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Ocaña
Monje fantasma en el Alto del Vicario de Ocaña
La leyenda dice que cuando llegó al alto del cual se divisa a Ocaña, lanzó una maldición indicando que desde ese momento la comarca no volvería a progresar.
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Javier Sarabia Ascanio
Javier Sarabia
Categoría nota
Viernes, 21 de Octubre de 2022

Las personas que madrugan para visitar el santuario Agua de la Virgen de Torcoroma, donde se venera a la patrona de los ocañeros, escuchan de boca de los abuelos las historias del monje fantasma que deambula en el Alto del Vicario.


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Durante la Semana Santa buscadores de tesoro suben hasta la montaña a escarbar para encontrar el oro enterrado en la cordillera y custodiado por legendario sacerdote.
 
El campesino Héctor Javier Guerrero Ortiz manifiesta que en las noches oscuras se le pone la piel de gallina al pasar por el misterioso lugar que encierra un embrujo especial. “Una vez, enfermó mi papá y debía bajar al pueblo a comprar medicamentos. Cuando llegué a la cima, sentí un aire frío como de ultratumba y el caballo se negaba a seguir su marcha. Me devolví y tomé un atajo por donde la señora Julia, pero el susto fue bastante grande”, indica.
 

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La joven Naira Pineda afirma que su padre conoció el caso de un borracho que emprendió la caminata a la media noche y se encontró de frente al presbítero quien le señaló el sitio donde estaba el tesoro, pero no lo encontró. 
 


 

En el Alto del Vicario deambula un sacerdote en pena custodiando los tesoros enterrados en la cordillera. La gente sube a buscar las múcuras, pero no las encuentra.
 
Imaginario popular 

Son muchas las personas que alistan picos, palas, linternas, agua bendita, escapularios y abundante ración para emprender la travesía, pero regresan con las manos vacías.

El presidente de la Academia de Historia, Luis Eduardo Páez García, manifiesta que el Alto del Vicario hace parte del folclor ocañero con un tinte fantástico maravilloso para explicar una realidad.

En torno a esa situación se han tejido varias historias, producto de la narración oral de los pueblos. 

“En la mitad del trayecto que hay hasta el santuario del Agua de la Virgen, en las tierras coloradas, existe la leyenda de un sacerdote que fue expulsado, puesto en un burro mirando hacia la cola, como un acto de ofensa, no se sabe en qué momento de los gobiernos radicales, quienes buscaban quitarle a la iglesia los bienes y este ofreció resistencia”, agregó.

La leyenda dice que cuando llegó al alto del cual se divisa a Ocaña, lanzó una maldición indicando que desde ese momento la comarca no volvería a progresar.

Otros afirman que un sacerdote fue despertado por un campesino en las horas de la noche para que fuera confesar a la esposa infiel, el cura se negó y pudo dominar el celoso empedernido. 

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También tiene otras connotaciones con supersticiones, mitos, cuentos de espantos porque se habla de tesoros escondidos y muchas personas suben para buscar las múcuras.
 

En el Alto del Vicario deambula un sacerdote en pena custodiando los tesoros enterrados en la cordillera. La gente sube a buscar las múcuras, pero no las encuentra.
 
Secreto de confesión 

Don Eustoquio Quintero da cuenta del suceso creador de la leyenda, la fecha del 29 de mayo de 1769, y como protagonista al sacerdote Agustín Francisco del Rincón, quien desempeñó el curato desde 1768 hasta 1791, fecha de su muerte.

“Ocurrió que el cura de ese entonces fue sacado una noche, de su apacible reposo, por un campesino de los alrededores quien, con voz desesperada, suplicó que le acompañara a casa, donde su mujer esperaba agonizante el consuelo de la confesión. Se apresuró monseñor a seguir al atribulado feligrés, internándose con él y su criado negro, por la campiña”.

El protagonista de la narración es, esta vez, un clérigo que, según los datos históricos de don Alejo Amaya, corresponde a la persona del licenciado don Manuel Alfonso Carriazo, quien se encargó del curato desde 1763 hasta 1768, año en que tomó posesión del mismo cargo “Agustín Francisco del Rincón (comisario de la Santa Cruzada) por virtud de permuta celebrada con el cura propio de esta parroquia”.

El cronista cuenta que el labriego recomienda dejar la bestia en el alto y seguir la travesía a pie porque el camino es angosto y tupido de rastrojo.

Obedeció el cura la voz del hombre y con sorpresa indescriptible se halló entonces en presencia de una joven desnuda atada a un árbol. El sacerdote ante aquel espectáculo intento retroceder, topándose con el desenvainado machete del campesino, el cual murmuró al religioso: “Esa es mi esposa, pero yo sospecho que me engaña, mejor dicho, estoy seguro… y ella me lo niega, a usted no le negará nada: Confíesela, confíesela ahora mismo, y después usted me dirá la verdad… me la dirá, señor cura, por las buenas o por las malas… y que Dios me perdone.”

Ante aquella amenaza que pendía del afilado machete, el vicario, después de explicarle al rudo hombre la imposibilidad de realizar tal sacrilegio, le persuade para que, tomando sus vestimentas, simule ser un clérigo y de esa manera proceda a realizar la acción. Así pues, ofrece las prendas al ofuscado agricultor, quien acepta de buen grado la fórmula, y comienza a colocarse la sotana. Aprovechando los momentos en que el campesino lucha por ponerse aquel engorroso traje, monseñor se lanza sobre él, derribándolo por el suelo y reduciéndolo a la inmovilidad con la faja de la prenda. Ante el ruido de la lucha, el criado del cura acude presto y, después de asegurar bien al celoso marido, emprenden el retorno a la ciudad llevando consigo al hombre y a la asustada y maltrecha mujer. Este suceso fue recogido por primera vez, por Eustoquio Quintero. 

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La situación que narra la leyenda no deja de poseer sus visos maravillosos y exagerados que caracterizan lo mítico. Despojándolo, como hemos hecho con las anteriores, de sus características externas, queda al descubierto, en primer lugar, la exaltación religiosa y la valentía de los ministros de Dios, capaces de arrostrar toda suerte de peligros por mantener intacto el secreto de la confesión.


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En el Alto del Vicario deambula un sacerdote en pena custodiando los tesoros enterrados en la cordillera. La gente sube a buscar las múcuras, pero no las encuentra.
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