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La lucha para salvar a "La Reina" en Venezuela
La Reina, de 120 hectáreas, está conectada a la playa Valle seco, cuya línea costera ha retrocedido al menos 30 metros en la última década.
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AFP
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Domingo, 13 de Noviembre de 2022

De niña, Ramona Rodríguez pescaba camarones con su padre en La Reina, una laguna cerca de Caracas abrazada por árboles de mangle, con raíces que emergen sobre el agua formando bosques vitales en la regulación de temperaturas y la canalización de aguas de lluvia.

Este humedal ubicado entre las poblaciones de Higuerote y Carenero, a unos 120 kilómetros de la capital de Venezuela, está amenazado por la deforestación y la contaminación.


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Rodríguez, de 72 años, es voluntaria de la Fundación Ecológica Brión (Ecobrión), creada en 2008 para defender a La Reina. "Siento mucho amor", dice.  

A Bárbara Ordóñez, quien fundó Ecobrión junto a su familia, le preocupa que se concrete la elevación de un puente para que embarcaciones de mayor calado ingresen a urbanizaciones adyacentes a La Reina.

Quieren evitar que embarcaciones más grandes dañen el ecosistema. "Tenemos una espada de Damocles", advierte.

Por eso luchan contra el avance de construcciones y promueven la educación ambiental con un proyecto de conservación llamado "Una Corona para La Reina", financiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Venezuela es un país con una pobre cultura de conservación. El presidente Nicolás Maduro habló del "colapso absoluto del ecosistema" y pidió "acciones concretas" para enfrentar "la crisis climática" en la cumbre ambiental COP27 en Egipto.

"Muchos fuimos criados con una cultura de que la laguna no valía la pena. Lo vimos como algo insignificante", reflexiona Darielbis Nieves, guía turística en la zona.


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"Los mangles eran vistos solo como madera para casas, quioscos", remarca esta mujer de 22 años, que ahora entiende que "cada animalito" cumple una función. 

 

"La reina llena de basura" 

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La Reina, de 120 hectáreas, está conectada a la playa Valle seco, cuya línea costera ha retrocedido al menos 30 metros en la última década en otra muestra de los efectos del cambio climático.

En la línea costera, ahora cubierta por el mar, pasó hace poco más de un siglo una línea férrea. Muchos tuvieron que dejar sus casas en la orilla de la playa.

Una hilera de pilares de concreto que sostenían un antiguo cableado eléctrico ahora están bajo el agua y los niños se trepan a sus bases para pescar.


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El humedal, cuáles bordes son usados ​​como vertederos de desechos y hay desde televisores dañados hasta montones de asfalto que han retirado de la carretera que lo partió en dos hace varias décadas, fue declarado en 2009 Monumento Natural por la alcaldía y más tarde se elaboró ​​una ordenanza para su proteccion.

"Toda la costa de La Reina está llena de basura, por eso yo digo que el vestido de la reina tiene el ruedo sucio", cuenta a la AFP Rodríguez, que recuerda la "deforestación arbitraria de mangle rojo" que comenzó en su infancia y "ha parado un poco" por el trabajo de Ecobrión.

 

"Nuestra madre" 

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Para incentivar el sentido de pertenencia, se ha involucrado a operadores turísticos asentados en modestos quioscos en la playa que ofrecen platos alusivos a La Reina.

Un ejemplo es Santia Colmenares, una maestra de 38 años dueña de un pequeño restaurante que tiene como platillo insignia sus "nuggets de pescado La Reina", a base de un pez que al salir del agua se infla como un globo. 


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Antes era desechado por temor a intoxicaciones, pero un pescador le enseñó a una niña cómo retirar las partes venenosas. Orgullosa muestra el proceso para preparar su receta que perfeccionó luego de varios ensayos: desprende toda la piel y vísceras, luego corta en finas lonjas la carne y la sumerge en una mezcla secreta para después freírla.

"Nuestra laguna La Reina es nuestra madre", dice Colmenares emocionada hasta las lágrimas.

Héctor Machado, por su parte, prepara "Delicias de La Reina", a base de almejas. También aprendió a restaurar mangles gracias a un convenio entre la FAO Venezuela y el ministerio de Ecosocialismo. "Aprendimos a valorar lo que tenemos, nunca lo habíamos valorado", apunta este cocinero de 50 años.

“Estamos trabajando para que no la dañen, para que le quede a nuestros hijos”, insiste Colmenares. "Si se ponen a construir matan el ecosistema, y ​​de ¿qué vivimos? ¿Qué aire respiramos? Si la matamos, ¿quién nos protege?".

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