida en Santa Marta el 8 de octubre de 1817, después de haber legalizado su destacamento en la capital samaria.


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“Le cupo el alto honor de recibir al libertador Simón Bolívar bajo palio desde la punta de El Llano, hasta la iglesia de Santa Ana, en febrero de 1813. Su decidida participación en la independencia le mereció el enojo de Pablo Morillo, quien ordenó la confiscación de sus bienes como insurgente. Entonces enterró los tesoros para salvarlo de la codicia realista”, agregó.

En el cementerio central de Ocaña se encuentra enterrado el tesoro del sacerdote Alejo María Buceta y en torno a ese episodio se han tejido narraciones fantásticas.

 

Cuentos de espantos 
 
En una población amurallada de cerros y calles empedradas, el viento comienza a arrastrar negros nubarrones que duermen como monstruos gigantes en las paredes de la memoria, así comienzan los abuelos a narrar los episodios del monje fantasma.
 
Manifiestan que cuando el día se pone el manto negro, un silencio sepulcral se apodera del valle de los Hacaritamas y en medio de la penumbra surge la tétrica figura del monje fantasma levitando con una muchedumbre que le sigue hasta el cementerio central.
 
Allí pernoctan los espíritus de la sombra cuidando el tesoro dejado por el sacerdote Alejo María Buceta que en su afán de proteger los bienes de la iglesia y el oro heredado de los familiares optó por enterrarlos en las entrañas de la madre tierra.
 
Clérigo ocañero de alta alcurnia española curtió su personalidad en las hidalgas parcelas de la provincia en plena época de la emancipación. La fantasmagórica figura recorre los predios cercanos al camposanto, ya que la tarea en este mundo quedó incompleta. 


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En sus momentos de meditación pensó en la importancia de construir una capillita en el sector para difundir los principios católicos. Desde allí comenzó a abrir el sendero para enterrar las pertenencias.
 

En el cementerio central de Ocaña se encuentra enterrado el tesoro del sacerdote Alejo María Buceta y en torno a ese episodio se han tejido narraciones fantásticas.
 
La figura fantasmagórica        

Los celadores afirman que en las noches oscuras surge su imponente silueta proveniente del más allá, una corriente helada penetra en los huesos de los transeúntes quienes se muestran confundidos ante la penitencia encomendada por el sacerdote.
 
La misión no es fácil de cumplir, ya que los escogidos con el dedo señalador de la muerte, deben ingresar al centro del cementerio, escarbar entre las tumbas, hallar el cáliz y copones de oro de propiedad de la iglesia católica, devolverlos a la catedral de Santa Ana y regresar por los doblones, listones y barras doradas escondidas entre los restos humanos de muchos años.
 
Los osados busca tesoros podrán acceder a las monedas que le sobraron al monje, luego de patrocinar la campaña admirable del Libertador Simón Bolívar. Vestigios históricos señalan que el sacerdote tuvo el honor de recibir al prócer de la independencia en la punta del Llano y lo llevó hasta la catedral de Santa Ana para coordinar la gesta emancipadora, indica el presidente de la Academia de Historia de Ocaña, Luis Eduardo Páez García. 
 
En febrero de 1813 tomó la determinación de aportar parte de su riqueza en la campaña libertadora. La decidida participación en la independencia le mereció el enojo de Pablo Morillo quien ordenó la confiscación de los bienes como insurgente.
 
El padre Buceta desesperado ante esa situación corrió a los terrenos cercanos al río Tejo y sin pensarlo dos veces enterró los elementos de la iglesia y las morrocotas de oro para salvarlos de la codicia de los realistas.
 
Para evitar el fusilamiento huyó hacia la ciudad de Santa Marta en donde lo sorprendió la muerte el 8 de octubre de 1817. Quedaba entonces algo pendiente en el municipio de Ocaña y su alma en pena no descansará hasta que se extraiga la última moneda enterrada en las riberas del río Tejo.
 

Como los predios pertenecían al sacerdote fallecido, parte de los terrenos fueron utilizados para la construcción del cementerio a principios del siglo pasado. 


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Y las bóvedas además de sepultar aún más el tesoro del padre Buceta, aleja las esperanzas de encontrar el oro para que el sacerdote descanse en paz.
 

En el cementerio central de Ocaña se encuentra enterrado el tesoro del sacerdote Alejo María Buceta y en torno a ese episodio se han tejido narraciones fantásticas.
 
La figura que asusta   

Muchos bohemios, luego de eternas celebraciones alcohólicas tropezaron en los alrededores del camposanto con el monje fantasma de enjuto rostro clamando misericordia. La cadavérica figura acelera el ritmo cardiaco y el desmayo es inminente.
 
Al otro día son descubiertos tirados cerca de las tumbas preguntando por aquel cura propietario del inmenso tesoro. 
 
Los niños con su inocencia reflejada en sus pupilas preñadas de incertidumbre, observan cuando pasa el padre con una sotana negra dejando a su paso una estela de miedo.
 
De apartadas regiones llegan visitantes que desconocen la leyenda y se llevan tamaña sorpresa. Los incrédulos, con el miedo adherido a sus cerebros observan la procesión de un sacerdote que levita y cuando la luz encandila el rostro se enteran de la sentencia tétrica de un cura muerto que deambula por el mundo de los vivos.
 
¿Quién se atreve a seguirlo y encontrar el tesoro? Es la pregunta del millón. Sólo en el año de 1942 tres obreros contratados para erradicar un hormiguero en el solar de una antigua casona, aledaña al cementerio central, hallaron parte del oro. En medio de la inocencia tomaron unas monedas y se dirigieron a un establecimiento cercano para comprar bebidas refrescantes y así calmar la sed. Sin embargo, el propietario bastante disgustado les indicó que fueran a otra tienda con ese cobre y las tiró a la calle.

 Muchas fueron regaladas, dejadas a bajos precios y otras cayeron en manos de avivados quienes amasaron una gran fortuna.


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Pero la múcura aún está intacta, desde los distintos puntos cardinales de la ciudad se observa la luz que testifica la existencia del tesoro. En las noches oscuras de la Semana Santa se escuchan los pasos del fantasma que deambula en un mundo de sombras.


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