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Basuco, el demonio de José Iglesias
~ Es la historia de un adicto crónico al basuco que lucha por doblegar sus demonios y logra escapar de la temida calle del Cartucho de Bogotá cuando la sentencia de muerte le había llegado.~
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Lunes, 27 de Octubre de 2014
~Así luce José Antonio Iglesias tras superar su adicción al basuco. (Foto Juan Pablo Cohen / La Opinión)Es la historia de un adicto crónico al basuco que lucha por doblegar sus demonios y logra escapar de la temida calle del Cartucho de Bogotá cuando la sentencia de muerte le había llegado.~

eduardo.rozo@laopinion.com.co


Una noche, en medio de un ambiente pútrido, la muerte abrazó a José Antonio Iglesias Prieto. Dos puñaladas en los glúteos fueron la antesala a dos balazos que lo dejaron tendido en un basurero en la antigua calle del Cartucho de Bogotá.

Ese fue el detonante para que decidiera salir de aquel ‘endemoniado’ lugar, pero no para dejar el basuco, un dragón que cubre la mente de mentiras.

Esta es la historia de José Antonio, un español que por los azares del destino se convirtió en Colombia en un adicto al basuco y tras 11 años de vivir drogado logró doblegar sus demonios y escapársele a la muerte.

Junio de 1958. El 26 de este mes nació José Antonio en el norte de España en un pueblo marinero. Su papá era un navegante republicano y combatió contra el régimen franquista durante la Guerra Civil Española.

Él, Antonio Iglesias, tuvo que emigrar con su familia a América cuando la posguerra llegó a España y la persecución política no dejó otro camino. El destino fue Venezuela, a donde llegó con su esposa y cuatro hijos. José Antonio, el menor de la camada se quedó con una tía en España.

“Estaba bebé y me dejaron al cuidado de una tía que un mes atrás había dado a luz. Con una teta alimentaba a mi primo y con la otra a mí”.

Cuando José Antonio creció, una hermana lo buscó y lo llevó a Venezuela. “Para esa época de los años 60 este era un país pujante, estudié en la escuela Virgen de la Montaña, mi papá trabajaba como taxista y mi mamá cuidando un edificio”.

En el vecino país, José Antonio se formó como técnico en electromecánica, se casó y tuvo una hija y mantuvo una vida normal hasta que se divorció y tras la separación de bienes “decidí poner tierra de por medio, fue un momento complicado sentimentalmente”.

Cuando los albores de 1986 se asomaron al ambiente bogotano, José Antonio se radicó en la capital colombiana. Allí arrendó un local en el Siete de Agosto y montó un taller de mecánica. “En esa época, ocasionalmente, consumía cocaína”.

Sin embargo, a finales de 1987, se fue con un amigo a la temida calle del Cartucho. Allí, al amigo le dio por probar el bazuco, incrédulo le siguió el juego y “ahí la traba fue dura”.

A los tres días volvió y duró enrumbado una semana. La adicción se había desbordado y controlarla era imposible.

José Antonio vendió las herramientas del taller, el carro y un pequeño apartamento. Los $50 millones que reunió se fueron con él al Cartucho, donde alquiló un cambuche, rompió comunicación con sus padres y hermanos en Venezuela.

“Me quedé a vivir en la olla. Allí era una lucha permanente por vivir. La amistad es efímera y a uno lo podían matar por un cigarrillo, un fósforo o por $50. Eso es lo que tiene valor en la olla”.

En el cartucho duró 11 años. El momento más difícil fue cuando lo sentenciaron a muerte.

“Una de las poblaciones más fuertes allí eran los niños. El Pillo era el niño jefe de una banda de asesinos y cuando no quería fumar más, se metía al cambuche, se recostaba en la chaqueta y me decía José cuídame”.

Cuando a El Pillo le llegó la hora y de un balazo lo mandaron al otro mundo, a José lo hirieron con un puñal y luego le llovió plomo, dos disparos lo impactaron.

Tras permanecer moribundo en un basurero, los sollozos alertaron a dos indigentes que lo tiraron cerca a una estación de Policía, donde lo remitieron al Hospital de la Perseverancia.

Para esa época, a finales de 1998, se recuperó y se fue a Teusaquillo, donde le proveían la droga. “Bogotá es una olla gigantesca y en una de esas conocí a Germán Piffano, un antropólogo cucuteño que hacía una investigación en la zona. Le pedí un fósforo, hablamos unos minutos y se fue”.

Al año siguiente, cuando estaba en marcha el desmantelamiento del Cartucho, volvió a ver a Germán y le dijo que lo ayudará. “Sabía que si no me recuperaba estaba condenado a morir”.

A principios de 2000, ingresó a un programa de recuperación de adictos de la Alcaldía de Bogotá. Estuvo un mes en la Unidad Nacional de Farmacodependientes.

“Pesaba 42 kilos y los primeros siete días fueron mortales. La abstinencia me estaba matando, sufrí un preinfarto, me dio ceguera temporal y perdí la movilidad del lado izquierdo del cuerpo, donde me habían dado uno de los balazos”.

Pasado el mes, un grupo de alcohólicos anónimos le financió el ingreso a la Fundación Lugar de Encuentro en Fusagasugá (Cundinamarca). Ese fue el comienzo de la recuperación.

“Lo más difícil fue el perdón conmigo mismo y el reencuentro con la familia. Cuando estaba sano me contactaron a mis parientes. Dos meses antes de ingresar a la fundación mi mamá había muerto, mi padre, años atrás, había tenido el mismo destino. Mis hermanos se alegraron, pero fue solo hasta 2008, cuando volví a verlos”.

En la fundación se casó nuevamente y tuvo un hijo. Se fue a vivir a España y consiguió trabajo en un gasoducto de Córdoba. Cuando entró la recesión económica pasó de ganar 4.000 euros a 650 euros. La empresa quebró y se quedó sin empleo.

“Había adquirido bienes con base a un salario, como no pude pagar me embargaron, vinieron las peleas y por segunda vez me divorcié”.

Hoy en día su vida transcurre entre España y Colombia. Se casó por tercera vez y está buscando trabajo en Bogotá, pues se quiere quedar a vivir en la fría capital colombiana.
               
La historia de vida de José Antonio fue llevada a la pantalla gigante por el cineasta cucuteño Germán Piffano. Actualmente el filme ‘Infierno o paraíso’ está en cartelera en las salas Royal Films.

El sueño de José Antonio es conseguir un trabajo para suplir sus necesidades y dedicar el tiempo libre a ayudar a quienes quieran liberarse del dragón de mentiras que crea el basuco.
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