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Yo quería un papa colombiano
Esta vez no se pudo. Mi mujer y yo, y mis tías y su maridos, y las tías de mi mujer y sus maridos, y algunas vecinas sin maridos, anduvimos en cadenas de oración, en estos días, pidiéndole al Espíritu Santo que iluminara a los cardenales no ochentanos en el asunto de la elección del sucesor de Benedo.
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Jueves, 14 de Marzo de 2013
Esta vez no se pudo. Mi mujer y yo, y mis tías y su maridos, y las tías de mi mujer y sus maridos, y algunas vecinas sin maridos, anduvimos en cadenas de oración, en estos días, pidiéndole al Espíritu Santo que iluminara a los cardenales no ochentanos en el asunto de la elección del sucesor de Benedo.

Desde que los morados electores entraron a la Sixtina, no hicimos más sino orar y fijarnos en la chimenea, a la espera del humo blanco que nos quitaría la aprehensión de sabernos como ovejas sin pastor, con tanto lobo suelto que anda por ahí a la espera de hacer el mal.

Yo insistía en que pidiéramos que el Cielo nos diera la oportunidad de tener un papa colombiano, sin detenernos en nombre alguno. Cualquier cardenal de los nuestros podría hacerlo muy bien llevando el timón de la barca de San Pedro.

Y es que, de verdad, lo merecíamos. Colombia es un país tradicionalmente católico, fervorosamente creyente, que tiene sus más y sus menos, pero más más que menos. Cierto es que quitaron de la Constitución aquello de “Dios, fuente suprema de toda autoridad”, y cierto es que ya Colombia no está consagrada al Corazón de Jesús y cierto es que ahora abundan las iglesitas de garaje de otras confesiones, pero así y todo, la mayoría vamos por el buen camino.

Con todos estos argumentos de peso yo propuse que nuestras oraciones fueran encaminadas a la elección de un papa colombiano. Ganaría Colombia, ganaría el mundo y ganaría la Iglesia. Además, santa Laura, la paisa, y el beato García Herreros (no el Gordo, sino su tío el eudista Rafael) son dos nuevos personajes colombianos del santoral para mostrar. Mi mujer me hizo caer en cuenta que ni a Laura la han canonizado, ni a Rafael lo han beatificado.

Sin embargo, no perdí el impulso. Seguí insistiendo ante Dios en mi petición, pues consideraba que Colombia tenía los méritos suficientes para llenar la silla vacía del Vaticano: los celos apostólicos del Procurador, el camino de la paz que está trazando el presidente Santos, el silencio obligado de Uribe ante el difunto Chávez y, sobre todo, la calidad de nuestros cardenales.

Pero una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando, dicen los arrieros. Una cosa pensaba yo (el burro), y otra, Dios (el arriero), en materia tan importante. Se inclinó el Altísimo por un cardenal argentino, a pesar de que allá tienen a Messi y a mucha otra gente importante. Sus motivos tendría y yo los respeto.

Ayer, cuando salió humo blanco de la Sixtina, y cuando nos presentaron a Su Santidad Francisco I, sentí algo así como lo que llaman un sabor agridulce, y tal vez un poco de sana envidio. ¿Qué tienen los argentinos que no tengamos nosotros? Mi mujer, siempre tan solícita y tan comprensiva, vino en mi ayuda con sus consideraciones:

-Mijo, deje ya esa cara larga. Piense que si hubieran elegido a un papa colombiano, el Vaticano se llenaría de sombreros vueltiaos y de vallenatos. Y si, de ñapa, hubiera estado de obispo en Cúcuta, habría que mandarle a Roma pastelitos de garbanzo, sancocho de costilla los sábados y mute los domingos.  Porque ellos se acostumbran a lo nuestro. Y eso sería un problema para nuestra curia, ahora que la gente casi no da limosnas. ¡Es preferible que sea  Lónderos el que tenga que mandarle  churrasco tres cuartos!
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